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IX. Ese canasto de presentes está vacío - Primera Parte

By : D. Morgana
El cielo se encuentra crispándose. Las estrellas están ocultas tras la bruma que invade la noche a modo de una cortina gigantesca. Lauffeuer se ha borrado de cada mapa de Gran Tréveris. Algunos islarios algo ilegibles todavía conservan su localización, pero están expuestos al interior de las vitrinas en el opulento museo localizado en el poblado de La Corda.
La noche está a punto de concluir. En el corazón de Havealock, la senda primaria de los Bosques de Fabel, el santuario de Agar, resplandece  nutriéndose de las últimas centellas escondidas en el espejo lunar. Es la hora justa para observar la crecida del Célebes. Y aunque sean pocos quienes lloran al asomarse una nueva alborada, la senda aguarda por abrirse.
Los paseos en góndola son populares en la nueva capital erguida sobre las cenizas de Lauffeuer a quien ahora hace sombra: la Carmina Gaditana.
Y sólo desde el gran puente en arcos que une las subprovincias de la nueva capital es posible conseguir un buen lugar para testificar la crecida.
Esculpido en cada tramo del puente que conduce a las cuatro subprovincias se leen los nombres de cada una: Lvtetia, en el norte; Appéndix Probi, al este; La Rodueza, al oeste; y Furlán, al sur.
Y bajo el puente, movida por las aguas, una góndola vacía se mece sin rumbo. Y en oposición, una dama de la servidumbre de Uralt camina acompañada por la noche a través del puente hacia La Rodueza en dirección hacia el punto de unión entre las cuatro provincias.
La orden de pasar la noche en el figón de La Rodueza solamente retrasaría algunas horas el retorno de todas las chicas a Nutzen Taugen, pero la misma orden de permanecer dentro del figón resultó una amenaza inútil para aquella dama, cuyo sueño fue imposibilitado por la intensa luz que daba al cristal de la ventana de su alcoba asignada en el figón.
Una vez que alcanzó en el centro, el Celébes le dio la bienvenida. Se veía hermoso. Sus aguas se movían apaciblemente con el viento y las antorchas en los muros del puente reverberaron la etapa final de un eclipse de añoranzas... al menos para algunos cuantos.
La imagen de Augustine desapareciendo luego de pasearse por la Galería de los Mapas en el castillo, la llegada de esa mujer llamada Ettore y también del capitán Roscoe, el claustro de Pirra en su despacho, el riesgoso abandono del castillo por la arboleda de Fabel... cada nuevo evento fue más preocupante que el anterior. Incluso uno de los soldados de escolta no regresó después de haberse adelantado para examinar el perímetro...Y aunque aquel soldado no era cualquier hombre, todos los recuerdos son lo mismo ante el Célebes.
Tenía una expresión noble siempre, como la un líder innato, propenso a cambiar de gesto si la situación lo requiere, pero noble ante todo. De ello eran testigos las cuatro insignias abrochadas a su uniforme... su retrato en el agua enternecía la mirada de la dama de la servidumbre, quien se encontraba con el rostro escondido entre las palmas, con los brazos apoyados en el borde del muro del puente, mirándolo sin parpadear y con una fuente de lágrimas escurriéndose por los dedos adheridos a las mejillas.
De alguna manera, estaba segura de que las insignias habrían estado tocando a su ventana en el figón desde las aguas, como lo había hecho él ya tantas veces en Nutzen Taugen en los tiempos de mayor jovialidad para ambos.
La dama chilló de súbito. Sus lágrimas se abrieron al caer como botones de flor, dejando ver cientos de momentos compartidos con aquel hombre.
De pronto la luz de las antorchas se tornó más intensa y poco a poco todo el puente quedó iluminado por un concierto de lucecillas.
-¿Luciérnagas?- murmuró la dama para sí misma-. Y echó un vistazo alrededor suyo percatándose del magnífico escenario del que formaba parte. Miles de pequeñas esferas luminosas nacían de la nada sobre el puente precipitándose luego sobre las aguas del Célebes. Y una infinidad de memorias se desplegaba al caer cada una de las gotas de luz.
La dama se movió de un lado del puente hacia el otro buscando el rostro de su amado Ascilto, pero la lluvia dorada no reverberó más recuerdos suyos. Extrañamente, el telón abierto tras cada golpe de las gotas contra el agua presentaba una historia inédita y desconocida.
La dama enmudeció al asomarse cerca del puente hacia Lvtetia. El capitan Roscoe yacía tirado en el piso, la alta terraza del castillo Uralt se había desplomado y un gran número de soldados estaba sepultado bajo los escombros. Cerca de Appéndix Probi, Augustine palidecía y gritaba desesperadamente, como si el agua la hubiese atrapado. Y sin titubeos, la damá no dudó en extender su mano, pero la amplia distancia entre el puente y las aguas provocó que cayera inútilmente hacia la crecida. Pero antes de tomar la mano de Augustine, el reflejo de aquella se disolvió en ondas provocadas por el tránsito irregular de una góndola, que se acercó en el momento justo, y recibió a la dama.
 -Habría sido una muerte muy dulce- clamó una voz femenina desde el camino hacia Furlán-.
-¿No estás de acuerdo, Nick?-agregó-.
Y varios metros al interior de Furlán Nick estaba sentado en una banqueta, un privilegiado asiento en la antesala del corazón de Furlán: la acotada central de Furlán. Pero sólo su sombra apoyada al respaldar del asiento permitía identificarlo. La imagen oscura de su peculiar sombrero proyectada al borde del respaldar lo volvía inconfundible... y más aún para Madama Antúnez.
Los faroles en la acotada se encendieron y Madama Antúnez quedó expuesta .Llevaba un vestido negro de una sola pieza, con dobladillos de gran longitud a partir de la cintura y también en el antebrazo y las muñecas. Un corsé constituía el torso y más arriba resaltaba un gran lazo de igual tono en la base del cuello. Se trataba de aquel Gusorori cosido a mano y diseñado a la medida para la gran señora de la Nueva Lauffeuer. Pero, Nick Moir, el hombre de edad avanzada y cabeza del Clan Gallicis, famoso por la creación de hermosas piezas de vestir, aunque algo costosas, para todo aquello que necesitara ser cubierto, permaneció en silencio. Y su sombra no se movió un centímetro ni dos ni tres... únicamente se disipó hasta tornarse una bruma espesa.
El brazo derecho de Madama Antúnez estaba perpendicular al resto de su propio cuerpo... y un filo intermitente tremoló entre la bruma circundante...
La desesperación volvió al rostro de Augustine luego de que la góndola se alejara lo suficiente, pero la distancia entre la dama de Uralt y la proyección de Augustine en el Célebes escasamente se comparaba con la distancia de la inmensa luna, ante la cual la bruma se reverenciaba y luego se disipaba, pues la noche acaba de consumirse robusteciéndose junto a la única testigo de aquellos recuerdos, quien ahora pertenecía al insaciable Célebes...
Por la mañana, la escolta de las damas de Uralt hacia Nutzen Taugen siguió su curso sin irregularidades. Nadie preguntó por qué se pagó por diecisiete habitaciones en el figón y sólo se ocupó deciseis de ellas. Además, al salir de la Carmina Gaditana la imagen de la escolta y la servidumbre se disolvió en el horizonte...
Cuando Jang abrió sus ojos, además del sujeto a cuyo lado quedó dormido, nadie más estaba con en la habitación. Mirándolo brevemente y de reojo, Jang notó que el sujeto permanecia dormido... y respiraba.
Se acercó a una ventana y observó que afuera las preparaciones del festival habían comenzado hacía ya varias horas.
El pomo de la puerta giró y un hombre entró a la habitación. Se trataba de Ismael, un tipo fuerte y respetado por todos en el santuario. Su caballo rapado le confiere un aspecto militar, aunque para Agar, su mano derecha es el hombre más noble que ha conocido.
-Los canastos serán colocados pronto- dijo Ismael sonriendo-.
-¡Ah! Jang. ¿Dormiste aquí? -agregó-. Por suerte he venido a revisar cada habitación de este nivel. Sería una lástima que alguien se pierda del festival. Agar ha estado preguntado por ti. ¿Es cierto que Rodrigo y Pablo te ayudaron con un pequeño incoveniente? ... Es peligroso permanecer afuera del santuario muy avanzada la noche.
-La Gran Divergencia -respondió Jang-. Y una vez que cerró sus labios, Ismael se percató que Jang no estaba sólo en su habitación. Otro sujeto dormía plácidamente boca arriba sobre la cama de Jang.
-Entonces ese par no fanfarroneaba- musitó Ismael.
Jang advirtió la frase y miró desafiante a Ismael por un breve tiempo, aunque aquel no se percató.
Isamel se acercó hacia el sujeto que dormía, y le escudriñó el rostro pero le fue imposible recordar de quién se trataba.
-¿Lo he visto antes?- preguntó a Jang-.
Jang esquivó la pregunta guardando silencio.
Ismael retiró la mirada del sujeto sobre la cama. Tomó algo de aire y luego libero un respiro nostálgico.
-Debo continuar revisando las habitaciones- señaló Ismael-. Tu violín tiene el cantino roto, Agar me ha dicho que si consigues hacerte con uno de los tesoros ocultos por todo el santuario, ella misma lo reparara para ti como parte de las condecoraciones.
Y dicho aquello, Ismael sonrió como de costumbre observando a Jang y luego abandonó la habitación.
Jang regresó a la ventana y continuó observando el curso de los preparativos del festival. Pero en ese momento, el sujeto sobre la cama empezaba a mover los brazos con desatino.

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