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Posted by : D. Morgana agosto 04, 2014


 La campanada tercera sonaría pronto y quizás con ello el cielo se tornaría más oscuro y las bombillas se darían a la tarea de iluminar toda la capital. Así sucedía cada año tercero, y gritos de euforia de los niños que corrían en la plazoleta se transformaban en un silencio imperturbable al interior de la Gran Catedral. El superior Dipetto celebraría el culto en el que todo habitante tomaría participación, pero ello únicamente para quienes desearan asistir a las congregaciones religiosas.
Desde algunos años atrás, Lauffeuer fue nombrada la nueva capital de la Gran Tréveris, la nación en el cielo, y sobre sus suelos de mármol y perla, la posibilidad de creer en cuanta ideología fuese capaz de ser manejada por la mente antes de caer en la locura de la sobrecarga, resultaba toda una cultura de libertades, aunque claro, en Lauffeuer aquellas ideas más retorcidas –nativas o no- encontraban un eterno descanso y no tan secretamente por encima de las nubes más altas.
Pocos se atrevían a visitar las ruinas aisladas en el sector oeste de la capital, pero -el siempre joven- Adam tenía la costumbre de visitarles cada tercer día de la semana. Le gustaba alcanzar la capilla en la torre más alta del viejo castillo y observar desde allí la magnificencia del resplandor artificial que generaban las bombillas en las otras secciones de Lauffeuer.
Además, tenía la costumbre de cargar los pequeños costales de cartas que le enviaban de los diferentes clanes hasta la capilla, aunque Adam no pertenecía a ninguna de las congregaciones, pero, no obstante, había recibido ya varias invitaciones del Clan de la Quiromancia. 
Normalmente sucedía que los dejaba bajo la mesa y en ciertas ocasiones se extraviaban, pero estaba completamente seguro que nadie más se atrevía a visitar las ruinas.
Llevaba algún tiempo sin saber de Margarita o de Eduardo. La última vez que habló con Eduardo ocurrió al inicio del mes anterior, cuando Eduardo le comentó en el callejón donde venden las telas de importe, que había ascendido de rango en el Clan de los Alquimistas.
De Margarita ya se cumplían más de dos meses sin tener noticias...
Cuando la campanada tercera cimbró sorpresivamente y su coro se escabulló entre los muros que aún permanecían de pie sosteniendo la recámara, porque ya una cuarta parte del tejado era escombro sobre una mesilla de concreto ubicada al centro de la capilla, Adam observó de inmediato por la única ventana en pie, la brillante iluminación de la capital. Lauffeuer parecía sonreír desde lo alto. Pero Adam pensaba que el cielo nocturno sonreía mejor.
Poco después se inclinó bajo el escritorio de madera perpendicular a la ventana y arrastró hacia sí un baúl de tamaño normal fuera de la mesa. Hecho de fresno perenne, tenía un poco de polvo acumulado en la cerradura, pero Adam lo removía con frecuencia.
 Luego de soplarle y haberle abierto, Adam sacó del baúl un par de velas y las colocó en un pequeño candelabro que brillaba levemente de un color platinado. También sacó una rejilla con orificios diminutos para que el viento que entrara por la ventana no extinguiera con tanta facilidad el fuego de las candelas una vez encendidas.
De su propio bolsillo sacó un encendedor caja con relieves en forma de girones irregulares y se dispuso a encender ambas velas. Luego abrió el costal con las cartas de esta semana  y tomó de aquel el primer paquete, y lo cierto es que aquel primer paquete era siempre el único que leía, ya que los demás únicamente contenían dentro de sus sobres tarjetas de invitación a los clanes de menor y mediano prestigio.
Rompió  la cinta que sujetaba los sobres y comenzó a revisar cada una de las cartas.
Posterior a un breve chequeo, notó que esta ocasión el paquete contenía siete sobres, dos más que la semana anterior. Las primeras tres, remitidas por el profético Clan de la Quiromancia; la cuarta, sin remitente; y las últimas tres destinadas nuevamente para un fantasma, aunque, sin embargo, un papelillo se desprendió de en medio del sexto y séptimo sobre.
Era rosado y despedía el dulce aroma de flores de un campo lejano.
Adam comenzó a sospechar de inmediato de quién se trataba y luego de sonreír con brevedad, se dispuso a leer la tan esperada carta de Margarita:
Día 14 de la temporada invernal
A mi amigo Adam,
                 
              He decidido escribirte después de tantos meses. Comenzaré contándote que Tania y yo nos encontramos muy bien. Ya no he vuelto a llorar y he comenzado a dedicar más de mi tiempo para ella. 
              Me encuentro lejos de Lauffeuer y con sinceridad te digo, que no tengo intenciones de volver, pero no creas que he dejado de pensar en Eduardo y en ti. Vivimos momentos  inolvidables que guardo en mi corazón y les recuerdo con una sonrisa en mi rostro, porque entre lo nuevo que tengo para contarte, ahora sonrío más.
            No sé si soy más feliz ahora, pero sé que desde que salí del Clan de Costuras y Otras Artes, puedo reconocer mis propios reflejos y el espejo también me reconoce a mí.
           He vuelto a escribir, ¿sabes? Y ahora dedico muchas horas a la semana al desarrollo de una novela que llegó a mi mente a través de un sueño. 
           Aquella mañana sentí que había estado durmiendo por cien noches, pero como es costumbre, el sueño tiene sus mañas...
            Pronto será la Natividad. Me pregunto qué clase de decoración vestirá este año los tejados de mármol y perla de Lauffeuer...
           Me despido al menos por ahora. Sé que es lo primero que debe anunciarse, pero espero que te encuentres bien y que sigas sin pertenecer a ningún clan. Te escribiré de nuevo cuando te tenga más noticias sobre mi novela. Tania también te envía saludos. Está como loca por sus regalos de este año.

Con cariño,
Margarita S. V.

Adam permaneció en silencio por algunos minutos, luego de leer aquellas noticias.
Jamás habría pensado que Margarita se diera a la tarea de escribir una novela. Recordaba las pocas ocasiones en que -picados por la misma desilusión- dedicaban horas a la contrucción de versos tejidos con el hilo del desahogo algunos días en la galería bajo la gran fuente central en Sainte-Coquille Prié, y otros en la casa de Margarita; pero que Margarita lograra ajustarse al corte exigente que requiere una composición de tal grado le tomaba completamente desprevenido.
La brisa comenzó a helarse un poco más que de costumbre y eventualmente corrió con más fuerza por la rejilla hasta provocar que se cayera.
Adam se sorprendió al instante y su mente dejó por fin a Margarita y su novela de lado para concentrarse en el espectro tornasol que llegó a su ventana.
La suscesión de bombillas flotantes que atravezaban Lauffeuer de costado a costado explotaban con la caricia del arco de color azul violáceo que se descolgaba desde el cielo y sus torbellinos incandecentes que azotaban edificios indiscriminadamente.
De la Cathédrale Eglise du Christ, la Vierge Marie et Saint-Cuthbert sólo restaba la fachada y desde la capilla, Adam logró observar el rompimiento de las últimas bóvedas nervadas; lo mismo sucedió con otras construcciones: el templo Rivolta d'Adda al norte, la Abadía de Bath al este, y varios de los clanes también fueron devorados igualmente por los torbellinos.
Los que fueron gritos de euforia en la plazoleta cercana a la Gran Catedral, se habían transformado en quejidos desesperados que recorrían fantasmagóricamente la capital entera.
Adam permaneció boquiabierto al encendiarse los bosques entre el sector norte y oeste colindantes con el castillo en ruinas, pues sabía que ahora no podría regresarse por el camino que le habia hecho llegar. La ruta hacia las ruinas se abría a través de los árboles de la ahora misérrima selva abrasiva.
Adam entró en pánico.
Escuchó un derrumbe en la planta baja y la capilla crujió de pronto. Más escombros se desmoronaron del tejado muy cerca de Adam. La rejilla sobre el suelo se deslizó hacia un lado y el vibrante sonido del acero raspando el suelo llegó de inmediato a los oídos de Adam, pero su mirada ahora apuntaba hacia la mesa encendida por las velas que se volcaron.
Los sobres encima de la mesa también se encendieron y aquel papelillo rosado escrito por Margarita se unió al incendio.
La capilla crujió de nuevo, pero esta vez con mayor violencia y Adam fue arrojado contra un muro resquebrajado a sus espaldas, lo que provocó el desprendimiento del tejado restante y la sepultura definitiva para todas las cartas que había recibido desde hacía tanto tiempo.
La rejilla, que se encontraba al lado de la puerta de la capilla, se deslizó velozmente hacia la dirección inversa, y su raspadura contra el suelo paralizó completamente a Adam, hasta que se alzó de la superficie y con el primer roce contra el muro que sostenía la ventana, derribó la torre alta...
En medio de la caída, Adam escuchó el reventar de más bombillas y sus ojos miraron fijamente el arco tornasol tendido en el cielo. Se veía hermoso, pero sus labios no se abrieron siquiera para gritar. Su cuerpo dio un giro en medio de la alta caída y esta vez sus ojos miraron los brotes del bosque transformados en ceniza, que parecía ir a buscarlo en el aire, además de los grandes escombros que ya habían aterrizado y los fantasmas de los niños de la plazoleta.
Perdió la visión o al menos sintió que todo estaba oscuro, pero en medio de su ceguera una luz muy brillante se le metió por las retinas.
Después, todo se volvió oscuro.

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