Archive for agosto 2014
VII: Un bosque para ocultar el remordimiento
By : D. Morgana
Aún si la responsable del movimiento de las copas de los
árboles hubiese sido sólo la brisa –y no la voluntad de la salvia atrapada en
aquellas enriscadas cortezas de edad incalculable-, no importaba ahora.
Lo único reconocible para la vista era el blancuzco material que constituía la efigie sobre la que reposaba la cabeza, siendo esta víctima todavía de una migraña más o menos insoportable. Pues aún sin mayor claridad sobre lo ocurrido, era seguro para Adam que ninguna de sus cartas estaría atrapada entre las ramas de los árboles ni en los pocos nidos que había encontrado en aquellos árboles de las copas menos prominentes.
Con la mirada un poco perdida intentaba concentrarse enfocando la vista en el leve resplandor emitido por el objeto que halló en su bolsillo al despertar –que no era el encendedor caja con los relieves en forma de girones- y que ahora sujetaba fuertemente con su mano derecha, aunque ni siquiera él mismo podía asegurar que estuviera despierto o que hubiese caído en un estado tan severo de somnolencia.
Además, luego de intentarlo varias veces y picar el cuerpo de la criatura dormida al lado suyo, aquel cuerpecillo se mantuvo desatento, como si la existencia de Adam fuera poco menos que un espejismo.
Suspiro tras suspiro el aire transportaba una dulce melodía, similar a la voz atrapada en las pequeñas arcas de cuerda que al tocarles exponían desde su interior una joven doncella que giraba lentamente, algunas veces suspendida sobre uno de dos sus pies y algunas otras –con algo de suerte- sobre una estrella de color ámbar.
Y lo cierto es que aquel bosque se asemejaba fielmente al otro que Adam había testificado incendiarse la última vez desde su caída por la ventana de la capilla del viejo edificio arruinado al oeste de Lauffeuer…
Algunas horas más tarde, la presión en la cabeza de Adam se alivió repentinamente y para su conveniencia la criatura al lado suyo estiró las extremidades y luego de olfatearle unos segundos, le abandonó internándose en el bosque… pero no atravesó los arbustos utilizando sus propias patas, sino que –de alguna manera misteriosa- sobrevoló incluso por encima de las copas de los árboles de mediana altura.
-“Las cosas más bonitas de la vida ni se ven ni se tocan, sólo se sienten en el corazón”- pronunció Adam, luego de reincorporarse sobre sus propios pies, recitando el texto en la placa del pedestal con la escultura, sobre el cual reposó durante la mañana.
Un breve silencio se acomodó en la escena. Y los ojos de Adam observaron con precisión cada parte del sujeto tallado en la escultura: hermoso rostro, cabello corto y descubierto, delgados labios, gran cuerpo protegido únicamente con lo que parecía ser una camisa libre de mangas y un pantalón chico… pero sólo era una estatua a fin de cuentas. Y no tenía una pose significativa. Su rostro miraba fijamente hacia el horizonte lejano y tenías los brazos ligeramente extendidos hacia los costados, como si sujetara el vacío con las palmas de las manos.
Sus piernas estaban abiertas un poco nada más…
-Vaya que alguien ha tomado tiempo para esculpirle- murmuró Adam y finalmente se internó en el bosque sin poder seguir el rastro de la criatura de las pequeñas proporciones, pero con la certeza de no ser un espejismo.
Caminó varios metros al interior del bosque y se detuvo a observar distintas cortezas y notó que cada una de ellas repetía un patrón, una línea irregular que más parecía una cicatriz abierta con un propósito, aunque, sin embargo ni siquiera el canto de las aves se escuchaba en el bosque. Sólo la brisa que iba y venía entre los arbustos y las copas.
No transcurrió demasiado tiempo para que Adam notara algo más que el patrón repetido y marcado en las cortezas.
-Estás dando vueltas y no precisamente cierras un círculo- gruñó una voz que provenía de todas partes.
Y a continuación las hojas de todo arbusto y todo árbol comenzaron a sacudirse al mismo tiempo que recibían la caricia de un canto melodioso.
Entonces Adam esbozó un gesto de serenidad y desconcierto que, sin embargo, no le duró mucho… Al menos no la serenidad.
Apareció de entre las copas de un árbol cercano a Adam un sujeto que dando un elegante salto cayó sobre sus propios pies en la yerba a pocos pasos de Adam.
-Jang- clamó enseguida aquel mismo sujeto, al tiempo que inclinaba su cuerpo en un acto quizás de reverencia o quizás sólo de introducción de sí mismo.
-Mi nombre es Jang, El Violinista, y miembro de La Masquerade de Ipsael…
Pero Adam se limitó a observar con recelo el violín que Jang cargaba con el brazo derecho, así como el respectivo arco en su otra mano.
Jang era un tipo joven, contemporáneo de Adam. Tenía la piel de un color acanelado y un tono más profundo que el de Adam. Además, los rasgos de la cara de Jang dejaban en claro su lejana natal: ojos oscuros rasgados y semi-abiertos de larga pestaña y profundo ver, pómulos no pronunciados, nariz recta, boca y oídos pequeños. Rostro liso, virgen de arrugas más que para sonreír y presentes sólo en la comisura de los ojos.
-… quizás nos hayas visto en escena alguna vez, aunque por esa expresión tuya no me confío.
En ese momento la mirada de Adam sólo denotó un absoluto recelo, y no pronunció nada.
-Tienes cara de pocos amigos, ¿lo sabes, no?- vaciló Jang en tono de broma, a la vez que retomaba una postura envidiable, completamente erguida.
-¿Don… dónde estamos?- pronunció Adam en tono serio manteniendo su mirada recelosa.
Jang se sorprendió un poco y lo hizo notable al levantar una de sus cejas algunos centímetros por encima de la otra. Luego se acomodó el cabello –que era completamente lacio y le cubría la frente, pero en general lo llevaba corto- , recogió una bocanada de aire y se dispuso a responder.
-Este es el maravilloso Bosque de Havealock- dijo- acercándose a escasos pasos de Adam. Y le miró fijamente a los ojos y continuó respondiendo.
-Se rumoran muchas cosas sobre este sitio, pero yo, que llevo paseando algún tiempo significativo por estos lares podría desmentir las acusaciones. Sin embargo, también admito que esos rumores son la principal causa de que el bosque permanezca como hasta ahora… ¿Sabes?.. Tiempo atrás La Masquerade de Ipsael se anunciaba a lo largo y ancho de todo el continente. Llegamos a presentarnos en Lauffeuer hace ya más de tres años…
Pero dicho aquello, Jang retiró su mirada de los ojos de Adam y no dijo más, aunque Adam se percató de la agonía disimulada en el discurso de Jang y no insistió en preguntar de nuevo dónde se encontraba.
En cambio, preguntó sobre la estatua que había visto y sobre la que estuvo reposando durante el día.
-L`architecte des langues – musitó Jang aún de espaldas-. Lo que viste son muestras de gratitud, sólo eso…
Luego de responder, Jang se dio la vuelta.
-¿Tienes tiempo para un paseo?- agregó-. Después de todo, yo conozco la salida de este laberinto.
Adam asintió...
Horas más tarde la mirada de Adam era otra. La plática con Jang –que no se cansaba de hablarle sobre sus habilidades innatas con el manejo del violín- le hizo olvidar las inquietudes: Lauffeuer, su valioso baúl, la carta de Margarita, las bombillas flotantes que iluminaban la reconstruida ciudad, los clanes, Eduardo, su amigo… tantos motivos para perder la calma, todos ellos se volvieron un recuerdo olvidado… pero no por mucho.
-¡Por fin!- refunfuñó Jang en tono de auto reproche-. Tal parece que perdí la concentración por tanta plática… pero es aquí-.
Y en seguida Adam entró en un estado de asombro.
Allí, al nivel de sus pies, se encontraban devoradas por el lodo y la tierra una serie de bombillas rotas, pero aún se apreciaba su tamaño similar al de los globos que los niños soltarían en la plazoleta de Saint-Coquille durante la llegada del último trienio de Lauffeuer.
Adam se acercó lo más que pudo, pero Jang le sujetó el brazo antes de que Adam pisara el lodo.
-No es un lodo cualquiera- le dijo-. Bastará con que sepas eso.
Y después, en cuestión de un parpadeo, aquella serie de bombillas reventadas se consumió para siempre en la tierra húmeda…
-Eres un tipo extraño- clamó Jang sujetando todavía la mano de Adam-. Si bien llegar a este punto del bosque es complicado, se vuelve más difícil a partir de este momento. Mira bien. Estoy seguro que te has percatado de que estamos en una encrucijada. Siempre hay dos caminos…
Sin embargo, el discurso de Jang se vio alterado por un sonido diferente al que produce la brisa cuando se mezcla con las hojas o al que marcan las pisadas entre la yerba o el de la voz de Adam o la de cualquier otro ser vivo.
De pronto una línea de árboles que hacía del camino frente a Jang y Adam una uve con dos caminos completamente diferentes, desapareció como un vaho que se ha vuelto uno con el aire…
-“Le belle divergente”- el fenómeno- musitó Jang…
Y al cabo de sus palabras, una fila de potros blancos emergió de entre el vaho: seis en total al mando de un cochero y un gran carruaje de un violeta melocotón.
Pero a sorpresa de Adam, ni los caballos ni el carruaje desaparecieron al atravesar el lodo.
-¡Cuidadooo!- chilló una voz femenina-. Y enseguida el cochero hizo detener el galope de los caballos frenando también al carruaje a una muy corta distancia de Adam.
Un segundo después se abrió una de las puertas del carruaje, de cuyo interior bajó de un breve salto, un par de pálidas zapatillas que al caer no se mancharon con la tierra húmeda.
Jang esbozó una expresión de sorpresa. Soltó la mano de Adam y escondió su violín tras su propia espalda.
Del carruaje bajó una chica que todavía no alcanzaba la adultez. Llevaba puesto un largo vestido negro, ajustado de los hombros hasta el vientre, formando una campana de pliegues a partir de la cintura. Las mangas cubrían su brazo entero y llevaba las manos protegidas por unos guantes del mismo tono del vestido, además de un diminuto sombrero de copa puesto de medio lado sobre su cabello negro azabache.
-Miss Titus- le replicó el cochero con algo de enojo cuando la chica abandonó el carruaje. Pero ella desatendió la apelación del sujeto, llevando la mirada hacia lo alto. Y no parecía que ni ella ni el cochero hubiesen advertido aún la presencia de Adam o de Jang, quien se había movido unos pasos hasta detrás de unos arbustos.
Enseguida, Adam escudriñó la mirada de la chica a pies de ésta. Su rostro evocaba una sensación de nostalgia, debido quizás a la similitud de su rostro tan blanco como la perla empleada para las construcciones de los elementos de Lauffeuer…
-Il castello, Miss- remitió nuevamente el cochero hacia la chica-. Y Titus, ejecutando un delicado gesto con la mano con la mirada aún en lo alto, de alguna manera hizo que el cochero guardara silencio. Luego, libero un suspiro sujetándose el sombrero con una mano y se retiró hacia el carruaje.
-Estaba tan segura- murmuró-.
Después entró de regreso en la carroza y los caballos echaron a andar.
Jang salió de los arbustos y se acercó a Adam. Pero Adam estaba tumbado sobre la hierba…dormido.
Más tarde, con la entrada de la noche y la luz artificial de una fogata, las notas elevadas por Jang y su violín se escabulleron por los arbustos más cercanos. Y Adam despertó eventualmente.
Jang lo miró impávido todavía ejecutando su melodía.
-Lo de antes- dijo Adam- mientras se reincorporaba del tronco sobre el que estaba apoyado-. ¿Qué ha sido eso? … estoy seguro que aquella chica no podía vernos…
Entonces el arco que se movía sobre las cuerdas del violín se detuvo y Jang se mantuvo inmóvil por unos segundos.
-Lo cierto es que pensaba postergarlo lo más que pudiera- respondió Jang mientras colocaba su violín a un costado del tronco sobre el que reposaba Adam.
-Quizás te parezca extraño, pero es cierto que la chica no pude verte… ni a mí tampoco-. Cuando nos encontramos hace varias horas, vagamente elevé un comentario sobre los rumores que surgen a partir de este bosque. Y puede ser que recuerdes lo que dije sobre acabar con esos rumores. Lo que sucede es tan sencillo que se vuelve complejo si lo piensas demasiado. Pero de cualquier manera, te dije algo cierto, pues conozco cada rincón del Havealock en el que estamos…
-¿En el que estamos?- replicó Adam-.
-Sí-. Este sitio es considerado por muchos una ilusión… o al menos eso dicen de donde vengo. Según se cuenta, más allá de estos árboles, yace un castillo misterioso que da con una parte del Mar Tirreno. Pero si me lo preguntas no hay evidencia de que exista, pues aunque se rumora que muchos se han aventurado a buscarle, nadie le ha encontrado… o al menos no hay registro de ello… Ni siquiera nuestra Deeva habla de algún horizonte que exista más allá de este bosque. Lo que respecta a “este Havealock” es un misterio que se antepone a las historias sobre el famoso castillo, pero está fuertemente ligado a él…
Adam permaneció en silencio dejando entrever algo de temor en su rostro, pero no lo suficiente para llamar la atención de Jang, quien parecía estar sufriendo a medida que avanzaba con su relato.
-¿Viste la escultura en el centro del bosque?- preguntó Jang-.
Sin embargo, no permitió que Adam respondiera…
-Esa escultura se colocó en honor a uno de los llamados “Arquitectos”, de cuya invención se cree que es este mismo bosque- agregó Jang-.
-Hace algún tiempo los planos de este sitio se encontraban en el lugar de donde vengo, pero la verdad es que yo nunca los vi. Pero también hay quienes dicen haberlos tomado con sus propias manos, aunque lo cierto es que su extravío es otro gran misterio-.
Entonces una brisa helada sopló cerca de ambos.
-Es tarde para continuar- clamó Jang.
-Estamos en el mismo sitio todavía- musitó Adam-.
-Así es- respondió Jang.
-Sinceramente me habría sentido culpable de llevarte conmigo. Pero me gustaría que me acompañaras a Agar, que es el sitio donde vivo. Está oculto aquí mismo, en Havealock…además mañana se celebra el Festival de los canastos... aunque después de todo hay dos caminos y eres libre de escoger-.
Dicho esto, Adam reverberó un sentimiento de duda a través de la expresión de su rostro.
Sin embargo, Jang disimuló su atención hacia el violín, que tomo del tronco inmediatamente.
-¿Puedo obtener información de Lauffeuer allá?- preguntó Adam escudriñando el gesto de Jang, quien sólo miró al suelo guardando silencio.
-Nuestra Deeva podría ayudarte- musitó Jang aún cabizbajo.
-Entonces llévame allá- dijo Adam.
Jang lo miró sonriente por uno o dos minutos.
-Es por allá- clamó- señalando el camino izquierdo de la divergencia.
Adam metió sus manos en los bolsillos de su propio pantalón. Retiró un objeto que destellaba levemente y se colocó en el cuello.
Luego ambos tomaron aquel camino de la divergencia señalado por Jang.
Lo único reconocible para la vista era el blancuzco material que constituía la efigie sobre la que reposaba la cabeza, siendo esta víctima todavía de una migraña más o menos insoportable. Pues aún sin mayor claridad sobre lo ocurrido, era seguro para Adam que ninguna de sus cartas estaría atrapada entre las ramas de los árboles ni en los pocos nidos que había encontrado en aquellos árboles de las copas menos prominentes.
Con la mirada un poco perdida intentaba concentrarse enfocando la vista en el leve resplandor emitido por el objeto que halló en su bolsillo al despertar –que no era el encendedor caja con los relieves en forma de girones- y que ahora sujetaba fuertemente con su mano derecha, aunque ni siquiera él mismo podía asegurar que estuviera despierto o que hubiese caído en un estado tan severo de somnolencia.
Además, luego de intentarlo varias veces y picar el cuerpo de la criatura dormida al lado suyo, aquel cuerpecillo se mantuvo desatento, como si la existencia de Adam fuera poco menos que un espejismo.
Suspiro tras suspiro el aire transportaba una dulce melodía, similar a la voz atrapada en las pequeñas arcas de cuerda que al tocarles exponían desde su interior una joven doncella que giraba lentamente, algunas veces suspendida sobre uno de dos sus pies y algunas otras –con algo de suerte- sobre una estrella de color ámbar.
Y lo cierto es que aquel bosque se asemejaba fielmente al otro que Adam había testificado incendiarse la última vez desde su caída por la ventana de la capilla del viejo edificio arruinado al oeste de Lauffeuer…
Algunas horas más tarde, la presión en la cabeza de Adam se alivió repentinamente y para su conveniencia la criatura al lado suyo estiró las extremidades y luego de olfatearle unos segundos, le abandonó internándose en el bosque… pero no atravesó los arbustos utilizando sus propias patas, sino que –de alguna manera misteriosa- sobrevoló incluso por encima de las copas de los árboles de mediana altura.
-“Las cosas más bonitas de la vida ni se ven ni se tocan, sólo se sienten en el corazón”- pronunció Adam, luego de reincorporarse sobre sus propios pies, recitando el texto en la placa del pedestal con la escultura, sobre el cual reposó durante la mañana.
Un breve silencio se acomodó en la escena. Y los ojos de Adam observaron con precisión cada parte del sujeto tallado en la escultura: hermoso rostro, cabello corto y descubierto, delgados labios, gran cuerpo protegido únicamente con lo que parecía ser una camisa libre de mangas y un pantalón chico… pero sólo era una estatua a fin de cuentas. Y no tenía una pose significativa. Su rostro miraba fijamente hacia el horizonte lejano y tenías los brazos ligeramente extendidos hacia los costados, como si sujetara el vacío con las palmas de las manos.
Sus piernas estaban abiertas un poco nada más…
-Vaya que alguien ha tomado tiempo para esculpirle- murmuró Adam y finalmente se internó en el bosque sin poder seguir el rastro de la criatura de las pequeñas proporciones, pero con la certeza de no ser un espejismo.
Caminó varios metros al interior del bosque y se detuvo a observar distintas cortezas y notó que cada una de ellas repetía un patrón, una línea irregular que más parecía una cicatriz abierta con un propósito, aunque, sin embargo ni siquiera el canto de las aves se escuchaba en el bosque. Sólo la brisa que iba y venía entre los arbustos y las copas.
No transcurrió demasiado tiempo para que Adam notara algo más que el patrón repetido y marcado en las cortezas.
-Estás dando vueltas y no precisamente cierras un círculo- gruñó una voz que provenía de todas partes.
Y a continuación las hojas de todo arbusto y todo árbol comenzaron a sacudirse al mismo tiempo que recibían la caricia de un canto melodioso.
Entonces Adam esbozó un gesto de serenidad y desconcierto que, sin embargo, no le duró mucho… Al menos no la serenidad.
Apareció de entre las copas de un árbol cercano a Adam un sujeto que dando un elegante salto cayó sobre sus propios pies en la yerba a pocos pasos de Adam.
-Jang- clamó enseguida aquel mismo sujeto, al tiempo que inclinaba su cuerpo en un acto quizás de reverencia o quizás sólo de introducción de sí mismo.
-Mi nombre es Jang, El Violinista, y miembro de La Masquerade de Ipsael…
Pero Adam se limitó a observar con recelo el violín que Jang cargaba con el brazo derecho, así como el respectivo arco en su otra mano.
Jang era un tipo joven, contemporáneo de Adam. Tenía la piel de un color acanelado y un tono más profundo que el de Adam. Además, los rasgos de la cara de Jang dejaban en claro su lejana natal: ojos oscuros rasgados y semi-abiertos de larga pestaña y profundo ver, pómulos no pronunciados, nariz recta, boca y oídos pequeños. Rostro liso, virgen de arrugas más que para sonreír y presentes sólo en la comisura de los ojos.
-… quizás nos hayas visto en escena alguna vez, aunque por esa expresión tuya no me confío.
En ese momento la mirada de Adam sólo denotó un absoluto recelo, y no pronunció nada.
-Tienes cara de pocos amigos, ¿lo sabes, no?- vaciló Jang en tono de broma, a la vez que retomaba una postura envidiable, completamente erguida.
-¿Don… dónde estamos?- pronunció Adam en tono serio manteniendo su mirada recelosa.
Jang se sorprendió un poco y lo hizo notable al levantar una de sus cejas algunos centímetros por encima de la otra. Luego se acomodó el cabello –que era completamente lacio y le cubría la frente, pero en general lo llevaba corto- , recogió una bocanada de aire y se dispuso a responder.
-Este es el maravilloso Bosque de Havealock- dijo- acercándose a escasos pasos de Adam. Y le miró fijamente a los ojos y continuó respondiendo.
-Se rumoran muchas cosas sobre este sitio, pero yo, que llevo paseando algún tiempo significativo por estos lares podría desmentir las acusaciones. Sin embargo, también admito que esos rumores son la principal causa de que el bosque permanezca como hasta ahora… ¿Sabes?.. Tiempo atrás La Masquerade de Ipsael se anunciaba a lo largo y ancho de todo el continente. Llegamos a presentarnos en Lauffeuer hace ya más de tres años…
Pero dicho aquello, Jang retiró su mirada de los ojos de Adam y no dijo más, aunque Adam se percató de la agonía disimulada en el discurso de Jang y no insistió en preguntar de nuevo dónde se encontraba.
En cambio, preguntó sobre la estatua que había visto y sobre la que estuvo reposando durante el día.
-L`architecte des langues – musitó Jang aún de espaldas-. Lo que viste son muestras de gratitud, sólo eso…
Luego de responder, Jang se dio la vuelta.
-¿Tienes tiempo para un paseo?- agregó-. Después de todo, yo conozco la salida de este laberinto.
Adam asintió...
Horas más tarde la mirada de Adam era otra. La plática con Jang –que no se cansaba de hablarle sobre sus habilidades innatas con el manejo del violín- le hizo olvidar las inquietudes: Lauffeuer, su valioso baúl, la carta de Margarita, las bombillas flotantes que iluminaban la reconstruida ciudad, los clanes, Eduardo, su amigo… tantos motivos para perder la calma, todos ellos se volvieron un recuerdo olvidado… pero no por mucho.
-¡Por fin!- refunfuñó Jang en tono de auto reproche-. Tal parece que perdí la concentración por tanta plática… pero es aquí-.
Y en seguida Adam entró en un estado de asombro.
Allí, al nivel de sus pies, se encontraban devoradas por el lodo y la tierra una serie de bombillas rotas, pero aún se apreciaba su tamaño similar al de los globos que los niños soltarían en la plazoleta de Saint-Coquille durante la llegada del último trienio de Lauffeuer.
Adam se acercó lo más que pudo, pero Jang le sujetó el brazo antes de que Adam pisara el lodo.
-No es un lodo cualquiera- le dijo-. Bastará con que sepas eso.
Y después, en cuestión de un parpadeo, aquella serie de bombillas reventadas se consumió para siempre en la tierra húmeda…
-Eres un tipo extraño- clamó Jang sujetando todavía la mano de Adam-. Si bien llegar a este punto del bosque es complicado, se vuelve más difícil a partir de este momento. Mira bien. Estoy seguro que te has percatado de que estamos en una encrucijada. Siempre hay dos caminos…
Sin embargo, el discurso de Jang se vio alterado por un sonido diferente al que produce la brisa cuando se mezcla con las hojas o al que marcan las pisadas entre la yerba o el de la voz de Adam o la de cualquier otro ser vivo.
De pronto una línea de árboles que hacía del camino frente a Jang y Adam una uve con dos caminos completamente diferentes, desapareció como un vaho que se ha vuelto uno con el aire…
-“Le belle divergente”- el fenómeno- musitó Jang…
Y al cabo de sus palabras, una fila de potros blancos emergió de entre el vaho: seis en total al mando de un cochero y un gran carruaje de un violeta melocotón.
Pero a sorpresa de Adam, ni los caballos ni el carruaje desaparecieron al atravesar el lodo.
-¡Cuidadooo!- chilló una voz femenina-. Y enseguida el cochero hizo detener el galope de los caballos frenando también al carruaje a una muy corta distancia de Adam.
Un segundo después se abrió una de las puertas del carruaje, de cuyo interior bajó de un breve salto, un par de pálidas zapatillas que al caer no se mancharon con la tierra húmeda.
Jang esbozó una expresión de sorpresa. Soltó la mano de Adam y escondió su violín tras su propia espalda.
Del carruaje bajó una chica que todavía no alcanzaba la adultez. Llevaba puesto un largo vestido negro, ajustado de los hombros hasta el vientre, formando una campana de pliegues a partir de la cintura. Las mangas cubrían su brazo entero y llevaba las manos protegidas por unos guantes del mismo tono del vestido, además de un diminuto sombrero de copa puesto de medio lado sobre su cabello negro azabache.
-Miss Titus- le replicó el cochero con algo de enojo cuando la chica abandonó el carruaje. Pero ella desatendió la apelación del sujeto, llevando la mirada hacia lo alto. Y no parecía que ni ella ni el cochero hubiesen advertido aún la presencia de Adam o de Jang, quien se había movido unos pasos hasta detrás de unos arbustos.
Enseguida, Adam escudriñó la mirada de la chica a pies de ésta. Su rostro evocaba una sensación de nostalgia, debido quizás a la similitud de su rostro tan blanco como la perla empleada para las construcciones de los elementos de Lauffeuer…
-Il castello, Miss- remitió nuevamente el cochero hacia la chica-. Y Titus, ejecutando un delicado gesto con la mano con la mirada aún en lo alto, de alguna manera hizo que el cochero guardara silencio. Luego, libero un suspiro sujetándose el sombrero con una mano y se retiró hacia el carruaje.
-Estaba tan segura- murmuró-.
Después entró de regreso en la carroza y los caballos echaron a andar.
Jang salió de los arbustos y se acercó a Adam. Pero Adam estaba tumbado sobre la hierba…dormido.
Más tarde, con la entrada de la noche y la luz artificial de una fogata, las notas elevadas por Jang y su violín se escabulleron por los arbustos más cercanos. Y Adam despertó eventualmente.
Jang lo miró impávido todavía ejecutando su melodía.
-Lo de antes- dijo Adam- mientras se reincorporaba del tronco sobre el que estaba apoyado-. ¿Qué ha sido eso? … estoy seguro que aquella chica no podía vernos…
Entonces el arco que se movía sobre las cuerdas del violín se detuvo y Jang se mantuvo inmóvil por unos segundos.
-Lo cierto es que pensaba postergarlo lo más que pudiera- respondió Jang mientras colocaba su violín a un costado del tronco sobre el que reposaba Adam.
-Quizás te parezca extraño, pero es cierto que la chica no pude verte… ni a mí tampoco-. Cuando nos encontramos hace varias horas, vagamente elevé un comentario sobre los rumores que surgen a partir de este bosque. Y puede ser que recuerdes lo que dije sobre acabar con esos rumores. Lo que sucede es tan sencillo que se vuelve complejo si lo piensas demasiado. Pero de cualquier manera, te dije algo cierto, pues conozco cada rincón del Havealock en el que estamos…
-¿En el que estamos?- replicó Adam-.
-Sí-. Este sitio es considerado por muchos una ilusión… o al menos eso dicen de donde vengo. Según se cuenta, más allá de estos árboles, yace un castillo misterioso que da con una parte del Mar Tirreno. Pero si me lo preguntas no hay evidencia de que exista, pues aunque se rumora que muchos se han aventurado a buscarle, nadie le ha encontrado… o al menos no hay registro de ello… Ni siquiera nuestra Deeva habla de algún horizonte que exista más allá de este bosque. Lo que respecta a “este Havealock” es un misterio que se antepone a las historias sobre el famoso castillo, pero está fuertemente ligado a él…
Adam permaneció en silencio dejando entrever algo de temor en su rostro, pero no lo suficiente para llamar la atención de Jang, quien parecía estar sufriendo a medida que avanzaba con su relato.
-¿Viste la escultura en el centro del bosque?- preguntó Jang-.
Sin embargo, no permitió que Adam respondiera…
-Esa escultura se colocó en honor a uno de los llamados “Arquitectos”, de cuya invención se cree que es este mismo bosque- agregó Jang-.
-Hace algún tiempo los planos de este sitio se encontraban en el lugar de donde vengo, pero la verdad es que yo nunca los vi. Pero también hay quienes dicen haberlos tomado con sus propias manos, aunque lo cierto es que su extravío es otro gran misterio-.
Entonces una brisa helada sopló cerca de ambos.
-Es tarde para continuar- clamó Jang.
-Estamos en el mismo sitio todavía- musitó Adam-.
-Así es- respondió Jang.
-Sinceramente me habría sentido culpable de llevarte conmigo. Pero me gustaría que me acompañaras a Agar, que es el sitio donde vivo. Está oculto aquí mismo, en Havealock…además mañana se celebra el Festival de los canastos... aunque después de todo hay dos caminos y eres libre de escoger-.
Dicho esto, Adam reverberó un sentimiento de duda a través de la expresión de su rostro.
Sin embargo, Jang disimuló su atención hacia el violín, que tomo del tronco inmediatamente.
-¿Puedo obtener información de Lauffeuer allá?- preguntó Adam escudriñando el gesto de Jang, quien sólo miró al suelo guardando silencio.
-Nuestra Deeva podría ayudarte- musitó Jang aún cabizbajo.
-Entonces llévame allá- dijo Adam.
Jang lo miró sonriente por uno o dos minutos.
-Es por allá- clamó- señalando el camino izquierdo de la divergencia.
Adam metió sus manos en los bolsillos de su propio pantalón. Retiró un objeto que destellaba levemente y se colocó en el cuello.
Luego ambos tomaron aquel camino de la divergencia señalado por Jang.
VI. La toma del castillo Uralt -Parte II
By : D. Morgana
La hora del té transcurrió como de costumbre, pero a
diferencia de las oportunidades previas, no hubo nadie en los niveles ocultos
en los sótanos del castillo cuidando de los durmientes o –siquiera-
monitoreando los niveles de absorción de los cristales en el cuarto de estudio.
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…
V. La toma del Castillo Uralt -Parte I
By : D. MorganaUn inusual abanico de siete colores se desplegó recorriendo cada rincón y cada grieta de la habitación con los cuerpos de los durmientes que aún no despertaban, atravesando los diminutos orificios de la rejilla colocada en la única ventana que comunicaba la habitación con el exterior y el eco del mar: una tonada que arroja a la tierra pequeñas maldiciones desde los olvidados arrecifes del fondo marino.
La orden de Pirra sobre no clausurar todavía la única ventana de aquella misma habitación se cumplía al pie de la letra, desde que le fue encomendada la labor de asistir a los heridos sobrevivientes de la catástrofe ocurrida en Lauffeuer, aún a pesar de la negativa por parte del general Deucalión, quien no se cansaba de señalar lo estúpido que resultaría recuperar más de las almas, cuya sanación, según él mismo decía, no encontrarían nunca, cada vez que retornaba al Castillo Uralt con nuevos pacientes.
-¡Ni siquiera una carta suya en los últimos dos meses!- gruñó el general embriagado en el interior de su tienda en el campamento, la cual parecía estar siendo apuntada por leve rayo de luz lunar.
Jeder y Mancher se limitaban a escucharle desde la entrada, mientras esperaban noticias del último pelotón enviado a buscar más sobrevivientes enterrados entre los escombros de las ruinas de Lauffeuer…
-Es mi esposa. ¡¿Sabes!? … continuaba gruñendo, pero antes de completar su queja, el general calló dormido sobre el mesón en que se encontraba bebiendo de un jarro inmenso que contenía cerveza.
Y un segundo después se hicieron llegar las noticias del último pelotón enviado.
La carta fue recibida por Mancher , y fue él mismo quien le firmó con tinta azul, y luego de dar un vistazo al contenido, se encargó de dirigir el transporte de las novedades hacia Uralt aquella misma noche, mientras Deucalión permanecía bajo la protección de un cuarto creciente… o menguante… eso siempre fue lo de menos…
Cerca del mediodía, el movimiento en el celaje se volvía el responsable de la aparición del abanico policromático, cuya luz era absorbida por los cristales suspendidos sobre las camas de los durmientes.
Pirra había encontrado el método de mejor absorción para el tratamiento de los pacientes, el cual, de alguna manera, lograba anestesiar el lastimado orgullo de su esposo.
A algunas habitaciones lejos de aquella con la ventana de la rejilla de los orificios diminutos, el tiempo del té se celebraba como de costumbre.
Ese día llevaba uno de sus mejores atuendos. Se trataba de un elegante vestido que le hacía ver similar a una sirena, con la cola de pescado hasta los tobillos, eso sí. Quizás elaborado con las fibras de mayor precio en toda Tréveris –y sus guantes del más caro encaje daban fe de tal presentimiento-, quizás confeccionado por un artista invadido por el hálito gentil de un dios de la primavera; pero también quizás llevaba puesta la prenda que le hacía sentir mayor dolor.
Mantenía guardado su anillo de matrimonio en alguno de los baúles que adornaban su propia habitación con el papel tapiz de retoños del mismo color cálido de los rayos del sol por la mañana.
Eso lo conocía únicamente, además de ella y Madama Antúnez, su dama de compañía, Cecil, con quien siempre compartía el tiempo del té.
Cecil era un par de años más joven que Pirra, pero la única forma de diferenciarles yacía en su ojo izquierdo.
Si bien ambas contenían un pedazo del cielo atrapado en sus pupilas, a cierta hora del día, el ojo izquierdo de Cecil dejaba ver un oscuro triángulo a penas visible en su retina, pero ciertamente era necesario verle bajo la luz del sol para percatarse… y ese era otro secreto que compartían.
En varias ocasiones era Cecil quien se encargaba del recibimiento del general Deucalión, quien le atendía y contaba falsas historias que, según sus propias idealizaciones, había vivido dentro del castillo al margen de la espera de la llegada de los durmientes…
-Es tal vez por eso que él se molesta cuando no soy yo quien le recibe, señora- musitó Cecil sosteniendo su tacilla del té. Quizás ya se ha enterado de nuestras tretas… quizás por eso ya no lo luce en su dedo…
Sin embargo, Pirra sólo se limitaba a permanecer en silencio y remover con marcada sutileza las lágrimas que alcanzaran un milímetro por debajo de sus pómulos.
Lo mismo ocurría desde hacía alrededor de las siete semanas anteriores, no obstante, hubo un giro en la monotonía que había rodeado al castillo por tantos días.
Nadie tocó la puerta antes de entrar ni solicitó permiso para invadir el espacio del té…
Augustine entró agitada en la triste escena de Cecil y Pirra, luego de girar el brillante pomo de plata blanca de la puerta.
-¿Qué ocurre?- chilló Pirra de inmediato, levantándose de su asiento y ocultando el mismo pañuelo con el que removía sus lágrimas en uno de los bolsillos ocultos de su elegante vestido con cientos de volados que emulaban increíblemente la cola de uno de los más distinguidos habitantes del mar.
-Estoy al tanto de mis acciones, señora- respondió Augustine al mismo tiempo que ejecutaba un sutil reverencia ante Pirra, poco después de dar un breve recorrido con la mirada por la habitación.
-Se ha presentado un asunto al que, por ahora, sugiero que debería darle mayor importancia y es por eso que me he atrevido a invadir su privacidad con la señorita Cecil- agregó Augustine, buscando con la mirada la ubicación de la tímida dama de compañía.
Pirra le dio la espalda por unos minutos.
Y del mismo modo que Augustine, sólo que con mayor detenimiento, los ojos de Pirra se notaban realmente asombrados al ser testigos de la exquisita decoración de aquella misma habitación destinada exclusivamente al tiempo del té: el papel tapiz de color vino encendido con los emblemas arcanos e inscripciones cabalísticas, tan complejas que lograban despistar –incluso- al conocimiento mismo de Madama Antúnez, recubriendo los viejos muros; el menaje antiguo perteneciente a la misma familia de viejos maderos también empleados para construir los más olvidados candelabros colgantes utilizados en algunos de los edificios de la antigua Lauffeuer; el gigantesco lienzo ilustrando desde la pared principal la escena más sublime de aquel drama tan famoso; el único par de ventanas –además de la otra ventana en el cuarto de los durmientes- en toda la sección destinada al tratamiento de los pacientes, era el único con protección de cristales en todo el castillo…
-¿Qué dices, Augustine?- replicó Pirra aún molesta. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso…
No obstante, Augustine le interrumpió antes de concluir su cuestionamiento.
-Me temo que en esta ocasión se trata de algo más grave-. Un hombre pregunta por usted afuera. Dice que fue enviado por el subgeneral Jeder…
Y un segundo luego de haber dicho aquellas palabras, Pirra abandonó la habitación del té.
Augustine denotó la expresión de desconcierto en el rostro de Pirra antes de que salieran de la habitación e incluso le vio mantenerla durante todo el camino hacia la puerta principal del antiguo Castillo Uralt.
Y en pocos minutos atravesaron el extenso pasillo y subieron por las escaleras en forma de espiral hasta los niveles superiores.
Augustine parecía disfrutar en alguna medida la preocupación de su señora, aunque la dispersión emocional de aquella le provocara ignorar semejante acto de irrespeto.
Pero es que la aparición de los muebles adornados y los pasillos amueblados de la sección principal del castillo avivaban la zozobra contenida en el corazón de Pirra.
Ambas caminaron a través de una puerta más o menos pequeña ubicada en uno de los laterales de la popular Galería de los Mapas, tras uno de los tantos cuadros que parecía tan adherido a la pared como los otros. Incluso el pomo se volvía imposible de distinguir, debido a la magnificencia de las pinturas y los lienzos.
Los motivos más religiosos y los mapas coloreados en el gigantesco arco en el cielo de la habitación, hacían de la estancia un espacio absolutamente hierático y solemne. Y era ese el motivo por el cual el Castillo Uralt, si bien se encontraba en la provincia del sur de Tréveris, resultaba ser el sitio más anhelado y a él deseaban llegar tanto aventureros como tragalibros e incluso los miembros de la Alta Corte…
Luego de abandonar la galería, el semblante de Pirra se notaba distinto, pero lo mismo ocurrió con Augustine. Sin embargo, después de avanzar por unas cuantas habitaciones y alguna que otra galería cada vez más chica que la anterior, al fin alcanzaron la recepción…
Augustine se puso pálida de pronto. Se veía claramente más sorprendida que Pirra.
-Me tomé la libertad de despachar al soldado- dijo una voz femenina en tono cálido mientras sonreía…
… ¡Estaba de vuelta! ¡Ettore! … Ella había regresado… el Mar Tirreno la había devuelto…
Como pocas veces ocurría, las metes de Pirra y Augustine pensaban lo mismo, al mismo tiempo que ambas sentían el mismo desconcierto.
Ettore llevaba puesto un par de zapatos topolinos de corcho de color negro, pero llevando además de una licra del mismo color que los zapatos y tobillos desnudos , todo el resto de su cuerpo –menos sus manos- estaba cubierto por una bata blanca de laboratorio. El labial rojo en sus labios sonrientes sobresaltaba su larga cabellera negra y lacia, que caía hasta media espalda.
Ettore sabía bien qué tipo de maquillaje colocar en su hermosa e impecable piel blanquecina como el invierno.
Tenía las manos en los bolsillos de la bata y ni siquiera se encontraba viendo frente a frente ni a Augustine ni a Pirra, sino que le parecía más llamativo el péndulo en el interior del gran reloj antiguo que adornaba exquisitamente la pared de las reliquias de la recepción, perpendicular a las anfitrionas.
-No has cambiado en nada- agregó Ettore sosteniendo la misma sonrisa gentil, sólo que esta vez volteando hacia Pirra:
Con un mechón de su castaña cabellera ondulada pendiendo sobre el hemisferio derecho de su cabeza y un moño que recogía hacia atrás el resto de su cabello, su tez levemente bronceada debido a sus investigaciones con los cristales para los durmientes, se veía tan saludable como la última vez.
-Sin embargo, esperaba una carta a tu nombre siquiera firmada por Deucalión-. Y de ti Augustine… esperaba al menos una visita- agregó esta vez liberando un breve suspiro. Pero todo está bien. He reflexionado por mucho tiempo sobre esto.
Y luego de decir aquellas últimas frases retiró del bolsillo derecho de su bata de laboratorio un pequeño pergamino con una cinta azul como amarra.
-Me pareció descortés que no fuese el mismo Deucalión quien la firmara-. Puedes sentirte en paz… eso lo dijo el soldado-. Y Ettore le entregó el pergamino a Pirra, sin embargo, Pirra se mantuvo en silencio, quizás por el desatino, pero quizás no.
Ettore dejó atrás la recepción y ascendió por las escaleras verticales rumbo hacia las terrazas. Augustine recordó que tenía deberes aún pendientes y después de encaminar a la señora del castillo a uno de los sofás en la biblioteca adyacente a la recepción regresó a sus labores, tomando el camino hacia la cocina.
La cintilla azul cayó al suelo al lado de unos libros que hacían falta acomodar en las estanterías y se perdió para siempre, al tiempo que el silencioso sollozo de Pirra resbalaba por sus propias mejillas besadas por el sol y la radiación por el trabajo con los cristales, pero después se juntaban los canalitos que se hacían en medio de la pequeña fisura generada por el contacto entre su pómulo y su antebrazo...
Sobre una mesa pequeña al frente del sofá había un mapa para agregar al espectacular arco de la santa galería y sobre otra pila de libros por acomodar, un trozo de papel arrugado:
"… encontrará al final de esta
petición mi firma en representación de los miembros de la Corte. Lo sucedido en
Lauffeuer es parte del pasado de Tréveris y es allí donde debe permanecer.
El uso de máquinas de cuarta categoría se ha decretado fatalmente ilegal y cualquier intento de violación a la ley será considerado traición.
Al margen de esto último, le extendemos nuestras más sentidas condolencias. Sírvase abandonar el castillo en un plazo no mayor a las primeras doce horas del solsticio de invierno…"
El uso de máquinas de cuarta categoría se ha decretado fatalmente ilegal y cualquier intento de violación a la ley será considerado traición.
Al margen de esto último, le extendemos nuestras más sentidas condolencias. Sírvase abandonar el castillo en un plazo no mayor a las primeras doce horas del solsticio de invierno…"
IV. La campanada tercera
By : D. MorganaLa segunda campanada recién sonaba. Los perlado suelos de
mármol lucían pálidos en las zonas en que la luz se precipitaba
despiadadamente, entrometiéndose en los juegos de rayuela y también en los
saltos sin impulso que daban los niños para conseguir el premio misterioso
ofrecido por el superior a aquel que lograra sobrepasar la distancia alcanzada
por Cicerne.
La superficie de toda Lauffeuer se distinguía del resto de las regiones de Tréveris por su maravilloso efecto reflejo. Y así, si bien la luz incomodaba al niño cuando intentaba fijar la mirada en el punto donde sus pies debían amortiguar su caída luego de saltar, el otro niño que vivía bajo el suelo parecía disfrutarlo enormemente o al menos eso decía Cicerne –cuando se le antojaba comunicarse, claro está-.
Pero a decir verdad, nadie, ni siquiera el superior, conocía qué clase de criatura era Cicerne e ignoraban a cuál especie animal pertenecía, por qué sus escamas cambiaban de color tan sorpresivamente o cómo se alimentaba siquiera –aunque para lo último no contaba la comida que recibía de los niños-.
Además de su cuerpo cubierto por escamas de cambiante tonalidad, y su cola como una punta aguda, y sus extremidades ligeramente pequeñas respecto a su cabeza y demás cuerpo, el pequeño par de cuernos que le sobresalían escasos centímetros de la cabeza, apuntaban a creer que se trataba de un dragón enano, pero lo cierto es que los dragones no acostumbran mudar de pelo a escamas…
Pero de todos modos, lo único que se tenía con certeza ni siquiera era el origen verdadero de la Cicerne, sino más bien que se apareció cerca de las ruinas de la Gran Laguna, luego de que aquella se redujera a escombros y el equipo de reconstrucción evaluara, durante una de las expediciones, la posibilidad de levantarle nuevamente.
En aquel momento Cicerne era más pequeño y sus extremidades tenían las dimensiones apropiadas respecto a su cuerpo, el cual estaba cubierto de cabello, y no poseía una cola tan larga como la actual, aunque, no obstante, su mirada añil, taciturna y pedigüeña, no cambió desde entonces y por ello era quizás que se mantenía en esa condición poco indigente...
Era posible que los niños que lo alimentaran de más o lo invitaran a sus casas o a sus fiestas de cumpleaños o a las pijamadas...
-Dicen que la necesidad tiene cara de perro- exclamo el superior apelando a Cicerne, mientras invadía el juego de los niños en la plazoleta acompañado por una figura encapuchada, que marcaba pasos descoordinados.
Pero Cicerne, que tenía los ojos cerrados, prefirió guardar energía e ignoró la acusación. Luego se dio la espalda y permaneció dormido el resto de la tarde en aquel mismo sitio.
Todo lo contrario que los niños, quienes fueron enviados con sus padres por Dípeto hasta que los preparativos para recibir la campanada tercera estuvieran terminados.
Dípetto y el sujeto de la capucha se despidieron en la plaza, poco después de haber discutido frente a frente, quizá, sobre aquellos mismos preparativos…
Más tarde, el superior se encontraba de espaldas a los peldaños que precedían los portales de la catedral, cuando un par de adolescentes lo sorprendieron. Se trataba de una chica y un chico.
-¿A qué se debe su prisa, muchachos? Es muy temprano todavía-. Comentó Dípeto mientras sus propios ojos detallaban, aún de espaldas, el irregular flujo de luz tenue que se observaba al interior de los globillos de la nueva serie de bombillas que decorarían aquel mes tercero toda la capital cuando la última de las campanadas emitiera su peculiar tonada.
Pero antes de que los jóvenes le respondieran, el superior interrumpió la comunicación, dejándolos a medio decir, enalteciendo en un murmullo más o menos inaudible, la magnificencia de las serpientes aladas que se movían al interior de las bombillas.
-¡Es que… es que tomamos el atajo de la sección clausurada de la capital para llegar aquí!- gimió Dea en tono quebradizo.
Su novio permaneció inmóvil unos pocos segundos.
Pero no fue necesario incurrir en un discurso explicativo y recargado de disculpas infantiles, porque Dípeto se percató de la expresión en el rostro de ambos.
Tenían las pupilas muy dilatadas y los ojos muy brillantes, como si antecedieran un llanto interminable. Sudaban mucho. Napulé mucho más que Dea, y se notaba que no habían corrido demasiado…
Sin embargo, la expresión del superior era alarmante…
-Había una pirámide… y se movió- dijo Napulé ante el gesto del superior, aprovechando que no hubo regaños, con la esperanza de encontrar consuelo y respuesta sobre el inquietante movimiento de la pirámide.
Dípeto se tomó el pecho por un momento y dándoles la espalda los invitó a entrar en la catedral…
Y ni siquiera Cicerne logró vislumbrar a tiempo la tragedia que marcaría permanentemente el cielo, la desgracia que arrastraría la brillantez de Lauffeuer hacia la más tenebrosa pesadilla: un rompecabezas imposible de rearmar… después de todo, no quedó en pie más aquel portal inmenso que alguna vez protegió la entrada de la Gran Catedral... al sonar la campanada tercera. La oscuridad lo engulló todo.
La superficie de toda Lauffeuer se distinguía del resto de las regiones de Tréveris por su maravilloso efecto reflejo. Y así, si bien la luz incomodaba al niño cuando intentaba fijar la mirada en el punto donde sus pies debían amortiguar su caída luego de saltar, el otro niño que vivía bajo el suelo parecía disfrutarlo enormemente o al menos eso decía Cicerne –cuando se le antojaba comunicarse, claro está-.
Pero a decir verdad, nadie, ni siquiera el superior, conocía qué clase de criatura era Cicerne e ignoraban a cuál especie animal pertenecía, por qué sus escamas cambiaban de color tan sorpresivamente o cómo se alimentaba siquiera –aunque para lo último no contaba la comida que recibía de los niños-.
Además de su cuerpo cubierto por escamas de cambiante tonalidad, y su cola como una punta aguda, y sus extremidades ligeramente pequeñas respecto a su cabeza y demás cuerpo, el pequeño par de cuernos que le sobresalían escasos centímetros de la cabeza, apuntaban a creer que se trataba de un dragón enano, pero lo cierto es que los dragones no acostumbran mudar de pelo a escamas…
Pero de todos modos, lo único que se tenía con certeza ni siquiera era el origen verdadero de la Cicerne, sino más bien que se apareció cerca de las ruinas de la Gran Laguna, luego de que aquella se redujera a escombros y el equipo de reconstrucción evaluara, durante una de las expediciones, la posibilidad de levantarle nuevamente.
En aquel momento Cicerne era más pequeño y sus extremidades tenían las dimensiones apropiadas respecto a su cuerpo, el cual estaba cubierto de cabello, y no poseía una cola tan larga como la actual, aunque, no obstante, su mirada añil, taciturna y pedigüeña, no cambió desde entonces y por ello era quizás que se mantenía en esa condición poco indigente...
Era posible que los niños que lo alimentaran de más o lo invitaran a sus casas o a sus fiestas de cumpleaños o a las pijamadas...
-Dicen que la necesidad tiene cara de perro- exclamo el superior apelando a Cicerne, mientras invadía el juego de los niños en la plazoleta acompañado por una figura encapuchada, que marcaba pasos descoordinados.
Pero Cicerne, que tenía los ojos cerrados, prefirió guardar energía e ignoró la acusación. Luego se dio la espalda y permaneció dormido el resto de la tarde en aquel mismo sitio.
Todo lo contrario que los niños, quienes fueron enviados con sus padres por Dípeto hasta que los preparativos para recibir la campanada tercera estuvieran terminados.
Dípetto y el sujeto de la capucha se despidieron en la plaza, poco después de haber discutido frente a frente, quizá, sobre aquellos mismos preparativos…
Más tarde, el superior se encontraba de espaldas a los peldaños que precedían los portales de la catedral, cuando un par de adolescentes lo sorprendieron. Se trataba de una chica y un chico.
-¿A qué se debe su prisa, muchachos? Es muy temprano todavía-. Comentó Dípeto mientras sus propios ojos detallaban, aún de espaldas, el irregular flujo de luz tenue que se observaba al interior de los globillos de la nueva serie de bombillas que decorarían aquel mes tercero toda la capital cuando la última de las campanadas emitiera su peculiar tonada.
Pero antes de que los jóvenes le respondieran, el superior interrumpió la comunicación, dejándolos a medio decir, enalteciendo en un murmullo más o menos inaudible, la magnificencia de las serpientes aladas que se movían al interior de las bombillas.
-¡Es que… es que tomamos el atajo de la sección clausurada de la capital para llegar aquí!- gimió Dea en tono quebradizo.
Su novio permaneció inmóvil unos pocos segundos.
Pero no fue necesario incurrir en un discurso explicativo y recargado de disculpas infantiles, porque Dípeto se percató de la expresión en el rostro de ambos.
Tenían las pupilas muy dilatadas y los ojos muy brillantes, como si antecedieran un llanto interminable. Sudaban mucho. Napulé mucho más que Dea, y se notaba que no habían corrido demasiado…
Sin embargo, la expresión del superior era alarmante…
-Había una pirámide… y se movió- dijo Napulé ante el gesto del superior, aprovechando que no hubo regaños, con la esperanza de encontrar consuelo y respuesta sobre el inquietante movimiento de la pirámide.
Dípeto se tomó el pecho por un momento y dándoles la espalda los invitó a entrar en la catedral…
Y ni siquiera Cicerne logró vislumbrar a tiempo la tragedia que marcaría permanentemente el cielo, la desgracia que arrastraría la brillantez de Lauffeuer hacia la más tenebrosa pesadilla: un rompecabezas imposible de rearmar… después de todo, no quedó en pie más aquel portal inmenso que alguna vez protegió la entrada de la Gran Catedral... al sonar la campanada tercera. La oscuridad lo engulló todo.
III. Los señores geniales
By : D. MorganaEsta vez no hubo forma de posicionarse por encima de la razón. El ataúd de madera forrado con elegante satín grueso y otras telas más brillantes hablaba por sí mismo. Iluccio fue encontrado muerto en la base del imponente roquedal que incomunicaba el túnel hacia el viejo castillo. Ahora su cuerpo yacía inmóvil y no respiraría de nuevo, pero, sin embargo, regresaba como un héroe: asfixiado por una multitud agradecida que había organizado las calles y avenidas para un recibimiento glorioso, aunque en esta ocasión los adornos hacían las veces de vibrantes melancolías y enojos, que si bien provocaban la misma atracción que se siente por los premios ofrecidos en los concursos de las ferias, también incitaban a prever una catástrofe inminente para el clan de la puerta rojo sangre.
Bastaba con mirar los círculos que las aves dibujaban en el cielo.
Lauffeuer expuso sin temor uno de sus secretos más profundos y desconcertantes. La reputación de aquellos genios arquitectos se desplomó de inmediato y con ellos el respeto entre los habitantes de la capital y por primera vez, los llamados de la Gran Corte, fueron ignorados.
La persecución se decretó de prisa. No demoró demasiado la aparición de recompensas ni de aquellos que se nutrieron de las mismas. Tampoco sobraron las víctimas inocentes cuya sangre alimentó más que los hambrientos picos de las aves que sentenciaron la capital a la tragedia con sus revuelos cíclicos y alarmantes.
Durante el día, los grupos de caza buscaban en las grandes edificaciones, mientras que al llegar la noche, daban uso a las armas y se turnaban para merodear esculturas, bustos y fuentes.
Todo cuanto habían construido y creado podría haber sido utilizado para esconderse. Ya lo había demostrado La espiral de la vida con los eventos de los clanes desterrados. No existía quien dudase de la hábil mente de Los Arquitectos; el uno, un hombre joven, fuerte, de bronceados brazos, con un gusto particular por las camisetas sin manga y pantalones cortos de colores oscuros. Piernas -desde medio muslo hasta el tobillo- también bronceadas, de igual manera que su rostro y su cuello. Verdes ojos consumidos por el brillo del día, delgados labios y boca pequeña. Cabello oscuro como ébano, corto, hacia arriba. Manos y pies grandes -aunque no exageradamente-; el otro, ojos penetrantes y oscuros, de dócil corte, gran viveza y dulzura resplandecientes. Un rostro blanquecino levemente bronceado. Boca pequeña, pero labios un tanto más gruesos que el primero. Cabello oscuro, también hacia arriba. Cuerpo más delgado, pero ligeramente tonificado. Comparte el gusto por la ropa corta, aunque discrepa la inclinación por colores oscuros. De cuello a pies literalmente vestido con delgadas telas blancas. Tanto brazos como piernas con sobresaltadas venas producto de un ejercicio constante.
Dastros y Envergard se volvieron tan indeseables como lo fueron los miembros de los clanes oscuros antes de su destierro.
El primer enfrentamiento se dio contra Envergard en uno de los puentes del norte perteneciente a La gradazione dello Spirito, la sección de puentes erigidos sobre La Gran Laguna, planeada por Dastros y construida por los miembros del clan.
Envergard escapó con ayuda una máquina gigante, la cual destruyó los puentes y toda la sección se volvió inaccesible. Nadie murió de casualidad.
Por su parte, Dastros batalló contra uno de los grupos merodeadores cerca del templo Rivolta D`Adda, pero el grupo perdió su ubicación luego de que una cortina de humo provocara daños en las luminiscentes bombillas del templo y los alrededores, porque se desvaneció hasta la mañana…
Meses después la cacería perdió fuerza y cada día menos grupos creían en la efectividad del rastreo. Se había perdido demasiado tiempo buscándoles y ya varias secciones de Lauffeuer se encontraban en ruinas.
Eventualmente, La Alta Corte envió al Superior Dípetto para controlar la situación.
Pocos habían escuchando su nombre antes, y nadie le conocía, pero el decreto firmado por La Alta Corte tenía poder absoluto, además, los niños se encariñaron muy rápidamente con el superior y el mensaje de paz que Dípetto les trajo pronto se extendió hasta sus padres y los padres de los niños, poco a poco le aceptaron.
Dípetto planeó la construcción de la Gran Catedral y velozmente fue edificada la construcción más grande de toda Lauffeuer. Incluso se rumoraba que ascendiendo hasta el punto más alto a través de los majestuosos peldaños que tenía por columna vertebral, se podía percatar que Lauffeuer estaba asentada en una nube inmensurable.
Dípetto consiguió borrar de la memoria cada habitante el recuerdo de Dastros y Envergard y las genialidades de éstos fueron aplastadas por el primero –con excepción, claro, de los clanes y las misteriosas bombillas flotantes-; todo ello, en menos de un trienio, pero cuando el tercer año estaba cercano a concluir, la quietud fue perturbada nuevamente…
Aquel mismo día una pareja enamorada tomó el atajo para alcanzar el templo Rivolta D`Adda, aunque en realidad se trataba de uno de los callejones que no se modificaron después de las labores de Dípetto como maestro de obras de Lauffeuer.
El callejón despedía una más o menos intensa, pero nadie más lo transitaba.
Algunos remolinos se levantaban unos pocos centímetros del suelo hasta desvanecerse fácilmente a media altura. Ni siquiera el aire soplaba con su característico vigor, porque todo lo que rodeaba aquella sobresaliente pirámide se tornó débil e inestable por el abandono: los muros, las bombillas rotas y suspendidas cubiertas de polvo, los papeles que aún no se desintegraban adheridos a los postes y a las pizarras de información de los establecimientos aledaños –también abandonados-…
-Nunca escuché sobre esta pirámide- dijo la chica en tono de sorpresa mientras atravesaban el atajo.
El chico se detuvo a observar la pirámide sin pronunciar nada:
Tenía un portal en forma de triángulo, con la inscripción del símbolo Π perfectamente distribuida entre sus ciento ochenta grados internos teñidos todos del mismo tono que el añejo morapio que llena las copas servidas durante la cena de todas las noches al interior de la Gran Corte de Lauffeuer.
El chico notó que también había un pórtico de cuatro escalones muy delgados unido al portal…
-¿Me veo bien, eh?- comentó la chica desde el pórtico mientras posaba para su novio.
Y el chico despertó del asombro.
Le dijo a la chica que no le gustaba esa pirámide, que recordaba haber escuchado la historia de un viejo clan muy problemático del que dejó de hablarse, si el superior Dípetto no lo mencionaba.
La chica respondió asertivamente, comentando que lo recordaba cuando el superior les contaba la historia de los arquitectos, en las celebraciones dentro de la Gran Catedral cuando eran más jóvenes y pequeños.
-Pero entonces es genial, ¿no?- agregó la chica. Pensar que aquí nacieron los grandes secretos de Lauffeuer y que sabemos la ubicación de su núcleo es verdaderamente una sorpresa.
-No digas tonterías- respondió el joven y la tomó de la mano y la haló cerca de él pero la chica soltó la mano de su novio y se acercó de nuevo hacia el portal.
La chica no lo pensó demasiado y empujó las puertas con toda cuanta fuerza fue capaz de realizar… pero el portal no cedió en ningún momento.
La insignia en forma de Π reflejaba la luz del sol –y estaba caliente-, pero se palpaba menor calidez que en los vidrios escarlata del resto del portal.
La chica colocó las manos paralelamente a su cabeza frente a los vidrios, pero no se veía nada más que una mancha de vino.
El chico se acercó una vez más y la chica consiguió que él intentase mirar a través del vidrio, pero él tampoco fue capaz de divisar lo mínimo.
La pirámide era relativamente grande, su altura era de no menos veinticinco centímetros más que el doble de la suma de la altura de ambos jóvenes, pero la zona en donde yacía olvidada, realmente no era la más concurrida.
-Ya tuviste suficiente de tu misterio- reprochó el joven, pero la chica abandonó el pórtico y recorrió las otras caras de la pirámide, ignorando el comentario de novio, claro.
Cuando posó su mano en una de las caras laterales de la pirámide, los muros lisos que la protegían se hundieron un poco y unas grietas salieron a la luz como si en realidad hubiesen sido siempre ladrillos.
Ambos jóvenes se maravillaron con la escena.
La chica regresó al pórtico –que tenía un par de escalones más y de mayor espesor- y esta vez el portal se abrió sin siquiera tocarle.
Dentro de la pirámide, la luz parecía absorberse por unos vitrales geométricos colocados irregularmente en la superficie del suelo, pero no dejaba entrever nada bajo la pirámide.
La pirámide contenía una única sala grande y una serie de puertas colocadas en un muro arqueado al fondo de la sala, pero los pocos adornos parecían más basura apilada cerca y debajo de los mesones mal acomodados ubicados en toda la estancia, que los grandes secretos imaginados por la chica.
-¿Ves!- comentó el joven. Te lo he dicho, a lo mejor y esta no es la construcción de la historia. ¡Mejor vámonos!
Y la chica aceptó, pero no sin antes recorrer los retratos en los muros, que de nada tenían pinta más que esferas con líneas atravesándolas y números acostados sobre las mismas líneas o serpientes dibujadas verticalmente con números intimidantes en cabeza y cola y expresiones incomprensible al lado de éstas.
Las puertas tampoco conducían más que al muro donde estaban puestas…
Finalmente la chica se dio por vencida y abandonaron pronto la pirámide, las esferas de vidrio rotas suspendidas sobre la nada, los papeles que aún no terminaban de desprenderse de los muros de las otras edificaciones olvidadas, y también el callejón.
La pirámide permanecía abierta, pero nadie más cruzó por el atajo hasta la noche, no obstante de las basuras apiladas bajo los mesones, una foto fue succionada por una corriente de aire del exterior.
Un hombre de buen parecer tomaba y besaba la mano de otro, que mal… no se veía…
II. Corvus Corax
By : D. MorganaLas sábanas se encontraban todas salpicadas de sangre y los muebles cercanos compartían la misma suerte. En las paredes algunas manchas se habían tornado del color del vino que es fermentado por décadas y las nuevas pinturas encajaban perfectamente con los metales barnizados de rojo metálico que estructuraban la ahora abandonada litera.
Nadie respiraba en la habitación y el único ruido provenía de los candelabros colgantes que la brisa agitaba de un lado hacia otro junto a los encajes dorados suspendidos entre las columnas de la litera, filtrándose por la ventana.
Parecían arañas gigantes ausentes de color, “nacidas del cuarzo y sentenciadas a morir y renacer nuevamente del cuarzo”…
Titus alardeaba de ser capaz de observar aquella misma sentencia grabada en los metales decorativos e inclusive en las gruesas cadenas que mantenían a los candelabros aferrados al tejado, pero, no obstante, Briseida le ignoraba acostumbradamente y aprovechaba para recalcarle siempre que las mentes retorcidas no gozaban de mucho tiempo sin ser abatidas por el ineludible reflejo de la razón, pues los muros que les protegían eran guardianes de poderosos razonamientos que si bien se volvían un espectro interminable al interior de los muros del mismo modo que lo hace la luz, pocos les conocían en los callejones de Lauffeuer.
Fuera de la habitación con las manchas de sangre, una amplia sala en forma de medio círculo decorada con muebles, vasijas, jarrones y canastos, dejaba expuestas varias puertas de madera blanca y cada una de ellas con una inscripción diferente.
La única que permanecía entreabierta se trataba de aquella con la sangre salpicada en la pared y su inscripción parecía ser de cristal.
Briseida se apareció de pronto escapando de un juego de cortinas de terciopelo carmesí con elegantes vuelos de color dorado en los bordes, y se acercó luego hacia la puerta con la inscripción cristalina.
La luz mantenía muy iluminado todo el salón, y él mérito era en realidad de la misma Briseida, quien realizó los trabajos de investigación para dar con el mejor decorado en el tejado.
Lobos grises, agujas de oro y de plata, manzanas rojas como la sangre seca de la habitación, rosas de tallos espinosos -e incluso hasta sapos y renacuajos- la miraban fijamente desde el tejado.
Briseida se sentía complacida por el gigantesco vitral reforzado y el espectro de infinitos tonos que se deslizaban desde la parte superior hasta el pie de cada puerta.
El pomo de la puerta más cercana a la entreabierta giró sorpresivamente y Titus se apareció también.
Llevaba puesto un vestido negro de terciopelo con una cinta blanca que parecía de algodón forrando la parte baja –que llegaba hasta el medio muslo- así como también las puntas de las mangas. Cerca de la zona de los pechos colgaba un par de pompones blancos sujetados invisiblemente a la capucha que le cubría hasta los hombros, cuyo interior se encontraba cubierto por el mismo material terso y blanquecino.
Briseida arrugó la cara escudriñando los rostros de los conejillos que adornaban la parte de la cadera del vestido de Titus.
Sus ojos gritaban cuán insoportables le parecían, pero el límite lo rebasó el ridículo sombrero de copa con el lazo blanco adornándole junto a los encajes en los bordes del ala que Titus llevaba puesto de medio lado…
Pero antes de que Briseida abriese sus labios, Titus abrió los suyos propios:
-Pentamerone- pronunció con su encantadora voz, al mismo tiempo que se acercó a la puerta y posó su mano derecha sobre la inscripción de cristal.
Briseida se veía sorprendida ante el hecho.
-Ti..tus- murmuró está última, pero Titus continuó hablando.
-Me hace sentir triste que la resolución haya sido esta-. Pero los grabados en las piezas colgantes de la habitación siempre fueron una sentencia ineludible.
Y luego de aquellas palabras, ambas entraron en la habitación.
Los encajes en la parte superior de la litera se movían insensiblemente de un lado hacia otro.
-Han perdido luz y encanto- dijo Titus observándoles.
Pero Briseida le ignoró con alevosía y procedió a buscar entre los cajones de uno de los muebles cercanos a la litera.
Titus se acercó a una silla más o menos alta que parecía haber sido tejida de una paja tierna de tonalidad dorada.
Sus ojos se encontraron con una muñeca fabricada de hilos y telas, de piel blanca y cabello oscuro con una peineta de adorno, pero sin vestimenta alguna.
Titus la tomó y la colocó entre sus propios brazos casi de inmediato, liberándole del agonizante y taciturno descanso entre la cárcel de mullidos cojines.
-No llorarás de nuevo- sollozó Titus abrazando con fuerza aquella misma muñeca.
Briseida encontró lo que buscaba.
Volteó de inmediato hacia Titus y le miró con marcado desprecio. Puso los ojos en blanco y le dio la espalda diciendo.
-La llave ya está en mis manos. Puedes conservar la muñeca-.
Titus sollozó con más fuerza y salió corriendo de la habitación, empujando intencionalmente a Briseida, quien se sacudió las faldas de su vestido de estilo semejante al de las cortinas por las que apareció en el gran salón, y luego de cerrar la habitación para siempre con la única llave que fue forjada para ello, la guardó en uno de sus bolsillos y se retiró de la amplia sala al momento en que la luz que entraba por uno de los vitrales del tejado se volvió naturalmente traslúcida.
El salón permaneció en silencio por varias horas, hasta que la noche se hizo presente.
En el primer piso, la sala para el té se encontraba completamente vacía hasta que la puerta se abrió y el reflejo de Catharina se replicó en las ventanas.
-Es ese un vestido espectacular- clamó una voz a espaldas de Catharina y ésta volteó a mirarle…
Se trataba de Betsabé, la más joven de todas.
… Pero si te has fijado no hay nadie aquí para elogiarle. De las ocho sillas, sabemos qué esperar de una, además de que Titus no se presentará para este trienio, lo cual nos deja saber que dos sillas sobrarán esta noche. Te pregunto entonces, querida Catharina, ¿por qué creerías que Titus no nos acompañara en la celebración de esta noche?
Catharina se puso nerviosa. No se atrevió a responder.
-Bien, como quieras- sentenció Betsabé haciendo un gesto infantil con los brazos y encogiendo los hombros. Será mejor esperar a las otras.
Ambas tomaron asiento.
Catharina observaba las otras seis sillas vacías. Las palabras de Betsabé resonaban en su mente y el pulso le fallaba.
-Sirve el té, querida hermana- dijo Bestabé. Y Catharina tomó la tetera y comenzó verter el líquido en la primera taza, pero el inestable pulso le hizo soltar la tetera…
-Ese no es un buen presagio para el nuevo trienio- clamaron un par de voces al momento que la tetera se quebrara.
…Betsabé volteó a mirar hacia la puerta y se percató de la presencia de Amaneuta y Alecto, las gemelas.
-Lo sé- respondió Catharina, mientras limpiaba el té derramado.
-Falta poco- murmuró Betsabé señalando un reloj antiguo que colgaba de una de las paredes y cuyas agujas se acercaban velozmente hacia el número doce.
Amaneuta y Alecto tomaron asiento y Amaneuta asistió a Catharina con el té derramado.
Una vez que el té fue limpiado, Alecto tomó otra de las teteras en uno de los azafates de la mesa de reserva y lo llevó hacia la mesa principal.
Las cuatro hermanas tomaron té por unos minutos.
Betsabé permaneció en silencio todo el tiempo, escuchando las historias de Alecto y Amaneuta, mientras que Catharina sólo observaba con temor las otras cuatro sillas vacías…
El reloj crujió de pronto.
Catharina dio un salto en su silla. Alecto y Amaneuta cerraron sus labios, pero Betsabé se levantó de la mesa y se asomó por una de las grandes ventanas de la habitación y junto a las otras tres, observaron la magnánima iluminación de Lauffeuer.
El templo Rivolta D´Adda lucía espectacular con su nuevo juego de luces.
-Es extraño que Briseida y Titus no se hayan presentado todavía- clamo Alecto maravillada. Iré a buscarlas…
pero fue interrumpida antes de salir…
-Iré yo- rugió Betsabé.
Catharina se percató del enojo de Betsabé y fue la única que le miró salir de la sala…
-¡Miren!- señaló Amaneuta. ¡Eso es nuevo!...
pero Catharina no fue capaz de observar a tiempo…
Una ola de cristales rotos azotó el oído de Catharina, Alecto y Amaneuta…
Desde la venta rota, la cicatriz en el cielo se miraba hermosa, junto a los torbellinos que devoraban el templo Rivolta D´Adda. Y desde afuera la placa de metal con inscripción Corvus Corax se resquebrajaba como la tierra seca y se desvanecía sobre un pórtico cristalizado…
I. La brillante Lauffeuer
By : D. MorganaLa campanada tercera sonaría pronto y quizás con ello el cielo se tornaría más oscuro y las bombillas se darían a la tarea de iluminar toda la capital. Así sucedía cada año tercero, y gritos de euforia de los niños que corrían en la plazoleta se transformaban en un silencio imperturbable al interior de la Gran Catedral. El superior Dipetto celebraría el culto en el que todo habitante tomaría participación, pero ello únicamente para quienes desearan asistir a las congregaciones religiosas.
Desde algunos años atrás, Lauffeuer fue
nombrada la nueva capital de la Gran Tréveris, la nación en el cielo, y sobre
sus suelos de mármol y perla, la posibilidad de creer en cuanta ideología fuese
capaz de ser manejada por la mente antes de caer en la locura de la sobrecarga,
resultaba toda una cultura de libertades, aunque claro, en Lauffeuer aquellas ideas más
retorcidas –nativas o no- encontraban un eterno descanso y no tan secretamente
por encima de las nubes más altas.
Pocos se atrevían a visitar las ruinas aisladas en el sector
oeste de la capital, pero -el siempre joven- Adam tenía la
costumbre de visitarles cada tercer día de la semana. Le gustaba alcanzar la
capilla en la torre más alta del viejo castillo y observar desde allí la
magnificencia del resplandor artificial que generaban las bombillas en las
otras secciones de Lauffeuer.
Además, tenía la costumbre de cargar los pequeños costales
de cartas que le enviaban de los diferentes clanes hasta la capilla, aunque Adam no pertenecía a ninguna de las
congregaciones, pero, no obstante, había recibido ya varias invitaciones del
Clan de la Quiromancia.
Normalmente sucedía que los dejaba bajo la mesa y en ciertas ocasiones se extraviaban, pero estaba completamente seguro que nadie más se atrevía a visitar las ruinas.
Normalmente sucedía que los dejaba bajo la mesa y en ciertas ocasiones se extraviaban, pero estaba completamente seguro que nadie más se atrevía a visitar las ruinas.
Llevaba algún tiempo sin saber de Margarita o de Eduardo. La
última vez que habló con Eduardo ocurrió al inicio del mes anterior, cuando
Eduardo le comentó en el callejón donde venden las telas de importe, que había
ascendido de rango en el Clan de los Alquimistas.
De Margarita ya se cumplían más de dos meses sin tener
noticias...
Cuando la campanada tercera cimbró sorpresivamente y su coro
se escabulló entre los muros que aún permanecían de pie sosteniendo la
recámara, porque ya una cuarta parte del tejado era escombro sobre una mesilla
de concreto ubicada al centro de la capilla, Adam observó de inmediato por la única ventana en pie, la brillante
iluminación de la capital. Lauffeuer parecía sonreír desde lo alto. Pero Adam pensaba que el cielo nocturno
sonreía mejor.
Poco después se inclinó bajo el escritorio de madera perpendicular
a la ventana y arrastró hacia sí un baúl de tamaño normal fuera de la mesa. Hecho
de fresno perenne, tenía un poco de polvo acumulado en la cerradura, pero Adam lo removía con frecuencia.
Luego de soplarle y
haberle abierto, Adam sacó del baúl
un par de velas y las colocó en un pequeño candelabro que brillaba levemente de
un color platinado. También sacó una rejilla con orificios diminutos para que
el viento que entrara por la ventana no extinguiera con tanta facilidad el
fuego de las candelas una vez encendidas.
De su propio bolsillo sacó un encendedor caja con relieves
en forma de girones irregulares y se dispuso a encender ambas velas. Luego
abrió el costal con las cartas de esta semana
y tomó de aquel el primer paquete, y lo cierto es que aquel primer
paquete era siempre el único que leía, ya que los demás únicamente contenían
dentro de sus sobres tarjetas de invitación a los clanes de menor y mediano
prestigio.
Rompió la cinta que
sujetaba los sobres y comenzó a revisar cada una de las cartas.
Posterior a un breve chequeo, notó que esta ocasión el
paquete contenía siete sobres, dos más que la semana anterior. Las primeras
tres, remitidas por el profético Clan de la Quiromancia; la cuarta, sin
remitente; y las últimas tres destinadas nuevamente para un fantasma, aunque, sin
embargo, un papelillo se desprendió de en medio del sexto y séptimo sobre.
Era rosado y despedía el dulce aroma de flores de un campo lejano.
Adam comenzó a sospechar de inmediato de quién se trataba y
luego de sonreír con brevedad, se dispuso a leer la tan esperada carta de
Margarita:
Día 14 de la temporada invernal
A mi amigo Adam,
He decidido escribirte después
de tantos meses. Comenzaré contándote que Tania y yo nos encontramos muy bien.
Ya no he vuelto a llorar y he comenzado a dedicar más de mi tiempo para ella.
Me encuentro lejos de Lauffeuer y con sinceridad te digo, que no
tengo intenciones de volver, pero no creas que he dejado de pensar en Eduardo y
en ti. Vivimos momentos inolvidables que
guardo en mi corazón y les recuerdo con una sonrisa en mi rostro, porque entre
lo nuevo que tengo para contarte, ahora sonrío más.
No sé si soy más feliz
ahora, pero sé que desde que salí del Clan de Costuras y Otras Artes, puedo
reconocer mis propios reflejos y el espejo también me reconoce a mí.
He vuelto a escribir,
¿sabes? Y ahora dedico muchas horas a la semana al desarrollo de una novela
que llegó a mi mente a través de un sueño.
Aquella mañana sentí que había estado durmiendo por cien noches, pero como es costumbre, el sueño tiene sus mañas...
Aquella mañana sentí que había estado durmiendo por cien noches, pero como es costumbre, el sueño tiene sus mañas...
Pronto será la
Natividad. Me pregunto qué clase de decoración vestirá este año los tejados de
mármol y perla de Lauffeuer...
Me despido al menos por ahora. Sé que es
lo primero que debe anunciarse, pero espero que te encuentres bien y que sigas
sin pertenecer a ningún clan. Te escribiré de nuevo cuando te tenga más
noticias sobre mi novela. Tania también te envía saludos. Está como loca por
sus regalos de este año.
Con cariño,
Margarita S. V.
Adam permaneció en silencio por algunos minutos, luego de leer aquellas noticias.
Jamás habría pensado que Margarita se diera a la tarea de escribir una novela. Recordaba las pocas ocasiones en que -picados por la misma desilusión- dedicaban horas a la contrucción de versos tejidos con el hilo del desahogo algunos días en la galería bajo la gran fuente central en Sainte-Coquille Prié, y otros en la casa de Margarita; pero que Margarita lograra ajustarse al corte exigente que requiere una composición de tal grado le tomaba completamente desprevenido.
Adam se sorprendió al instante y su mente dejó por fin a Margarita y su novela de lado para concentrarse en el espectro tornasol que llegó a su ventana.
La suscesión de bombillas flotantes que atravezaban Lauffeuer de costado a costado explotaban con la caricia del arco de color azul violáceo que se descolgaba desde el cielo y sus torbellinos incandecentes que azotaban edificios indiscriminadamente.
De la Cathédrale Eglise du Christ, la Vierge Marie et Saint-Cuthbert sólo restaba la fachada y desde la capilla, Adam logró observar el rompimiento de las últimas bóvedas nervadas; lo mismo sucedió con otras construcciones: el templo Rivolta d'Adda al norte, la Abadía de Bath al este, y varios de los clanes también fueron devorados igualmente por los torbellinos.
Los que fueron gritos de euforia en la plazoleta cercana a la Gran Catedral, se habían transformado en quejidos desesperados que recorrían fantasmagóricamente la capital entera.
Adam permaneció boquiabierto al encendiarse los bosques entre el sector norte y oeste colindantes con el castillo en ruinas, pues sabía que ahora no podría regresarse por el camino que le habia hecho llegar. La ruta hacia las ruinas se abría a través de los árboles de la ahora misérrima selva abrasiva.
Adam entró en pánico.
Escuchó un derrumbe en la planta baja y la capilla crujió de pronto. Más escombros se desmoronaron del tejado muy cerca de Adam. La rejilla sobre el suelo se deslizó hacia un lado y el vibrante sonido del acero raspando el suelo llegó de inmediato a los oídos de Adam, pero su mirada ahora apuntaba hacia la mesa encendida por las velas que se volcaron.
Los sobres encima de la mesa también se encendieron y aquel papelillo rosado escrito por Margarita se unió al incendio.
La capilla crujió de nuevo, pero esta vez con mayor violencia y Adam fue arrojado contra un muro resquebrajado a sus espaldas, lo que provocó el desprendimiento del tejado restante y la sepultura definitiva para todas las cartas que había recibido desde hacía tanto tiempo.
La rejilla, que se encontraba al lado de la puerta de la capilla, se deslizó velozmente hacia la dirección inversa, y su raspadura contra el suelo paralizó completamente a Adam, hasta que se alzó de la superficie y con el primer roce contra el muro que sostenía la ventana, derribó la torre alta...
En medio de la caída, Adam escuchó el reventar de más bombillas y sus ojos miraron fijamente el arco tornasol tendido en el cielo. Se veía hermoso, pero sus labios no se abrieron siquiera para gritar. Su cuerpo dio un giro en medio de la alta caída y esta vez sus ojos miraron los brotes del bosque transformados en ceniza, que parecía ir a buscarlo en el aire, además de los grandes escombros que ya habían aterrizado y los fantasmas de los niños de la plazoleta.
Perdió la visión o al menos sintió que todo estaba oscuro, pero en medio de su ceguera una luz muy brillante se le metió por las retinas.
Después, todo se volvió oscuro.
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