Las más vistas

Posted by : D. Morgana agosto 04, 2014


Las sábanas se encontraban todas salpicadas de sangre y los muebles cercanos compartían la misma suerte. En las paredes algunas manchas  se habían tornado del color del vino que es fermentado por décadas y las nuevas pinturas encajaban perfectamente con los metales barnizados de rojo metálico que estructuraban la ahora abandonada litera.
Nadie respiraba en la habitación y el único ruido provenía de los candelabros colgantes que la brisa agitaba de un lado hacia otro junto a los encajes dorados suspendidos entre las columnas de la litera, filtrándose por la ventana.
Parecían arañas gigantes ausentes de color, “nacidas del cuarzo y sentenciadas a morir y renacer nuevamente del cuarzo”…
Titus alardeaba de ser capaz de observar aquella misma sentencia grabada en los metales decorativos e inclusive en las gruesas cadenas que mantenían a los candelabros aferrados al tejado, pero, no obstante,  Briseida le ignoraba acostumbradamente y aprovechaba para recalcarle siempre que las mentes retorcidas no gozaban de mucho tiempo sin ser abatidas por el ineludible reflejo de la razón, pues los muros  que les protegían eran guardianes de poderosos razonamientos que si bien se volvían un espectro interminable al interior de los muros del mismo modo que lo hace la luz, pocos les conocían en los callejones de Lauffeuer.
Fuera de la habitación con las manchas de sangre, una amplia sala en forma de medio círculo decorada con muebles, vasijas, jarrones y canastos, dejaba expuestas varias puertas de madera blanca y cada una de ellas con una inscripción diferente.
La única que permanecía entreabierta se trataba de aquella con la sangre salpicada en la pared y su inscripción parecía ser de cristal.
Briseida se apareció de pronto escapando de un juego de cortinas de terciopelo carmesí con elegantes vuelos de color dorado en los bordes, y se acercó luego hacia la puerta con la inscripción cristalina.
La luz mantenía muy iluminado todo el salón, y él mérito era en realidad de la misma Briseida, quien realizó los trabajos de investigación para dar con el mejor decorado en el tejado.
Lobos grises, agujas de oro y de plata, manzanas rojas como la sangre seca de la habitación, rosas de tallos espinosos -e incluso hasta sapos y renacuajos- la miraban fijamente desde el tejado.
Briseida se sentía complacida por el gigantesco vitral reforzado y el espectro de infinitos tonos que se deslizaban desde la parte superior hasta el pie de cada puerta.
El pomo de la puerta más cercana a la entreabierta giró sorpresivamente y Titus se apareció también.
Llevaba puesto un vestido negro de terciopelo con una cinta blanca que parecía de algodón forrando la parte baja –que llegaba hasta el medio muslo- así como también las puntas de las mangas. Cerca de la zona de los pechos colgaba un par de pompones blancos sujetados invisiblemente a la capucha que le cubría hasta los hombros, cuyo interior se encontraba cubierto por el mismo material terso y blanquecino.
Briseida arrugó la cara escudriñando los rostros de los conejillos que adornaban la parte de la cadera del vestido de Titus.
Sus ojos gritaban cuán insoportables le parecían, pero el límite lo rebasó el ridículo sombrero de copa con el lazo blanco adornándole junto a los encajes en los bordes del ala que Titus llevaba puesto de medio lado…
Pero antes de que Briseida abriese sus labios, Titus abrió los suyos propios:
-Pentamerone- pronunció con su encantadora voz, al mismo tiempo que se acercó a la puerta y posó su mano derecha sobre la inscripción de cristal.
Briseida se veía sorprendida ante el hecho.
-Ti..tus- murmuró está última, pero Titus continuó hablando.
-Me hace sentir triste que la resolución haya sido esta-. Pero los grabados en las piezas colgantes de la habitación siempre fueron una sentencia ineludible.
Y luego de aquellas palabras, ambas entraron en la habitación.
Los encajes en la parte superior de la litera se movían insensiblemente de un lado hacia otro.
-Han perdido luz y encanto- dijo Titus observándoles.
Pero Briseida le ignoró con alevosía y procedió a buscar entre los cajones de uno de los muebles cercanos a la litera.
Titus se acercó a una silla más o menos alta que parecía haber sido tejida de una paja tierna de tonalidad dorada.
Sus ojos se encontraron con una muñeca fabricada de hilos y telas, de piel blanca y cabello oscuro con una peineta de adorno, pero sin vestimenta alguna.
Titus la tomó y la colocó entre sus propios brazos casi de inmediato, liberándole del agonizante y taciturno descanso entre la cárcel de mullidos cojines.
-No llorarás de nuevo- sollozó Titus abrazando con fuerza aquella misma muñeca.
Briseida encontró lo que buscaba.
Volteó de inmediato hacia Titus y le miró con marcado desprecio. Puso los ojos en blanco y le dio la espalda diciendo.
-La llave ya está en mis manos. Puedes conservar la muñeca-.
Titus sollozó con más fuerza y salió corriendo de la habitación, empujando intencionalmente a Briseida, quien se sacudió las faldas de su vestido de estilo semejante al de las cortinas por las que apareció en el gran salón, y luego de cerrar la habitación para siempre con la única llave que fue forjada para ello, la guardó en uno de sus bolsillos y se retiró de la amplia sala al momento en que la luz que entraba por uno de los vitrales del tejado se volvió naturalmente traslúcida.
El salón permaneció en silencio por varias horas, hasta que la noche se hizo presente.
En el primer piso, la sala para el té se encontraba completamente vacía hasta que la puerta se abrió y el reflejo de Catharina se replicó en las ventanas.
-Es ese un vestido espectacular- clamó una voz a espaldas de Catharina y ésta volteó a mirarle…
Se trataba de  Betsabé, la más joven de todas.
… Pero si te has fijado no hay nadie aquí para elogiarle. De las ocho sillas, sabemos qué esperar de una, además de que Titus no se presentará para este trienio, lo cual nos deja saber que dos sillas sobrarán esta noche. Te pregunto entonces, querida Catharina, ¿por qué creerías que Titus no nos acompañara en la celebración de esta noche?
Catharina se puso nerviosa. No se atrevió a responder.
-Bien, como quieras- sentenció Betsabé haciendo un gesto infantil con los brazos y encogiendo los hombros. Será mejor esperar a las otras.
Ambas tomaron asiento.
Catharina observaba las otras seis sillas vacías. Las palabras de Betsabé resonaban en su mente y el pulso le fallaba.
-Sirve el té, querida hermana- dijo Bestabé. Y Catharina tomó la tetera y comenzó verter el líquido en la primera taza, pero el inestable pulso le hizo soltar la tetera…
-Ese no es un buen presagio para el nuevo trienio- clamaron un par de voces al momento que la tetera se quebrara.
…Betsabé volteó a mirar hacia la puerta y se percató de la presencia de Amaneuta y Alecto, las gemelas.
-Lo sé- respondió Catharina, mientras limpiaba el té derramado.
-Falta poco- murmuró Betsabé señalando un reloj antiguo que colgaba de una de las paredes y cuyas agujas se acercaban velozmente hacia el número doce.
Amaneuta y Alecto tomaron asiento y Amaneuta asistió a Catharina con el té derramado.
Una vez que el té fue limpiado, Alecto tomó otra de las teteras en uno de los azafates de la mesa de reserva y lo llevó hacia la mesa principal.
Las cuatro hermanas tomaron té por unos minutos.
Betsabé permaneció en silencio todo el tiempo, escuchando las historias de Alecto y Amaneuta, mientras que Catharina sólo observaba con temor las otras cuatro sillas vacías…
El reloj crujió de pronto.
Catharina dio un salto en su silla. Alecto y Amaneuta cerraron sus labios, pero Betsabé se levantó de la mesa y se asomó por una de las grandes ventanas de la habitación y junto a las otras tres, observaron la magnánima iluminación de Lauffeuer.
El templo Rivolta D´Adda lucía espectacular con su nuevo juego de luces.
-Es extraño que Briseida y Titus no se hayan presentado todavía- clamo Alecto maravillada. Iré a buscarlas…
pero fue interrumpida antes de salir…
-Iré yo- rugió Betsabé.
Catharina se percató del enojo de Betsabé y fue la única que le miró salir de la sala…
-¡Miren!- señaló Amaneuta. ¡Eso es nuevo!...
pero Catharina no fue capaz de observar a tiempo…
Una ola de cristales rotos azotó el oído de Catharina, Alecto y Amaneuta…
Desde la venta rota, la cicatriz en el cielo se miraba hermosa, junto a los torbellinos que devoraban el templo Rivolta D´Adda. Y desde afuera la placa de metal con inscripción Corvus Corax se resquebrajaba como la tierra seca y se desvanecía sobre un pórtico cristalizado…

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