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- III. Los señores geniales
Esta vez no hubo forma de posicionarse por encima de la razón. El ataúd de
madera forrado con elegante satín grueso y otras telas más brillantes hablaba
por sí mismo. Iluccio fue encontrado muerto en la base del imponente roquedal
que incomunicaba el túnel hacia el viejo castillo. Ahora su cuerpo yacía
inmóvil y no respiraría de nuevo, pero, sin embargo, regresaba como un héroe:
asfixiado por una multitud agradecida que había organizado las calles y
avenidas para un recibimiento glorioso, aunque en esta ocasión los adornos
hacían las veces de vibrantes melancolías y enojos, que si bien provocaban la misma
atracción que se siente por los premios ofrecidos en los concursos de las
ferias, también incitaban a prever una catástrofe inminente para el clan de la
puerta rojo sangre.
Bastaba con mirar los círculos que las aves dibujaban en el cielo.
Lauffeuer expuso sin temor uno de sus secretos más profundos y desconcertantes.
La reputación de aquellos genios arquitectos se desplomó de inmediato y con
ellos el respeto entre los habitantes de la capital y por primera vez, los
llamados de la Gran Corte, fueron ignorados.
La persecución se decretó de prisa. No demoró demasiado la aparición de
recompensas ni de aquellos que se nutrieron de las mismas. Tampoco sobraron las
víctimas inocentes cuya sangre alimentó más que los hambrientos picos de las aves que
sentenciaron la capital a la tragedia con sus revuelos cíclicos y alarmantes.
Durante el día, los grupos de caza buscaban en las grandes edificaciones,
mientras que al llegar la noche, daban uso a las armas y se turnaban para
merodear esculturas, bustos y fuentes.
Todo cuanto habían construido y creado podría haber sido utilizado para
esconderse. Ya lo había demostrado La
espiral de la vida con los eventos de los clanes desterrados. No existía
quien dudase de la hábil mente de Los Arquitectos; el uno, un hombre joven,
fuerte, de bronceados brazos, con un gusto particular por las camisetas sin
manga y pantalones cortos de colores oscuros. Piernas -desde medio muslo hasta
el tobillo- también bronceadas, de igual manera que su rostro y su
cuello. Verdes ojos consumidos por el brillo del día, delgados labios y boca
pequeña. Cabello oscuro como ébano, corto, hacia arriba. Manos y pies grandes
-aunque no exageradamente-; el otro, ojos penetrantes y oscuros, de dócil
corte, gran viveza y dulzura resplandecientes. Un rostro blanquecino levemente
bronceado. Boca pequeña, pero labios un tanto más gruesos que el primero.
Cabello oscuro, también hacia arriba. Cuerpo más delgado, pero ligeramente
tonificado. Comparte el gusto por la ropa corta, aunque discrepa la inclinación
por colores oscuros. De cuello a pies literalmente vestido con delgadas telas
blancas. Tanto brazos como piernas con sobresaltadas venas producto de un
ejercicio constante.
Dastros y Envergard se volvieron tan indeseables como lo fueron los miembros de
los clanes oscuros antes de su destierro.
El primer enfrentamiento se dio contra Envergard en uno de los puentes del
norte perteneciente a La gradazione dello
Spirito, la sección de puentes erigidos sobre La Gran Laguna, planeada por Dastros
y construida por los miembros del clan.
Envergard escapó con ayuda una máquina gigante, la cual destruyó los puentes y
toda la sección se volvió inaccesible. Nadie murió de casualidad.
Por su parte, Dastros batalló contra uno de los grupos
merodeadores cerca del templo Rivolta D`Adda, pero el grupo perdió su ubicación
luego de que una cortina de humo provocara daños en las luminiscentes bombillas
del templo y los alrededores, porque se desvaneció hasta la mañana…
Meses después la cacería perdió fuerza y cada día menos grupos creían en la
efectividad del rastreo. Se había perdido demasiado tiempo buscándoles y ya
varias secciones de Lauffeuer se encontraban en ruinas.
Eventualmente, La Alta Corte envió al Superior Dípetto para controlar la
situación.
Pocos habían escuchando su nombre antes, y nadie le conocía, pero el decreto
firmado por La Alta Corte tenía poder absoluto, además, los niños se
encariñaron muy rápidamente con el superior y el mensaje de paz que Dípetto les
trajo pronto se extendió hasta sus padres y los padres de los niños, poco a
poco le aceptaron.
Dípetto planeó la construcción de la Gran Catedral y velozmente fue edificada
la construcción más grande de toda Lauffeuer. Incluso se rumoraba que
ascendiendo hasta el punto más alto a través de los majestuosos peldaños que
tenía por columna vertebral, se podía percatar que Lauffeuer estaba asentada en
una nube inmensurable.
Dípetto consiguió borrar de la memoria cada habitante el recuerdo de Dastros y
Envergard y las genialidades de éstos fueron aplastadas por el primero –con excepción,
claro, de los clanes y las misteriosas bombillas flotantes-; todo ello, en
menos de un trienio, pero cuando el tercer año estaba cercano a concluir, la
quietud fue perturbada nuevamente…
Aquel mismo día una pareja enamorada tomó el atajo para alcanzar el templo
Rivolta D`Adda, aunque en realidad se trataba de uno de los callejones que no
se modificaron después de las labores de Dípetto como maestro de obras de
Lauffeuer.
El callejón despedía una más o menos intensa, pero nadie más lo transitaba.
Algunos remolinos se levantaban unos pocos centímetros del suelo hasta
desvanecerse fácilmente a media altura. Ni siquiera el aire soplaba con su
característico vigor, porque todo lo que rodeaba aquella sobresaliente pirámide
se tornó débil e inestable por el abandono: los muros, las bombillas rotas y suspendidas
cubiertas de polvo, los papeles que aún no se desintegraban adheridos a los
postes y a las pizarras de información de los establecimientos aledaños –también
abandonados-…
-Nunca escuché sobre esta pirámide- dijo la chica en tono de sorpresa mientras
atravesaban el atajo.
El chico se detuvo a observar la pirámide sin pronunciar nada:
Tenía un portal en forma de triángulo, con la inscripción del símbolo Π
perfectamente distribuida entre sus ciento ochenta grados internos teñidos
todos del mismo tono que el añejo morapio que llena las copas servidas durante
la cena de todas las noches al interior de la Gran Corte de Lauffeuer.
El chico notó que también había un pórtico de cuatro escalones muy delgados unido
al portal…
-¿Me veo bien, eh?- comentó la chica desde el pórtico mientras posaba para su
novio.
Y el chico despertó del asombro.
Le dijo a la chica que no le gustaba esa pirámide, que recordaba haber
escuchado la historia de un viejo clan muy problemático del que dejó de
hablarse, si el superior Dípetto no lo mencionaba.
La chica respondió asertivamente, comentando que lo recordaba cuando el
superior les contaba la historia de los arquitectos, en las celebraciones
dentro de la Gran Catedral cuando eran más jóvenes y pequeños.
-Pero entonces es genial, ¿no?- agregó la chica. Pensar que aquí nacieron
los grandes secretos de Lauffeuer y que sabemos la ubicación de su núcleo es
verdaderamente una sorpresa.
-No digas tonterías- respondió el joven y la tomó de la mano y la haló cerca de
él pero la chica soltó la mano de su novio y se acercó de nuevo hacia el
portal.
La chica no lo pensó demasiado y empujó las puertas con toda cuanta fuerza fue
capaz de realizar… pero el portal no cedió en ningún momento.
La insignia en forma de Π reflejaba la luz del sol –y estaba caliente-, pero se
palpaba menor calidez que en los vidrios escarlata del resto del portal.
La chica colocó las manos paralelamente a su cabeza frente a los vidrios, pero
no se veía nada más que una mancha de vino.
El chico se acercó una vez más y la chica consiguió que él intentase mirar a
través del vidrio, pero él tampoco fue capaz de divisar lo mínimo.
La pirámide era relativamente grande, su altura era de no menos veinticinco
centímetros más que el doble de la suma de la altura de ambos jóvenes, pero la
zona en donde yacía olvidada, realmente no era la más concurrida.
-Ya tuviste suficiente de tu misterio- reprochó el joven, pero la chica
abandonó el pórtico y recorrió las otras caras de la pirámide, ignorando el
comentario de novio, claro.
Cuando posó su mano en una de las caras laterales de la pirámide, los muros
lisos que la protegían se hundieron un poco y unas grietas salieron a la luz
como si en realidad hubiesen sido siempre ladrillos.
Ambos jóvenes se maravillaron con la escena.
La chica regresó al pórtico –que tenía un par de escalones más y de mayor
espesor- y esta vez el portal se abrió sin siquiera tocarle.
Dentro de la pirámide, la luz parecía absorberse por unos vitrales geométricos colocados irregularmente en la superficie del
suelo, pero no dejaba entrever nada bajo la pirámide.
La pirámide contenía una única sala grande y una serie de puertas colocadas en
un muro arqueado al fondo de la sala, pero los pocos adornos parecían más
basura apilada cerca y debajo de los mesones mal acomodados ubicados en toda la
estancia, que los grandes secretos imaginados por la chica.
-¿Ves!- comentó el joven. Te lo he dicho, a lo mejor y esta no es la construcción
de la historia. ¡Mejor vámonos!
Y la chica aceptó, pero no sin antes recorrer los retratos en los muros, que de
nada tenían pinta más que esferas con líneas atravesándolas y números acostados
sobre las mismas líneas o serpientes dibujadas verticalmente con números
intimidantes en cabeza y cola y expresiones incomprensible al lado de éstas.
Las puertas tampoco conducían más que al muro donde estaban puestas…
Finalmente la chica se dio por vencida y abandonaron pronto la pirámide, las
esferas de vidrio rotas suspendidas sobre la nada, los papeles que aún no
terminaban de desprenderse de los muros de las otras edificaciones olvidadas, y
también el callejón.
La pirámide permanecía abierta, pero nadie más cruzó por el atajo hasta la
noche, no obstante de las basuras apiladas bajo los mesones, una foto fue
succionada por una corriente de aire del exterior.
Un hombre de buen parecer tomaba y besaba la mano de otro, que mal… no se veía…