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- IV. La campanada tercera
La segunda campanada recién sonaba. Los perlado suelos de
mármol lucían pálidos en las zonas en que la luz se precipitaba
despiadadamente, entrometiéndose en los juegos de rayuela y también en los
saltos sin impulso que daban los niños para conseguir el premio misterioso
ofrecido por el superior a aquel que lograra sobrepasar la distancia alcanzada
por Cicerne.
La superficie de toda Lauffeuer se distinguía del resto de las regiones de
Tréveris por su maravilloso efecto reflejo. Y así, si bien la luz incomodaba al
niño cuando intentaba fijar la mirada en el punto donde sus pies debían
amortiguar su caída luego de saltar, el otro niño que vivía bajo el suelo parecía
disfrutarlo enormemente o al menos eso decía Cicerne –cuando se le antojaba
comunicarse, claro está-.
Pero a decir verdad, nadie, ni siquiera el superior, conocía qué clase de
criatura era Cicerne e ignoraban a cuál especie animal pertenecía, por qué sus
escamas cambiaban de color tan sorpresivamente o cómo se alimentaba siquiera
–aunque para lo último no contaba la comida que recibía de los niños-.
Además de su cuerpo cubierto por escamas de cambiante tonalidad, y su cola como
una punta aguda, y sus extremidades ligeramente pequeñas respecto a su cabeza y
demás cuerpo, el pequeño par de cuernos
que le sobresalían escasos centímetros de la cabeza, apuntaban a creer que se
trataba de un dragón enano, pero lo cierto es que los dragones no acostumbran
mudar de pelo a escamas…
Pero de todos modos, lo único que se tenía con certeza ni siquiera era el
origen verdadero de la Cicerne, sino más bien que se apareció cerca de las
ruinas de la Gran Laguna, luego de que aquella se redujera a escombros y el
equipo de reconstrucción evaluara, durante una de las expediciones, la
posibilidad de levantarle nuevamente.
En aquel momento Cicerne era más pequeño y sus extremidades tenían las
dimensiones apropiadas respecto a su cuerpo, el cual estaba cubierto de cabello,
y no poseía una cola tan larga como la actual, aunque, no obstante, su mirada
añil, taciturna y pedigüeña, no cambió desde entonces y por ello era quizás que
se mantenía en esa condición poco indigente...
Era posible que los niños que lo alimentaran de más o lo invitaran a sus casas
o a sus fiestas de cumpleaños o a las pijamadas...
-Dicen que la necesidad tiene cara de perro- exclamo el superior apelando a
Cicerne, mientras invadía el juego de los niños en la plazoleta acompañado por
una figura encapuchada, que marcaba pasos descoordinados.
Pero Cicerne, que tenía los ojos cerrados, prefirió guardar energía e ignoró la
acusación. Luego se dio la espalda y permaneció dormido el resto de la tarde en
aquel mismo sitio.
Todo lo contrario que los niños, quienes fueron enviados con sus padres por
Dípeto hasta que los preparativos para recibir la campanada tercera estuvieran
terminados.
Dípetto y el sujeto de la capucha se despidieron en la plaza, poco después de
haber discutido frente a frente, quizá, sobre aquellos mismos preparativos…
Más tarde, el superior se encontraba de espaldas a los peldaños que precedían
los portales de la catedral, cuando un par de adolescentes lo sorprendieron. Se
trataba de una chica y un chico.
-¿A qué se debe su prisa, muchachos? Es muy temprano todavía-. Comentó Dípeto
mientras sus propios ojos detallaban, aún de espaldas, el irregular flujo de
luz tenue que se observaba al interior de los globillos de la nueva serie de
bombillas que decorarían aquel mes tercero toda la capital cuando la última de
las campanadas emitiera su peculiar tonada.
Pero antes de que los jóvenes le respondieran, el superior interrumpió la
comunicación, dejándolos a medio decir, enalteciendo en un murmullo más o menos
inaudible, la magnificencia de las serpientes aladas que se movían al interior
de las bombillas.
-¡Es que… es que tomamos el atajo de la sección clausurada de la capital para
llegar aquí!- gimió Dea en tono quebradizo.
Su novio permaneció inmóvil unos pocos segundos.
Pero no fue necesario incurrir en un discurso explicativo y recargado de
disculpas infantiles, porque Dípeto se percató de la expresión en el rostro de
ambos.
Tenían las pupilas muy dilatadas y los ojos muy brillantes, como si
antecedieran un llanto interminable. Sudaban mucho. Napulé mucho más que Dea, y se notaba que no
habían corrido demasiado…
Sin embargo, la expresión del superior era alarmante…
-Había una pirámide… y se movió- dijo Napulé ante el gesto del superior,
aprovechando que no hubo regaños, con la esperanza de encontrar consuelo y
respuesta sobre el inquietante movimiento de la pirámide.
Dípeto se tomó el pecho por un momento y dándoles la espalda los invitó a
entrar en la catedral…
Y ni siquiera Cicerne logró vislumbrar a tiempo la tragedia que marcaría permanentemente
el cielo, la desgracia que arrastraría la brillantez de Lauffeuer hacia la más
tenebrosa pesadilla: un rompecabezas imposible de rearmar… después de todo, no
quedó en pie más aquel portal inmenso que alguna vez protegió la entrada de la
Gran Catedral... al sonar la campanada tercera. La oscuridad lo engulló todo.