Las más vistas

Posted by : D. Morgana agosto 04, 2014

La segunda campanada recién sonaba. Los perlado suelos de mármol lucían pálidos en las zonas en que la luz se precipitaba despiadadamente, entrometiéndose en los juegos de rayuela y también en los saltos sin impulso que daban los niños para conseguir el premio misterioso ofrecido por el superior a aquel que lograra sobrepasar la distancia alcanzada por Cicerne.
La superficie de toda Lauffeuer se distinguía del resto de las regiones de Tréveris por su maravilloso efecto reflejo. Y así, si bien la luz incomodaba al niño cuando intentaba fijar la mirada en el punto donde sus pies debían amortiguar su caída luego de saltar, el otro niño que vivía bajo el suelo parecía disfrutarlo enormemente o al menos eso decía Cicerne –cuando se le antojaba comunicarse, claro está-.
Pero a decir verdad, nadie, ni siquiera el superior, conocía qué clase de criatura era Cicerne e ignoraban a cuál especie animal pertenecía, por qué sus escamas cambiaban de color tan sorpresivamente o cómo se alimentaba siquiera –aunque para lo último no contaba la comida que recibía de los niños-.
Además de su cuerpo cubierto por escamas de cambiante tonalidad, y su cola como una punta aguda, y sus extremidades ligeramente pequeñas respecto a su cabeza y demás cuerpo,  el pequeño par de cuernos que le sobresalían escasos centímetros de la cabeza, apuntaban a creer que se trataba de un dragón enano, pero lo cierto es que los dragones no acostumbran mudar de pelo a escamas…
Pero de todos modos, lo único que se tenía con certeza ni siquiera era el origen verdadero de la Cicerne, sino más bien que se apareció cerca de las ruinas de la Gran Laguna, luego de que aquella se redujera a escombros y el equipo de reconstrucción evaluara, durante una de las expediciones, la posibilidad de levantarle nuevamente.
En aquel momento Cicerne era más pequeño y sus extremidades tenían las dimensiones apropiadas respecto a su cuerpo, el cual estaba cubierto de cabello, y no poseía una cola tan larga como la actual, aunque, no obstante, su mirada añil, taciturna y pedigüeña, no cambió desde entonces y por ello era quizás que se mantenía en esa condición poco indigente...
Era posible que los niños que lo alimentaran de más o lo invitaran a sus casas o a sus fiestas de cumpleaños o a las pijamadas...
-Dicen que la necesidad tiene cara de perro- exclamo el superior apelando a Cicerne, mientras invadía el juego de los niños en la plazoleta acompañado por una figura encapuchada, que marcaba pasos descoordinados.
Pero Cicerne, que tenía los ojos cerrados, prefirió guardar energía e ignoró la acusación. Luego se dio la espalda y permaneció dormido el resto de la tarde en aquel mismo sitio.
Todo lo contrario que los niños, quienes fueron enviados con sus padres por Dípeto hasta que los preparativos para recibir la campanada tercera estuvieran terminados.
Dípetto y el sujeto de la capucha se despidieron en la plaza, poco después de haber discutido frente a frente, quizá, sobre aquellos mismos preparativos…
Más tarde, el superior se encontraba de espaldas a los peldaños que precedían los portales de la catedral, cuando un par de adolescentes lo sorprendieron. Se trataba de una chica y un chico.
-¿A qué se debe su prisa, muchachos? Es muy temprano todavía-. Comentó Dípeto mientras sus propios ojos detallaban, aún de espaldas, el irregular flujo de luz tenue que se observaba al interior de los globillos de la nueva serie de bombillas que decorarían aquel mes tercero toda la capital cuando la última de las campanadas emitiera su peculiar tonada.
Pero antes de que los jóvenes le respondieran, el superior interrumpió la comunicación, dejándolos a medio decir, enalteciendo en un murmullo más o menos inaudible, la magnificencia de las serpientes aladas que se movían al interior de las bombillas.
-¡Es que… es que tomamos el atajo de la sección clausurada de la capital para llegar aquí!- gimió Dea en tono quebradizo.
Su novio permaneció inmóvil unos pocos segundos.
Pero no fue necesario incurrir en un discurso explicativo y recargado de disculpas infantiles, porque Dípeto se percató de la expresión en el rostro de ambos.
Tenían las pupilas muy dilatadas y los ojos muy brillantes, como si antecedieran un llanto interminable. Sudaban mucho.  Napulé mucho más que Dea, y se notaba que no habían corrido demasiado…
Sin embargo, la expresión del superior era alarmante…
-Había una pirámide… y se movió- dijo Napulé ante el gesto del superior, aprovechando que no hubo regaños, con la esperanza de encontrar consuelo y respuesta sobre el inquietante movimiento de la pirámide.
Dípeto se tomó el pecho por un momento y dándoles la espalda los invitó a entrar en la catedral…
Y ni siquiera Cicerne logró vislumbrar a tiempo la tragedia que marcaría permanentemente el cielo, la desgracia que arrastraría la brillantez de Lauffeuer hacia la más tenebrosa pesadilla: un rompecabezas imposible de rearmar… después de todo, no quedó en pie más aquel portal inmenso que alguna vez protegió la entrada de la Gran Catedral... al sonar la campanada tercera. La oscuridad lo engulló todo.



Leave a Reply

Subscribe to Posts | Subscribe to Comments

- Copyright © De tristezas y alabanzas - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -