- Back to Home »
- VI. La toma del castillo Uralt -Parte II
Posted by : D. Morgana
agosto 05, 2014
La hora del té transcurrió como de costumbre, pero a
diferencia de las oportunidades previas, no hubo nadie en los niveles ocultos
en los sótanos del castillo cuidando de los durmientes o –siquiera-
monitoreando los niveles de absorción de los cristales en el cuarto de estudio.
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…