Penitencia
By : D. MorganaLos recuerdos nuestrospoco más son que historias.
Historias de conquistas y derrotas,
de escritores en el anonimato
ocultos entre guaridas del alma.
Ya ves.
Recogen limosneros,
migas gravitantes de las mesas.
Almuerza,
desayuna,
mejor.
Buenos días
¿Amaneces?...
¿No respondes?,
¿es tanta la comida?...
Hace calor.
Necesito irme.
Esta mano está inflamada.
¡Hola!
Lo siento.
Me quedé dormido.
¡Hola!,
¿me llamarás?
Eran deportes pesados.
¿se ha borrado la cicatriz de mi cuello?
Estoy cantando.
Tengo los oídos tapados.
Era pollo asado.
Y no hizo calor.
Siento lástima.
Tomaron placas.
Genial,
todo.
Ignora.
Llegará la noche.
Buenas noches
¿Te entretuviste?...
¿En serio?
Me voy a dormir.
Descansa, ¡eh!
Historias de conquistas y derrotas,
de escritores en el anonimato
ocultos entre guaridas del alma.
Ya ves.
Recogen limosneros,
migas gravitantes de las mesas.
Almuerza,
desayuna,
mejor.
Buenos días
¿Amaneces?...
¿No respondes?,
¿es tanta la comida?...
Hace calor.
Necesito irme.
Esta mano está inflamada.
¡Hola!
Lo siento.
Me quedé dormido.
¡Hola!,
¿me llamarás?
Eran deportes pesados.
¿se ha borrado la cicatriz de mi cuello?
Estoy cantando.
Tengo los oídos tapados.
Era pollo asado.
Y no hizo calor.
Siento lástima.
Tomaron placas.
Genial,
todo.
Ignora.
Llegará la noche.
Buenas noches
¿Te entretuviste?...
¿En serio?
Me voy a dormir.
Descansa, ¡eh!
X. Ese canasto de presentes está vacío - Parte II
By : D. MorganaLa campanada tercerá sonó en toda Lauffeuer. La ventana del viejo castillo se resquebrajó de súbito y Adam fue succionado por la corriente. Cayó en picada y en sus ojos se ausentó el brillo.
Pero antes observó la ronda de fastasmitas que le miraban desde sitios arbitrarios del bosque en llamas, aquella misma ronda de niños que entró en sus ojos antes del primer parpadeo...
Ismael abandonó la habitación de Jang, dejándola entreabierta, y se adelantó unas cuantas habitaciones y aunque todas estuviesen desocupadas por las festividades, sospechaba haber estado dejando fragmentos de sí a medida que escudriñaba las pertenencias de los otros.
La historia del Iris resonaba todavía en su cabeza. Y La gradazione dello Spirito que adornaba Lauffeuer estaba inspirada en su mito.
Las habitación de Pablo y Hernán lucía desordenada -o al menos eso parecía a juzgar por el estado de las sábanas-.
-¿Estaba Agar preocupada por Jang?- clamó Ismael para sí mismo mientras descendía por la escalinata que conducía al acceso principal del Gran Estrado de Agar.
Los cortijanes blancos siempre le habían parecido del mismo tono que el suelo perlado de Lauffeuer.
Tras avanzar por el corto pasillo observó con detenimiento un cuadro que no recordaba haber visto previamente.
Más que una pintura, era un dibujo a grafito.
Si se trataba del Iris, ya no lo recordaba, pero algo de Jang se desprendía del dibujo.
Quizá el áspero clima del invierno le traía al presente la personalidad esquiva y desafiante del joven violinista, pero tal vez la imagen de Jang en su cabeza al ver el cuadro se debía simplemente al dibujo mismo: el de la chica con los grilletes, de criaturas feroces, que llevaba puestos en las muñecas.
Jang -desde que lo recordaba- estaba atado a las cuerdas de su violín.
Agar lo recordaba también. Y así lo hizo saber cuando sorprendió a Ismael en aquel mismo pasillo del estrado.
No obstante, Ismael no volteó a mirarle, porque aquella figura encapuchada le cubrió el cuello con los brazos y se quedó tan cerca de Ismael como pudo.
Era la primera vez que Ismael lloraba en mucho tiempo y el sonido de sus lágrimas al caer no se parecía a ningún otro. Y eso que los oídos de Agar eran testigos de un sinfin de pesares y lamentos...
En el exterior, Los Patios estaban cubiertos de hermosos listones blancos como los cortinajes del gran estrado y los árboles frutales exhibían deliciosos manjares.
-¿Cuál sería el más dulce de esta temporada?-se escuchaba entre los árboles.¿Quién recibirá el mejor obsequio? y ¿cuál canasto estará rebosante para la noche? eran las murmullos más armónicos entre las cientos de inquietudes que se escuchaban al calor de la emoción por el festival.
Pero para Jang, quien lo escuchaba todo desde la ventana, nada de ello tenía importancia. Sus ojos estaban fijos sobre el durmiente Adam y los típicos movimientos nada ágiles de sus manos.
La caída de aquella araña del tejado apenas si le hizo un rasguño y los pronósticos de Joshua apuntaban a que estaría despierto para la hora del festival.
Jang sujetó la mano de Adam un instante y las pulsaciones de Adam se normalizaron.
Una lágrima salpicó el suelo de la habitación de pronto y el audaz oído del violinista se percató al instante.
No estaban solos. Alguien más había entrado en la habitación y se había ocultado prolijamente. Y su llanto era -además- conmovedor al oído, por lo menos para el de Jang.
En el centro de la habitación colgaba una araña con espacio para seis lucecillas.
De ese sitio provino la melodía.
Jang alzó la mirada aún sosteniendo la mano de Adam y, para sorpresa suya, otra mirada reverberaba la misma preocupación por aquel joven durmiente.
Pero Jang no pudo catalogar la criatura.
No podía ser un avecilla, aunque volase, porque tenía escamas y no podía ser tampoco un dragón porque tenía plumas pero lloraba pequeñas lenguas de fuego que apagaba la tenue brisa.
Sin embargo, una vez que se vio descubierta, la criatura se agitó entre los aceros de la araña colgante y con lágrimas llameantes todavía escurriéndole por las escamas se apartó de la vista de Jang huyendo por la puerta entreabierta.
Jang salió en su búsqueda, tras asegurarse de colocar sutilmente la mano de Adam de vuelta a las sábanas y, pronto, a medida que la puerta se cerraba, un melódico sollozo invadió la habitación...
Titus sollozaba también.
Garland, el cochero, se acercó con un artefacto en su manos. Se trataba de una cuna artesanal, hecha de raíces y brotes secos, como decir un canasto...
Pero antes observó la ronda de fastasmitas que le miraban desde sitios arbitrarios del bosque en llamas, aquella misma ronda de niños que entró en sus ojos antes del primer parpadeo...
Ismael abandonó la habitación de Jang, dejándola entreabierta, y se adelantó unas cuantas habitaciones y aunque todas estuviesen desocupadas por las festividades, sospechaba haber estado dejando fragmentos de sí a medida que escudriñaba las pertenencias de los otros.
La historia del Iris resonaba todavía en su cabeza. Y La gradazione dello Spirito que adornaba Lauffeuer estaba inspirada en su mito.
Las habitación de Pablo y Hernán lucía desordenada -o al menos eso parecía a juzgar por el estado de las sábanas-.
-¿Estaba Agar preocupada por Jang?- clamó Ismael para sí mismo mientras descendía por la escalinata que conducía al acceso principal del Gran Estrado de Agar.
Los cortijanes blancos siempre le habían parecido del mismo tono que el suelo perlado de Lauffeuer.
Tras avanzar por el corto pasillo observó con detenimiento un cuadro que no recordaba haber visto previamente.
Más que una pintura, era un dibujo a grafito.
Si se trataba del Iris, ya no lo recordaba, pero algo de Jang se desprendía del dibujo.
Quizá el áspero clima del invierno le traía al presente la personalidad esquiva y desafiante del joven violinista, pero tal vez la imagen de Jang en su cabeza al ver el cuadro se debía simplemente al dibujo mismo: el de la chica con los grilletes, de criaturas feroces, que llevaba puestos en las muñecas.
Jang -desde que lo recordaba- estaba atado a las cuerdas de su violín.
Agar lo recordaba también. Y así lo hizo saber cuando sorprendió a Ismael en aquel mismo pasillo del estrado.
No obstante, Ismael no volteó a mirarle, porque aquella figura encapuchada le cubrió el cuello con los brazos y se quedó tan cerca de Ismael como pudo.
Era la primera vez que Ismael lloraba en mucho tiempo y el sonido de sus lágrimas al caer no se parecía a ningún otro. Y eso que los oídos de Agar eran testigos de un sinfin de pesares y lamentos...
En el exterior, Los Patios estaban cubiertos de hermosos listones blancos como los cortinajes del gran estrado y los árboles frutales exhibían deliciosos manjares.
-¿Cuál sería el más dulce de esta temporada?-se escuchaba entre los árboles.¿Quién recibirá el mejor obsequio? y ¿cuál canasto estará rebosante para la noche? eran las murmullos más armónicos entre las cientos de inquietudes que se escuchaban al calor de la emoción por el festival.
Pero para Jang, quien lo escuchaba todo desde la ventana, nada de ello tenía importancia. Sus ojos estaban fijos sobre el durmiente Adam y los típicos movimientos nada ágiles de sus manos.
La caída de aquella araña del tejado apenas si le hizo un rasguño y los pronósticos de Joshua apuntaban a que estaría despierto para la hora del festival.
Jang sujetó la mano de Adam un instante y las pulsaciones de Adam se normalizaron.
Una lágrima salpicó el suelo de la habitación de pronto y el audaz oído del violinista se percató al instante.
No estaban solos. Alguien más había entrado en la habitación y se había ocultado prolijamente. Y su llanto era -además- conmovedor al oído, por lo menos para el de Jang.
En el centro de la habitación colgaba una araña con espacio para seis lucecillas.
De ese sitio provino la melodía.
Jang alzó la mirada aún sosteniendo la mano de Adam y, para sorpresa suya, otra mirada reverberaba la misma preocupación por aquel joven durmiente.
Pero Jang no pudo catalogar la criatura.
No podía ser un avecilla, aunque volase, porque tenía escamas y no podía ser tampoco un dragón porque tenía plumas pero lloraba pequeñas lenguas de fuego que apagaba la tenue brisa.
Sin embargo, una vez que se vio descubierta, la criatura se agitó entre los aceros de la araña colgante y con lágrimas llameantes todavía escurriéndole por las escamas se apartó de la vista de Jang huyendo por la puerta entreabierta.
Jang salió en su búsqueda, tras asegurarse de colocar sutilmente la mano de Adam de vuelta a las sábanas y, pronto, a medida que la puerta se cerraba, un melódico sollozo invadió la habitación...
Titus sollozaba también.
Garland, el cochero, se acercó con un artefacto en su manos. Se trataba de una cuna artesanal, hecha de raíces y brotes secos, como decir un canasto...
IX. Ese canasto de presentes está vacío - Primera Parte
By : D. MorganaEl cielo se encuentra crispándose. Las estrellas están ocultas tras
la bruma que invade la noche a modo de una cortina gigantesca. Lauffeuer
se ha borrado de cada mapa de Gran Tréveris. Algunos islarios algo
ilegibles todavía conservan su localización, pero están expuestos al
interior de las vitrinas en el opulento museo localizado en el poblado
de La Corda.
La noche está a punto de concluir. En el corazón de Havealock, la senda primaria de los Bosques de Fabel, el santuario de Agar, resplandece nutriéndose de las últimas centellas escondidas en el espejo lunar. Es la hora justa para observar la crecida del Célebes. Y aunque sean pocos quienes lloran al asomarse una nueva alborada, la senda aguarda por abrirse.
Los paseos en góndola son populares en la nueva capital erguida sobre las cenizas de Lauffeuer a quien ahora hace sombra: la Carmina Gaditana.
Y sólo desde el gran puente en arcos que une las subprovincias de la nueva capital es posible conseguir un buen lugar para testificar la crecida.
Esculpido en cada tramo del puente que conduce a las cuatro subprovincias se leen los nombres de cada una: Lvtetia, en el norte; Appéndix Probi, al este; La Rodueza, al oeste; y Furlán, al sur.
Y bajo el puente, movida por las aguas, una góndola vacía se mece sin rumbo. Y en oposición, una dama de la servidumbre de Uralt camina acompañada por la noche a través del puente hacia La Rodueza en dirección hacia el punto de unión entre las cuatro provincias.
La orden de pasar la noche en el figón de La Rodueza solamente retrasaría algunas horas el retorno de todas las chicas a Nutzen Taugen, pero la misma orden de permanecer dentro del figón resultó una amenaza inútil para aquella dama, cuyo sueño fue imposibilitado por la intensa luz que daba al cristal de la ventana de su alcoba asignada en el figón.
Una vez que alcanzó en el centro, el Celébes le dio la bienvenida. Se veía hermoso. Sus aguas se movían apaciblemente con el viento y las antorchas en los muros del puente reverberaron la etapa final de un eclipse de añoranzas... al menos para algunos cuantos.
La imagen de Augustine desapareciendo luego de pasearse por la Galería de los Mapas en el castillo, la llegada de esa mujer llamada Ettore y también del capitán Roscoe, el claustro de Pirra en su despacho, el riesgoso abandono del castillo por la arboleda de Fabel... cada nuevo evento fue más preocupante que el anterior. Incluso uno de los soldados de escolta no regresó después de haberse adelantado para examinar el perímetro...Y aunque aquel soldado no era cualquier hombre, todos los recuerdos son lo mismo ante el Célebes.
Tenía una expresión noble siempre, como la un líder innato, propenso a cambiar de gesto si la situación lo requiere, pero noble ante todo. De ello eran testigos las cuatro insignias abrochadas a su uniforme... su retrato en el agua enternecía la mirada de la dama de la servidumbre, quien se encontraba con el rostro escondido entre las palmas, con los brazos apoyados en el borde del muro del puente, mirándolo sin parpadear y con una fuente de lágrimas escurriéndose por los dedos adheridos a las mejillas.
De alguna manera, estaba segura de que las insignias habrían estado tocando a su ventana en el figón desde las aguas, como lo había hecho él ya tantas veces en Nutzen Taugen en los tiempos de mayor jovialidad para ambos.
La dama chilló de súbito. Sus lágrimas se abrieron al caer como botones de flor, dejando ver cientos de momentos compartidos con aquel hombre.
De pronto la luz de las antorchas se tornó más intensa y poco a poco todo el puente quedó iluminado por un concierto de lucecillas.
-¿Luciérnagas?- murmuró la dama para sí misma-. Y echó un vistazo alrededor suyo percatándose del magnífico escenario del que formaba parte. Miles de pequeñas esferas luminosas nacían de la nada sobre el puente precipitándose luego sobre las aguas del Célebes. Y una infinidad de memorias se desplegaba al caer cada una de las gotas de luz.
La dama se movió de un lado del puente hacia el otro buscando el rostro de su amado Ascilto, pero la lluvia dorada no reverberó más recuerdos suyos. Extrañamente, el telón abierto tras cada golpe de las gotas contra el agua presentaba una historia inédita y desconocida.
La dama enmudeció al asomarse cerca del puente hacia Lvtetia. El capitan Roscoe yacía tirado en el piso, la alta terraza del castillo Uralt se había desplomado y un gran número de soldados estaba sepultado bajo los escombros. Cerca de Appéndix Probi, Augustine palidecía y gritaba desesperadamente, como si el agua la hubiese atrapado. Y sin titubeos, la damá no dudó en extender su mano, pero la amplia distancia entre el puente y las aguas provocó que cayera inútilmente hacia la crecida. Pero antes de tomar la mano de Augustine, el reflejo de aquella se disolvió en ondas provocadas por el tránsito irregular de una góndola, que se acercó en el momento justo, y recibió a la dama.
-Habría sido una muerte muy dulce- clamó una voz femenina desde el camino hacia Furlán-.
-¿No estás de acuerdo, Nick?-agregó-.
Y varios metros al interior de Furlán Nick estaba sentado en una banqueta, un privilegiado asiento en la antesala del corazón de Furlán: la acotada central de Furlán. Pero sólo su sombra apoyada al respaldar del asiento permitía identificarlo. La imagen oscura de su peculiar sombrero proyectada al borde del respaldar lo volvía inconfundible... y más aún para Madama Antúnez.
Los faroles en la acotada se encendieron y Madama Antúnez quedó expuesta .Llevaba un vestido negro de una sola pieza, con dobladillos de gran longitud a partir de la cintura y también en el antebrazo y las muñecas. Un corsé constituía el torso y más arriba resaltaba un gran lazo de igual tono en la base del cuello. Se trataba de aquel Gusorori cosido a mano y diseñado a la medida para la gran señora de la Nueva Lauffeuer. Pero, Nick Moir, el hombre de edad avanzada y cabeza del Clan Gallicis, famoso por la creación de hermosas piezas de vestir, aunque algo costosas, para todo aquello que necesitara ser cubierto, permaneció en silencio. Y su sombra no se movió un centímetro ni dos ni tres... únicamente se disipó hasta tornarse una bruma espesa.
El brazo derecho de Madama Antúnez estaba perpendicular al resto de su propio cuerpo... y un filo intermitente tremoló entre la bruma circundante...
La desesperación volvió al rostro de Augustine luego de que la góndola se alejara lo suficiente, pero la distancia entre la dama de Uralt y la proyección de Augustine en el Célebes escasamente se comparaba con la distancia de la inmensa luna, ante la cual la bruma se reverenciaba y luego se disipaba, pues la noche acaba de consumirse robusteciéndose junto a la única testigo de aquellos recuerdos, quien ahora pertenecía al insaciable Célebes...
Por la mañana, la escolta de las damas de Uralt hacia Nutzen Taugen siguió su curso sin irregularidades. Nadie preguntó por qué se pagó por diecisiete habitaciones en el figón y sólo se ocupó deciseis de ellas. Además, al salir de la Carmina Gaditana la imagen de la escolta y la servidumbre se disolvió en el horizonte...
Cuando Jang abrió sus ojos, además del sujeto a cuyo lado quedó dormido, nadie más estaba con en la habitación. Mirándolo brevemente y de reojo, Jang notó que el sujeto permanecia dormido... y respiraba.
Se acercó a una ventana y observó que afuera las preparaciones del festival habían comenzado hacía ya varias horas.
El pomo de la puerta giró y un hombre entró a la habitación. Se trataba de Ismael, un tipo fuerte y respetado por todos en el santuario. Su caballo rapado le confiere un aspecto militar, aunque para Agar, su mano derecha es el hombre más noble que ha conocido.
-Los canastos serán colocados pronto- dijo Ismael sonriendo-.
-¡Ah! Jang. ¿Dormiste aquí? -agregó-. Por suerte he venido a revisar cada habitación de este nivel. Sería una lástima que alguien se pierda del festival. Agar ha estado preguntado por ti. ¿Es cierto que Rodrigo y Pablo te ayudaron con un pequeño incoveniente? ... Es peligroso permanecer afuera del santuario muy avanzada la noche.
-La Gran Divergencia -respondió Jang-. Y una vez que cerró sus labios, Ismael se percató que Jang no estaba sólo en su habitación. Otro sujeto dormía plácidamente boca arriba sobre la cama de Jang.
-Entonces ese par no fanfarroneaba- musitó Ismael.
Jang advirtió la frase y miró desafiante a Ismael por un breve tiempo, aunque aquel no se percató.
Isamel se acercó hacia el sujeto que dormía, y le escudriñó el rostro pero le fue imposible recordar de quién se trataba.
-¿Lo he visto antes?- preguntó a Jang-.
Jang esquivó la pregunta guardando silencio.
Ismael retiró la mirada del sujeto sobre la cama. Tomó algo de aire y luego libero un respiro nostálgico.
-Debo continuar revisando las habitaciones- señaló Ismael-. Tu violín tiene el cantino roto, Agar me ha dicho que si consigues hacerte con uno de los tesoros ocultos por todo el santuario, ella misma lo reparara para ti como parte de las condecoraciones.
Y dicho aquello, Ismael sonrió como de costumbre observando a Jang y luego abandonó la habitación.
Jang regresó a la ventana y continuó observando el curso de los preparativos del festival. Pero en ese momento, el sujeto sobre la cama empezaba a mover los brazos con desatino.
La noche está a punto de concluir. En el corazón de Havealock, la senda primaria de los Bosques de Fabel, el santuario de Agar, resplandece nutriéndose de las últimas centellas escondidas en el espejo lunar. Es la hora justa para observar la crecida del Célebes. Y aunque sean pocos quienes lloran al asomarse una nueva alborada, la senda aguarda por abrirse.
Los paseos en góndola son populares en la nueva capital erguida sobre las cenizas de Lauffeuer a quien ahora hace sombra: la Carmina Gaditana.
Y sólo desde el gran puente en arcos que une las subprovincias de la nueva capital es posible conseguir un buen lugar para testificar la crecida.
Esculpido en cada tramo del puente que conduce a las cuatro subprovincias se leen los nombres de cada una: Lvtetia, en el norte; Appéndix Probi, al este; La Rodueza, al oeste; y Furlán, al sur.
Y bajo el puente, movida por las aguas, una góndola vacía se mece sin rumbo. Y en oposición, una dama de la servidumbre de Uralt camina acompañada por la noche a través del puente hacia La Rodueza en dirección hacia el punto de unión entre las cuatro provincias.
La orden de pasar la noche en el figón de La Rodueza solamente retrasaría algunas horas el retorno de todas las chicas a Nutzen Taugen, pero la misma orden de permanecer dentro del figón resultó una amenaza inútil para aquella dama, cuyo sueño fue imposibilitado por la intensa luz que daba al cristal de la ventana de su alcoba asignada en el figón.
Una vez que alcanzó en el centro, el Celébes le dio la bienvenida. Se veía hermoso. Sus aguas se movían apaciblemente con el viento y las antorchas en los muros del puente reverberaron la etapa final de un eclipse de añoranzas... al menos para algunos cuantos.
La imagen de Augustine desapareciendo luego de pasearse por la Galería de los Mapas en el castillo, la llegada de esa mujer llamada Ettore y también del capitán Roscoe, el claustro de Pirra en su despacho, el riesgoso abandono del castillo por la arboleda de Fabel... cada nuevo evento fue más preocupante que el anterior. Incluso uno de los soldados de escolta no regresó después de haberse adelantado para examinar el perímetro...Y aunque aquel soldado no era cualquier hombre, todos los recuerdos son lo mismo ante el Célebes.
Tenía una expresión noble siempre, como la un líder innato, propenso a cambiar de gesto si la situación lo requiere, pero noble ante todo. De ello eran testigos las cuatro insignias abrochadas a su uniforme... su retrato en el agua enternecía la mirada de la dama de la servidumbre, quien se encontraba con el rostro escondido entre las palmas, con los brazos apoyados en el borde del muro del puente, mirándolo sin parpadear y con una fuente de lágrimas escurriéndose por los dedos adheridos a las mejillas.
De alguna manera, estaba segura de que las insignias habrían estado tocando a su ventana en el figón desde las aguas, como lo había hecho él ya tantas veces en Nutzen Taugen en los tiempos de mayor jovialidad para ambos.
La dama chilló de súbito. Sus lágrimas se abrieron al caer como botones de flor, dejando ver cientos de momentos compartidos con aquel hombre.
De pronto la luz de las antorchas se tornó más intensa y poco a poco todo el puente quedó iluminado por un concierto de lucecillas.
-¿Luciérnagas?- murmuró la dama para sí misma-. Y echó un vistazo alrededor suyo percatándose del magnífico escenario del que formaba parte. Miles de pequeñas esferas luminosas nacían de la nada sobre el puente precipitándose luego sobre las aguas del Célebes. Y una infinidad de memorias se desplegaba al caer cada una de las gotas de luz.
La dama se movió de un lado del puente hacia el otro buscando el rostro de su amado Ascilto, pero la lluvia dorada no reverberó más recuerdos suyos. Extrañamente, el telón abierto tras cada golpe de las gotas contra el agua presentaba una historia inédita y desconocida.
La dama enmudeció al asomarse cerca del puente hacia Lvtetia. El capitan Roscoe yacía tirado en el piso, la alta terraza del castillo Uralt se había desplomado y un gran número de soldados estaba sepultado bajo los escombros. Cerca de Appéndix Probi, Augustine palidecía y gritaba desesperadamente, como si el agua la hubiese atrapado. Y sin titubeos, la damá no dudó en extender su mano, pero la amplia distancia entre el puente y las aguas provocó que cayera inútilmente hacia la crecida. Pero antes de tomar la mano de Augustine, el reflejo de aquella se disolvió en ondas provocadas por el tránsito irregular de una góndola, que se acercó en el momento justo, y recibió a la dama.
-Habría sido una muerte muy dulce- clamó una voz femenina desde el camino hacia Furlán-.
-¿No estás de acuerdo, Nick?-agregó-.
Y varios metros al interior de Furlán Nick estaba sentado en una banqueta, un privilegiado asiento en la antesala del corazón de Furlán: la acotada central de Furlán. Pero sólo su sombra apoyada al respaldar del asiento permitía identificarlo. La imagen oscura de su peculiar sombrero proyectada al borde del respaldar lo volvía inconfundible... y más aún para Madama Antúnez.
Los faroles en la acotada se encendieron y Madama Antúnez quedó expuesta .Llevaba un vestido negro de una sola pieza, con dobladillos de gran longitud a partir de la cintura y también en el antebrazo y las muñecas. Un corsé constituía el torso y más arriba resaltaba un gran lazo de igual tono en la base del cuello. Se trataba de aquel Gusorori cosido a mano y diseñado a la medida para la gran señora de la Nueva Lauffeuer. Pero, Nick Moir, el hombre de edad avanzada y cabeza del Clan Gallicis, famoso por la creación de hermosas piezas de vestir, aunque algo costosas, para todo aquello que necesitara ser cubierto, permaneció en silencio. Y su sombra no se movió un centímetro ni dos ni tres... únicamente se disipó hasta tornarse una bruma espesa.
El brazo derecho de Madama Antúnez estaba perpendicular al resto de su propio cuerpo... y un filo intermitente tremoló entre la bruma circundante...
La desesperación volvió al rostro de Augustine luego de que la góndola se alejara lo suficiente, pero la distancia entre la dama de Uralt y la proyección de Augustine en el Célebes escasamente se comparaba con la distancia de la inmensa luna, ante la cual la bruma se reverenciaba y luego se disipaba, pues la noche acaba de consumirse robusteciéndose junto a la única testigo de aquellos recuerdos, quien ahora pertenecía al insaciable Célebes...
Por la mañana, la escolta de las damas de Uralt hacia Nutzen Taugen siguió su curso sin irregularidades. Nadie preguntó por qué se pagó por diecisiete habitaciones en el figón y sólo se ocupó deciseis de ellas. Además, al salir de la Carmina Gaditana la imagen de la escolta y la servidumbre se disolvió en el horizonte...
Cuando Jang abrió sus ojos, además del sujeto a cuyo lado quedó dormido, nadie más estaba con en la habitación. Mirándolo brevemente y de reojo, Jang notó que el sujeto permanecia dormido... y respiraba.
Se acercó a una ventana y observó que afuera las preparaciones del festival habían comenzado hacía ya varias horas.
El pomo de la puerta giró y un hombre entró a la habitación. Se trataba de Ismael, un tipo fuerte y respetado por todos en el santuario. Su caballo rapado le confiere un aspecto militar, aunque para Agar, su mano derecha es el hombre más noble que ha conocido.
-Los canastos serán colocados pronto- dijo Ismael sonriendo-.
-¡Ah! Jang. ¿Dormiste aquí? -agregó-. Por suerte he venido a revisar cada habitación de este nivel. Sería una lástima que alguien se pierda del festival. Agar ha estado preguntado por ti. ¿Es cierto que Rodrigo y Pablo te ayudaron con un pequeño incoveniente? ... Es peligroso permanecer afuera del santuario muy avanzada la noche.
-La Gran Divergencia -respondió Jang-. Y una vez que cerró sus labios, Ismael se percató que Jang no estaba sólo en su habitación. Otro sujeto dormía plácidamente boca arriba sobre la cama de Jang.
-Entonces ese par no fanfarroneaba- musitó Ismael.
Jang advirtió la frase y miró desafiante a Ismael por un breve tiempo, aunque aquel no se percató.
Isamel se acercó hacia el sujeto que dormía, y le escudriñó el rostro pero le fue imposible recordar de quién se trataba.
-¿Lo he visto antes?- preguntó a Jang-.
Jang esquivó la pregunta guardando silencio.
Ismael retiró la mirada del sujeto sobre la cama. Tomó algo de aire y luego libero un respiro nostálgico.
-Debo continuar revisando las habitaciones- señaló Ismael-. Tu violín tiene el cantino roto, Agar me ha dicho que si consigues hacerte con uno de los tesoros ocultos por todo el santuario, ella misma lo reparara para ti como parte de las condecoraciones.
Y dicho aquello, Ismael sonrió como de costumbre observando a Jang y luego abandonó la habitación.
Jang regresó a la ventana y continuó observando el curso de los preparativos del festival. Pero en ese momento, el sujeto sobre la cama empezaba a mover los brazos con desatino.
VIII. El pretil de la noche se dilata con el amanecer
By : D. Morgana
Una queja triste y silenciosa recorrió los desolados lares que yacían escoñados en
aquella punta de piedra desde cuya vista hacia el calmado oleaje, revivían
miles de recuerdos en las cafezuscas pupilas de Titus.
Aquella muñeca de trapo, que no parecía envejecer ni un poco, aguardaba inmóvil en el interior del carruaje. Sin embargo, sus ojos, que eran botones cosidos con hilo y aguja, parecían reaccionar con el sinsabor del sol poniente que aguardaba afuera de esa cuna con ruedas mediante la que junto a su ama se movilizaban ya sin recordar exactamente desde cuándo empezaron a hacerlo.
La brisa soplaba con pronunciada altivez sobre la ropa de Titus. Y las costuras del canesú se desplegaban unas de otras con inverosímil espectacularidad… o al menos ese era el reflejo que atravesaba las ventanas del coche y que daba en los botones de la muñeca, como si se tratara de una plegaría más allá de las palabras o el silencio mismo.
El cabello de Titus también se mermaba con la agitación de la brisa, que aunque algo desalentador su soplo, traía a la mente un aroma conocido.
-Y todo este maquillaje para nada- musitó Titus tocándose sus delicados labios maquillados con una pintura de algún tono rojizo más o menos intenso.
Garland, el cochero, de musculatura evidente e imposible de disimular, se limitó a contemplar a su señora desde un costado del coche.
Llevaba puesto un oscuro sombrero de ala grande y corona truncada, una camisa blanca de largas mangas que le cubrían hasta las muñecas, y unos pantaloncillos hasta las rodillas, a partir de las cuales unas largas medias del mismo color que la camisa se encargaban de cubrir. Llevaba puestos unas zapatillas oscuras como el sombrero. Pero lo más llamativo de su atuendo se trataba de la espectacular pieza que cargaba en su propio cinto. Se trataba de alguna clase de arma similar a una espada, pero de una hoja rectangular y muy fina cuya punta estaba terminada con un botón en forma de flor.
-¡Garland! ¡Garland!- chilló Titus en bajo tono, volteándose a buscar con la mirada a su cochero.
Y éste último respondió a su llamado acercándose hacia ella.
-Garland, ¿qué ves si miras hacia esas olas que vienen y van?...
Garland se acercó hacia el peñasco e inclinó la cabeza para escudriñar el oleaje.
… ¿puedes ver a los pequeños tritones? Ellos, más bien ellas, son una flor única que germina en este punto del Mar Tirreno. Y como ves, nacen únicamente de las capas superficiales de los corales.
Abajo, una familia de ramificaciones policromáticas sobresalía de las aguas y se adherían a la base rocosa del peñasco, formando una silueta que Garland ya conocía gracias a las pinturas que se exhibían en la provincia de La Corda, a mucha distancia atravesando los peligrosos Bosques de Fabel…
La imagen resultaba enternecedora. Una vez más el curso natural de la creación pura sobrepasaba la ingenuidad del pensador.
Desplegadas completamente de lo que simulaba ser un torso humano, las ramificaciones salían de aquella espalda artificial como un par de gigantes alas.
-Tiene forma de ángel- musitó Titus, posando su propia mano en la espalda de Garland –quien aún contemplaba al ángel de coral elaborado por las misteriosas florecillas-.
-Lamento tanto llegar tarde- clamó Titus enseguida. Y se abalanzó con todas sus fuerzas sobre Garland en un abrazo tan cálido que hizo derramar una lágrima a la muñeca de trapo desde el interior del carruaje.
Garland se dio la vuelta y respondió con un abrazo de igual candidez -o quizás mayor- apoyado sobre un gran silencio majestuoso con el oceáno como testigo. Y ambos cerraron sus ojos al mismo tiempo, mientras que a sus pies, los tritones ya iban escalando…
No obstante, el camino hacia Agar se llenaba del ruido provocado por las hojas secas pisadas por Jang a la que Adam intentaba pisarles de nuevo.
La divergencia había quedado varios árboles atrás. Y lo cierto es que conforme avanzaban y se internaban más entre los árboles, nuevas clases de arbustos y otras vegetaciones iban haciendo su aparición.
Adam caminaba un poco preocupado, todo lo contrario a Jang quien a ratos liberaba notas de su violín cada vez más dulces y armoniosas.
No hubo conversación entre ambos por mucho tiempo desde que avanzaron por el camino oeste de la divergencia. Y Adam no parecía necesitarlo. Caminaba sujetándose el colgante entregado por Cecil Amberes antes de que se separaran. Pero las palabras de Jang sobre aquel castillo cuya existencia más allá del bosque era solamente un rumor, le parecía preocupante, a pesar de que ciertamente no lo hizo notar ni Jang le hizo preguntas de cómo termino atrapado en el bosque.
Aunque cualquier forma, aquel gesto triste en la cara de Jang no pasó desapercibido para Adam, cuya mirada enfocaba únicamente las hojas pisadas por Jang, que iba unos pasos delante de él.
Poco después de un rato, una cortina de luz plateada cubrió las hojas y los zapatos de Jang.
Y aunque la cortina se corrió muy deprisa, Adam se percató inmediatamente de su espectro, pero, sin embargo, no fue necesario preguntar de qué se trataba.
-¡Llegamos!- clamó Jang enseguida, al mismo tiempo que liberó una nota final con su violín. Pero antes de concluir la tonada, el arco en manos de Jang con el que tocaba las cuerdas, se movió con voluntad propia y una cuerda del violín se rompió, provocando un sonido nada armonioso.
Adam elevó su mirada al instante.
-¿Está estropeado tu violín?- preguntó.
Pero Jang, quien permanecía todavía unos pasos delante de Adam, no se inmutó demasiado.
-¡No pasa nada! Es sólo la cuerda de mi- dijo.
Y enseguida otro espectro plateado recorrió el cuerpo de ambos y Jang señaló entre los arbustos apuntando con el arco de su violín una vista que Adam jamás habría imaginado.
Y sobre el horizonte que atravesaba las hojarascas apiladas a los pies de los arbustos, cuatro obeliscos gigantes nacían de los extremos de sendos puentes curvos que se elevaban sobre una ciudadela de proporciones inmensurables, de mayor medida incluso que Lauffeuer.
-Este es el Patio del Este- dijo Jang, adentrándose junto a Adam por un sendero largo y amplio y desde el cual el panorama era más rico aún.
Aquellos dos puentes cóncavos de cuyos extremos nacían los obeliscos terminados en punta, se trataban en realidad de la pieza más alta de varias columnas que estaban arraigadas a la superficie más inferior de todo el complejo.
En la base de los obeliscos estaban colocados en posición romboidal, cristales incrustados de un tono verdoso muy profundo –como la sabia de los árboles-. Y en la punta de éstos, un emblema sobresalía de todos y cada uno de los obeliscos, aunque sólo cuatro eran completamente visibles desde los patios, pues desde un patio se podía observar el otro sendero sin problemas, pero solamente eso: ver.
Ya que entre ambos senderos se anteponía un santuario con un ábside muy pronunciado y terminado en punta de la misma forma que las columnas con los obeliscos, y en torno a cuyos límites sobrecogía un aura azul plateado y quizás gracias a dicha aura, las murallas gigantes que cercaban el nivel inferior, así como los mismos obeliscos y el resto del complejo, resplandecían de un tono más bajo, pero igualmente similar.
-La distancia es inmensa hasta la plaza- clamó Jang en medio del estupor que apresaba a Adam, quien no parecía dar cuenta todavía de lo que observaba.
-Pero lo mejor es que será pan comido llegar hasta el nivel inferior- agregó enseguida.
E inmediatamente Jang llevó sus dedos corazón e índice a su propia boca y liberó un silbido con ayuda de ambos.
Y un segundo después los árboles del sendero en el que ambos se encontraban comenzaron a sacudirse paulatinamente y de sus ramas se desprendieron cientos de hojas y aún con ello permanecieron igualmente frondosos.
Las hojas se deslizaron a través del la brisa hacia el final del sendero y se fueron transformando en paneles circulares con símbolos extraños al interior de su circunferencia extendidos hasta el nivel inferior donde yacía la plaza anteriormente mostrada por Jang.
Y Adam no pudo dar crédito de todo aquello, incluso al descender de prisa por aquellos paneles siendo sujetado de la mano por Jang, quien denotaba en su rostro una felicidad inmejorable.
El descenso ocurrió veloz y la brisa desacomodó ligeramente el cabello de Adam, pero tan prontamente como llegaron a la plaza, Adam quedó aún más extasiado.
Se trataba de un área enteramente circular con una extensa columnata en su perímetro y un par de pequeños senderos en forma de sendos hexágonos. Además contaba con un formidable podio en cuyo centro sobresalía una figura similar a los obeliscos, pero en lugar de ser un rectángulo terminado en punta, tenía un platillo poco antes de llegar a ésta. Y aquella sección con el particular obelisco también estaba conectada con un caminillo que se extendía hasta los pies del último peldaño de una escalinata de pocos escalones por la cual se ascendía hasta el santuario, cuya fachada estaba compuesta por lo que parecían ser tres agujas gigantescas hacia lo alto, de las cuales dos más angostas que la central crecían varios metros encima suyo, pero más o menos a la altura de la aguja central el interior de las agujas más altas dejaba ver una especie de sustancia azul y violeta que se movía y mezclaba continuamente como una pared de líquido atrapada en el interior de ambas agujas.
La aguja central se trataba ciertamente más de un portal de gran altura que otra cosa en cuya zona intermedia sobresalía uno de aquellos rombos con la incrustación de la piedra de sabia de árbol en forma de óvalo en su interior. Más arriba de la piedra crecían dos romboides inclinados unidos en el vértice más alto de ambos, en cuyo punto nacía una lanza gruesa del mismo material azul plateado que el resto del material del complejo… aunque parecía más bien un símbolo similar al que descansaba en el podio.
-Dentro de poco terminará el día- musitó Jang al pie del primer peldaño que conducía a la entrada del santuario, todavía sujetando la mano de Adam.
-Tendrás mucho tiempo para terminar de conocer la estructura. Si nos damos prisa, con suerte puedas hablar ahora mismo con nuestra Deeva- agregó-.
Y dicho aquello, Adam se concentró en sí mismo retirando la mirada de las agujas gigantes a espaldas de los peldaños. Y ascendió por los peldaños y se internó en aquel edificio del complejo junto a Jang luego de que ambos aplicaran la suficiente fuerza para abrir las enormes puertas de la entrada…
-Se ha terminado ya. El día está por concluir- susurró Titus con la cabeza reposando sobre las piernas de su cochero, al mismo tiempo que se encontraban sus miradas.
Pero tal encuentro de miradas se prolongó únicamente por unos escasos segundos, al cabo de los cuales la joven chica se reincorporó de aquella posición y –sentada con la manos apoyadas sobre sus propias rodillas- dio un breve recorrido con la mirada hacia el peñasco que daba con el mar, cuya punta ya estaba invadida por las flores de tritón y de coral.
Garland reverberaba un sentimiento algo lúgubre a través de sus pupilas oscuras, aunque sus ojos se movían a la misma frecuencia de cada movimiento ejecutado por Titus.
-Después del desastre de aquella noche de muertes, Lauffeuer se desplomó- chilló Titus todavía mirando los corales en la punta del peñasco.
-Esa noche yo sería la tercera en abandonar el clan, el Corvus Córax- agregó-. Cuando entré a la habitación y vi las salpicaduras de sangre durante la mañana de ese mismo día y la actitud tan frívola de Briseida, decidí que lo mejor sería abandonar el clan a tiempo. Sin embargo, no pude encontrarme con Briseida más tarde, antes de que se abriera el cielo y me fuese imposible entregarle de vuelta la muñeca que ahora transporto conmigo a donde sea que me lleves, Garland…
-Cuando supe lo que le había ocurrido al clan, a toda Lauffeur, entendí porqué ella fue la primera en retirarse, aunque Catharina siempre aprovechaba cualquier ocasión para exhortarnos a mantenernos unidas. Pero quizás solamente cumplía los deseos de Briseida. La verdad, no lo sé-.
-La nueva Corte decretó la prohibición de acercarse a las ruinas de Lauffeuer, pero luego de que fui rescatada de la destrucción del lugar y consecuentemente reubicada en La Corda, donde nos conocimos tú y yo, Garland, escuché el rumor del antiguo Castillo Uralt. El cual se suponía que debía estar justo aquí, frente a nosotros-.
-Se rumoraba que el rey y la reina del castillo trabajaron en secreto durante los primeros meses posteriores al cataclismo de Lauffeuer para rescatar los cuerpos de las victimas más desfavorecidas por el evento, pero, no obstante, también corría el rumor que aquellos cuerpos recuperados se utilizaban para propósitos oscuros e indignos-.
-Se tratara de una mentira o no, también corría la voz de que varios miembros de algunos de los clanes exiliados de Lauffeuer moraban en el castillo bajo el yugo de los reyes a cambio de su protección absoluta y su colaboración expedita con tan macabros planes. Pero fue hace dos semanas cuando esa mujer extraña, Ettore, visitaba el viejo museo de La Corda y le escuché decir que atravesaría los Bosques de Fabel escoltada por un pelotón de soldados enviados por la mismísima Alta Corte con el fin de tomar el castillo y desmantelar los secretos de los reyes. Fue entonces cuando apareciste tú, Garland, y me acompañaste en esta búsqueda para encontrar Uralt, sin embargo no fuimos capaces de seguir el ritmo de Ettore y su pelotón. Su maquinaria, que estoy segura que desafía el decreto de la Alta Corte, operaba de maravilla… No fue fácil enfrentarnos a tantas criaturas… Pero de cualquier manera, si fue cierto lo que escuché, esa Ettore ha de haber conseguido no sólo tomar el castillo, sino destruirlo… y con ello, toda posibilidad de una pista del paradero del resto de las chicas se desvaneció con el oleaje.
Y terminado aquel último diálogo, la joven Titus se puso sobre sus propios pies y se movilizó hasta el carruaje, donde la aguardaba la muñeca de trapo con los ojos de botón, que pareció voltear a mirarle cuando dio el primer paso dentro del carruaje.
Garland, el cochero, se reincorporó de su asiento sobre la yerba a varios metros del peñasco y a un costado del carruaje…
Poco después los caballos echaron a andar a toda velocidad y Titus, la muñeca y Garland se internaron nuevamente entre los Bosques de Fabel sin un rumbo determinado… o al menos ni Titus ni Garland dijeron nada al respecto antes de subirse al carruaje…
En un sitio lejano, las últimas horas del día se empezaban a consumir. Y el aura azul plateada que cubría el santuario del ábside pronunciado tremolaba con mayor dinamismo.
Aquella muñeca de trapo, que no parecía envejecer ni un poco, aguardaba inmóvil en el interior del carruaje. Sin embargo, sus ojos, que eran botones cosidos con hilo y aguja, parecían reaccionar con el sinsabor del sol poniente que aguardaba afuera de esa cuna con ruedas mediante la que junto a su ama se movilizaban ya sin recordar exactamente desde cuándo empezaron a hacerlo.
La brisa soplaba con pronunciada altivez sobre la ropa de Titus. Y las costuras del canesú se desplegaban unas de otras con inverosímil espectacularidad… o al menos ese era el reflejo que atravesaba las ventanas del coche y que daba en los botones de la muñeca, como si se tratara de una plegaría más allá de las palabras o el silencio mismo.
El cabello de Titus también se mermaba con la agitación de la brisa, que aunque algo desalentador su soplo, traía a la mente un aroma conocido.
-Y todo este maquillaje para nada- musitó Titus tocándose sus delicados labios maquillados con una pintura de algún tono rojizo más o menos intenso.
Garland, el cochero, de musculatura evidente e imposible de disimular, se limitó a contemplar a su señora desde un costado del coche.
Llevaba puesto un oscuro sombrero de ala grande y corona truncada, una camisa blanca de largas mangas que le cubrían hasta las muñecas, y unos pantaloncillos hasta las rodillas, a partir de las cuales unas largas medias del mismo color que la camisa se encargaban de cubrir. Llevaba puestos unas zapatillas oscuras como el sombrero. Pero lo más llamativo de su atuendo se trataba de la espectacular pieza que cargaba en su propio cinto. Se trataba de alguna clase de arma similar a una espada, pero de una hoja rectangular y muy fina cuya punta estaba terminada con un botón en forma de flor.
-¡Garland! ¡Garland!- chilló Titus en bajo tono, volteándose a buscar con la mirada a su cochero.
Y éste último respondió a su llamado acercándose hacia ella.
-Garland, ¿qué ves si miras hacia esas olas que vienen y van?...
Garland se acercó hacia el peñasco e inclinó la cabeza para escudriñar el oleaje.
… ¿puedes ver a los pequeños tritones? Ellos, más bien ellas, son una flor única que germina en este punto del Mar Tirreno. Y como ves, nacen únicamente de las capas superficiales de los corales.
Abajo, una familia de ramificaciones policromáticas sobresalía de las aguas y se adherían a la base rocosa del peñasco, formando una silueta que Garland ya conocía gracias a las pinturas que se exhibían en la provincia de La Corda, a mucha distancia atravesando los peligrosos Bosques de Fabel…
La imagen resultaba enternecedora. Una vez más el curso natural de la creación pura sobrepasaba la ingenuidad del pensador.
Desplegadas completamente de lo que simulaba ser un torso humano, las ramificaciones salían de aquella espalda artificial como un par de gigantes alas.
-Tiene forma de ángel- musitó Titus, posando su propia mano en la espalda de Garland –quien aún contemplaba al ángel de coral elaborado por las misteriosas florecillas-.
-Lamento tanto llegar tarde- clamó Titus enseguida. Y se abalanzó con todas sus fuerzas sobre Garland en un abrazo tan cálido que hizo derramar una lágrima a la muñeca de trapo desde el interior del carruaje.
Garland se dio la vuelta y respondió con un abrazo de igual candidez -o quizás mayor- apoyado sobre un gran silencio majestuoso con el oceáno como testigo. Y ambos cerraron sus ojos al mismo tiempo, mientras que a sus pies, los tritones ya iban escalando…
No obstante, el camino hacia Agar se llenaba del ruido provocado por las hojas secas pisadas por Jang a la que Adam intentaba pisarles de nuevo.
La divergencia había quedado varios árboles atrás. Y lo cierto es que conforme avanzaban y se internaban más entre los árboles, nuevas clases de arbustos y otras vegetaciones iban haciendo su aparición.
Adam caminaba un poco preocupado, todo lo contrario a Jang quien a ratos liberaba notas de su violín cada vez más dulces y armoniosas.
No hubo conversación entre ambos por mucho tiempo desde que avanzaron por el camino oeste de la divergencia. Y Adam no parecía necesitarlo. Caminaba sujetándose el colgante entregado por Cecil Amberes antes de que se separaran. Pero las palabras de Jang sobre aquel castillo cuya existencia más allá del bosque era solamente un rumor, le parecía preocupante, a pesar de que ciertamente no lo hizo notar ni Jang le hizo preguntas de cómo termino atrapado en el bosque.
Aunque cualquier forma, aquel gesto triste en la cara de Jang no pasó desapercibido para Adam, cuya mirada enfocaba únicamente las hojas pisadas por Jang, que iba unos pasos delante de él.
Poco después de un rato, una cortina de luz plateada cubrió las hojas y los zapatos de Jang.
Y aunque la cortina se corrió muy deprisa, Adam se percató inmediatamente de su espectro, pero, sin embargo, no fue necesario preguntar de qué se trataba.
-¡Llegamos!- clamó Jang enseguida, al mismo tiempo que liberó una nota final con su violín. Pero antes de concluir la tonada, el arco en manos de Jang con el que tocaba las cuerdas, se movió con voluntad propia y una cuerda del violín se rompió, provocando un sonido nada armonioso.
Adam elevó su mirada al instante.
-¿Está estropeado tu violín?- preguntó.
Pero Jang, quien permanecía todavía unos pasos delante de Adam, no se inmutó demasiado.
-¡No pasa nada! Es sólo la cuerda de mi- dijo.
Y enseguida otro espectro plateado recorrió el cuerpo de ambos y Jang señaló entre los arbustos apuntando con el arco de su violín una vista que Adam jamás habría imaginado.
Y sobre el horizonte que atravesaba las hojarascas apiladas a los pies de los arbustos, cuatro obeliscos gigantes nacían de los extremos de sendos puentes curvos que se elevaban sobre una ciudadela de proporciones inmensurables, de mayor medida incluso que Lauffeuer.
-Este es el Patio del Este- dijo Jang, adentrándose junto a Adam por un sendero largo y amplio y desde el cual el panorama era más rico aún.
Aquellos dos puentes cóncavos de cuyos extremos nacían los obeliscos terminados en punta, se trataban en realidad de la pieza más alta de varias columnas que estaban arraigadas a la superficie más inferior de todo el complejo.
En la base de los obeliscos estaban colocados en posición romboidal, cristales incrustados de un tono verdoso muy profundo –como la sabia de los árboles-. Y en la punta de éstos, un emblema sobresalía de todos y cada uno de los obeliscos, aunque sólo cuatro eran completamente visibles desde los patios, pues desde un patio se podía observar el otro sendero sin problemas, pero solamente eso: ver.
Ya que entre ambos senderos se anteponía un santuario con un ábside muy pronunciado y terminado en punta de la misma forma que las columnas con los obeliscos, y en torno a cuyos límites sobrecogía un aura azul plateado y quizás gracias a dicha aura, las murallas gigantes que cercaban el nivel inferior, así como los mismos obeliscos y el resto del complejo, resplandecían de un tono más bajo, pero igualmente similar.
-La distancia es inmensa hasta la plaza- clamó Jang en medio del estupor que apresaba a Adam, quien no parecía dar cuenta todavía de lo que observaba.
-Pero lo mejor es que será pan comido llegar hasta el nivel inferior- agregó enseguida.
E inmediatamente Jang llevó sus dedos corazón e índice a su propia boca y liberó un silbido con ayuda de ambos.
Y un segundo después los árboles del sendero en el que ambos se encontraban comenzaron a sacudirse paulatinamente y de sus ramas se desprendieron cientos de hojas y aún con ello permanecieron igualmente frondosos.
Las hojas se deslizaron a través del la brisa hacia el final del sendero y se fueron transformando en paneles circulares con símbolos extraños al interior de su circunferencia extendidos hasta el nivel inferior donde yacía la plaza anteriormente mostrada por Jang.
Y Adam no pudo dar crédito de todo aquello, incluso al descender de prisa por aquellos paneles siendo sujetado de la mano por Jang, quien denotaba en su rostro una felicidad inmejorable.
El descenso ocurrió veloz y la brisa desacomodó ligeramente el cabello de Adam, pero tan prontamente como llegaron a la plaza, Adam quedó aún más extasiado.
Se trataba de un área enteramente circular con una extensa columnata en su perímetro y un par de pequeños senderos en forma de sendos hexágonos. Además contaba con un formidable podio en cuyo centro sobresalía una figura similar a los obeliscos, pero en lugar de ser un rectángulo terminado en punta, tenía un platillo poco antes de llegar a ésta. Y aquella sección con el particular obelisco también estaba conectada con un caminillo que se extendía hasta los pies del último peldaño de una escalinata de pocos escalones por la cual se ascendía hasta el santuario, cuya fachada estaba compuesta por lo que parecían ser tres agujas gigantescas hacia lo alto, de las cuales dos más angostas que la central crecían varios metros encima suyo, pero más o menos a la altura de la aguja central el interior de las agujas más altas dejaba ver una especie de sustancia azul y violeta que se movía y mezclaba continuamente como una pared de líquido atrapada en el interior de ambas agujas.
La aguja central se trataba ciertamente más de un portal de gran altura que otra cosa en cuya zona intermedia sobresalía uno de aquellos rombos con la incrustación de la piedra de sabia de árbol en forma de óvalo en su interior. Más arriba de la piedra crecían dos romboides inclinados unidos en el vértice más alto de ambos, en cuyo punto nacía una lanza gruesa del mismo material azul plateado que el resto del material del complejo… aunque parecía más bien un símbolo similar al que descansaba en el podio.
-Dentro de poco terminará el día- musitó Jang al pie del primer peldaño que conducía a la entrada del santuario, todavía sujetando la mano de Adam.
-Tendrás mucho tiempo para terminar de conocer la estructura. Si nos damos prisa, con suerte puedas hablar ahora mismo con nuestra Deeva- agregó-.
Y dicho aquello, Adam se concentró en sí mismo retirando la mirada de las agujas gigantes a espaldas de los peldaños. Y ascendió por los peldaños y se internó en aquel edificio del complejo junto a Jang luego de que ambos aplicaran la suficiente fuerza para abrir las enormes puertas de la entrada…
-Se ha terminado ya. El día está por concluir- susurró Titus con la cabeza reposando sobre las piernas de su cochero, al mismo tiempo que se encontraban sus miradas.
Pero tal encuentro de miradas se prolongó únicamente por unos escasos segundos, al cabo de los cuales la joven chica se reincorporó de aquella posición y –sentada con la manos apoyadas sobre sus propias rodillas- dio un breve recorrido con la mirada hacia el peñasco que daba con el mar, cuya punta ya estaba invadida por las flores de tritón y de coral.
Garland reverberaba un sentimiento algo lúgubre a través de sus pupilas oscuras, aunque sus ojos se movían a la misma frecuencia de cada movimiento ejecutado por Titus.
-Después del desastre de aquella noche de muertes, Lauffeuer se desplomó- chilló Titus todavía mirando los corales en la punta del peñasco.
-Esa noche yo sería la tercera en abandonar el clan, el Corvus Córax- agregó-. Cuando entré a la habitación y vi las salpicaduras de sangre durante la mañana de ese mismo día y la actitud tan frívola de Briseida, decidí que lo mejor sería abandonar el clan a tiempo. Sin embargo, no pude encontrarme con Briseida más tarde, antes de que se abriera el cielo y me fuese imposible entregarle de vuelta la muñeca que ahora transporto conmigo a donde sea que me lleves, Garland…
-Cuando supe lo que le había ocurrido al clan, a toda Lauffeur, entendí porqué ella fue la primera en retirarse, aunque Catharina siempre aprovechaba cualquier ocasión para exhortarnos a mantenernos unidas. Pero quizás solamente cumplía los deseos de Briseida. La verdad, no lo sé-.
-La nueva Corte decretó la prohibición de acercarse a las ruinas de Lauffeuer, pero luego de que fui rescatada de la destrucción del lugar y consecuentemente reubicada en La Corda, donde nos conocimos tú y yo, Garland, escuché el rumor del antiguo Castillo Uralt. El cual se suponía que debía estar justo aquí, frente a nosotros-.
-Se rumoraba que el rey y la reina del castillo trabajaron en secreto durante los primeros meses posteriores al cataclismo de Lauffeuer para rescatar los cuerpos de las victimas más desfavorecidas por el evento, pero, no obstante, también corría el rumor que aquellos cuerpos recuperados se utilizaban para propósitos oscuros e indignos-.
-Se tratara de una mentira o no, también corría la voz de que varios miembros de algunos de los clanes exiliados de Lauffeuer moraban en el castillo bajo el yugo de los reyes a cambio de su protección absoluta y su colaboración expedita con tan macabros planes. Pero fue hace dos semanas cuando esa mujer extraña, Ettore, visitaba el viejo museo de La Corda y le escuché decir que atravesaría los Bosques de Fabel escoltada por un pelotón de soldados enviados por la mismísima Alta Corte con el fin de tomar el castillo y desmantelar los secretos de los reyes. Fue entonces cuando apareciste tú, Garland, y me acompañaste en esta búsqueda para encontrar Uralt, sin embargo no fuimos capaces de seguir el ritmo de Ettore y su pelotón. Su maquinaria, que estoy segura que desafía el decreto de la Alta Corte, operaba de maravilla… No fue fácil enfrentarnos a tantas criaturas… Pero de cualquier manera, si fue cierto lo que escuché, esa Ettore ha de haber conseguido no sólo tomar el castillo, sino destruirlo… y con ello, toda posibilidad de una pista del paradero del resto de las chicas se desvaneció con el oleaje.
Y terminado aquel último diálogo, la joven Titus se puso sobre sus propios pies y se movilizó hasta el carruaje, donde la aguardaba la muñeca de trapo con los ojos de botón, que pareció voltear a mirarle cuando dio el primer paso dentro del carruaje.
Garland, el cochero, se reincorporó de su asiento sobre la yerba a varios metros del peñasco y a un costado del carruaje…
Poco después los caballos echaron a andar a toda velocidad y Titus, la muñeca y Garland se internaron nuevamente entre los Bosques de Fabel sin un rumbo determinado… o al menos ni Titus ni Garland dijeron nada al respecto antes de subirse al carruaje…
En un sitio lejano, las últimas horas del día se empezaban a consumir. Y el aura azul plateada que cubría el santuario del ábside pronunciado tremolaba con mayor dinamismo.
VII: Un bosque para ocultar el remordimiento
By : D. Morgana
Aún si la responsable del movimiento de las copas de los
árboles hubiese sido sólo la brisa –y no la voluntad de la salvia atrapada en
aquellas enriscadas cortezas de edad incalculable-, no importaba ahora.
Lo único reconocible para la vista era el blancuzco material que constituía la efigie sobre la que reposaba la cabeza, siendo esta víctima todavía de una migraña más o menos insoportable. Pues aún sin mayor claridad sobre lo ocurrido, era seguro para Adam que ninguna de sus cartas estaría atrapada entre las ramas de los árboles ni en los pocos nidos que había encontrado en aquellos árboles de las copas menos prominentes.
Con la mirada un poco perdida intentaba concentrarse enfocando la vista en el leve resplandor emitido por el objeto que halló en su bolsillo al despertar –que no era el encendedor caja con los relieves en forma de girones- y que ahora sujetaba fuertemente con su mano derecha, aunque ni siquiera él mismo podía asegurar que estuviera despierto o que hubiese caído en un estado tan severo de somnolencia.
Además, luego de intentarlo varias veces y picar el cuerpo de la criatura dormida al lado suyo, aquel cuerpecillo se mantuvo desatento, como si la existencia de Adam fuera poco menos que un espejismo.
Suspiro tras suspiro el aire transportaba una dulce melodía, similar a la voz atrapada en las pequeñas arcas de cuerda que al tocarles exponían desde su interior una joven doncella que giraba lentamente, algunas veces suspendida sobre uno de dos sus pies y algunas otras –con algo de suerte- sobre una estrella de color ámbar.
Y lo cierto es que aquel bosque se asemejaba fielmente al otro que Adam había testificado incendiarse la última vez desde su caída por la ventana de la capilla del viejo edificio arruinado al oeste de Lauffeuer…
Algunas horas más tarde, la presión en la cabeza de Adam se alivió repentinamente y para su conveniencia la criatura al lado suyo estiró las extremidades y luego de olfatearle unos segundos, le abandonó internándose en el bosque… pero no atravesó los arbustos utilizando sus propias patas, sino que –de alguna manera misteriosa- sobrevoló incluso por encima de las copas de los árboles de mediana altura.
-“Las cosas más bonitas de la vida ni se ven ni se tocan, sólo se sienten en el corazón”- pronunció Adam, luego de reincorporarse sobre sus propios pies, recitando el texto en la placa del pedestal con la escultura, sobre el cual reposó durante la mañana.
Un breve silencio se acomodó en la escena. Y los ojos de Adam observaron con precisión cada parte del sujeto tallado en la escultura: hermoso rostro, cabello corto y descubierto, delgados labios, gran cuerpo protegido únicamente con lo que parecía ser una camisa libre de mangas y un pantalón chico… pero sólo era una estatua a fin de cuentas. Y no tenía una pose significativa. Su rostro miraba fijamente hacia el horizonte lejano y tenías los brazos ligeramente extendidos hacia los costados, como si sujetara el vacío con las palmas de las manos.
Sus piernas estaban abiertas un poco nada más…
-Vaya que alguien ha tomado tiempo para esculpirle- murmuró Adam y finalmente se internó en el bosque sin poder seguir el rastro de la criatura de las pequeñas proporciones, pero con la certeza de no ser un espejismo.
Caminó varios metros al interior del bosque y se detuvo a observar distintas cortezas y notó que cada una de ellas repetía un patrón, una línea irregular que más parecía una cicatriz abierta con un propósito, aunque, sin embargo ni siquiera el canto de las aves se escuchaba en el bosque. Sólo la brisa que iba y venía entre los arbustos y las copas.
No transcurrió demasiado tiempo para que Adam notara algo más que el patrón repetido y marcado en las cortezas.
-Estás dando vueltas y no precisamente cierras un círculo- gruñó una voz que provenía de todas partes.
Y a continuación las hojas de todo arbusto y todo árbol comenzaron a sacudirse al mismo tiempo que recibían la caricia de un canto melodioso.
Entonces Adam esbozó un gesto de serenidad y desconcierto que, sin embargo, no le duró mucho… Al menos no la serenidad.
Apareció de entre las copas de un árbol cercano a Adam un sujeto que dando un elegante salto cayó sobre sus propios pies en la yerba a pocos pasos de Adam.
-Jang- clamó enseguida aquel mismo sujeto, al tiempo que inclinaba su cuerpo en un acto quizás de reverencia o quizás sólo de introducción de sí mismo.
-Mi nombre es Jang, El Violinista, y miembro de La Masquerade de Ipsael…
Pero Adam se limitó a observar con recelo el violín que Jang cargaba con el brazo derecho, así como el respectivo arco en su otra mano.
Jang era un tipo joven, contemporáneo de Adam. Tenía la piel de un color acanelado y un tono más profundo que el de Adam. Además, los rasgos de la cara de Jang dejaban en claro su lejana natal: ojos oscuros rasgados y semi-abiertos de larga pestaña y profundo ver, pómulos no pronunciados, nariz recta, boca y oídos pequeños. Rostro liso, virgen de arrugas más que para sonreír y presentes sólo en la comisura de los ojos.
-… quizás nos hayas visto en escena alguna vez, aunque por esa expresión tuya no me confío.
En ese momento la mirada de Adam sólo denotó un absoluto recelo, y no pronunció nada.
-Tienes cara de pocos amigos, ¿lo sabes, no?- vaciló Jang en tono de broma, a la vez que retomaba una postura envidiable, completamente erguida.
-¿Don… dónde estamos?- pronunció Adam en tono serio manteniendo su mirada recelosa.
Jang se sorprendió un poco y lo hizo notable al levantar una de sus cejas algunos centímetros por encima de la otra. Luego se acomodó el cabello –que era completamente lacio y le cubría la frente, pero en general lo llevaba corto- , recogió una bocanada de aire y se dispuso a responder.
-Este es el maravilloso Bosque de Havealock- dijo- acercándose a escasos pasos de Adam. Y le miró fijamente a los ojos y continuó respondiendo.
-Se rumoran muchas cosas sobre este sitio, pero yo, que llevo paseando algún tiempo significativo por estos lares podría desmentir las acusaciones. Sin embargo, también admito que esos rumores son la principal causa de que el bosque permanezca como hasta ahora… ¿Sabes?.. Tiempo atrás La Masquerade de Ipsael se anunciaba a lo largo y ancho de todo el continente. Llegamos a presentarnos en Lauffeuer hace ya más de tres años…
Pero dicho aquello, Jang retiró su mirada de los ojos de Adam y no dijo más, aunque Adam se percató de la agonía disimulada en el discurso de Jang y no insistió en preguntar de nuevo dónde se encontraba.
En cambio, preguntó sobre la estatua que había visto y sobre la que estuvo reposando durante el día.
-L`architecte des langues – musitó Jang aún de espaldas-. Lo que viste son muestras de gratitud, sólo eso…
Luego de responder, Jang se dio la vuelta.
-¿Tienes tiempo para un paseo?- agregó-. Después de todo, yo conozco la salida de este laberinto.
Adam asintió...
Horas más tarde la mirada de Adam era otra. La plática con Jang –que no se cansaba de hablarle sobre sus habilidades innatas con el manejo del violín- le hizo olvidar las inquietudes: Lauffeuer, su valioso baúl, la carta de Margarita, las bombillas flotantes que iluminaban la reconstruida ciudad, los clanes, Eduardo, su amigo… tantos motivos para perder la calma, todos ellos se volvieron un recuerdo olvidado… pero no por mucho.
-¡Por fin!- refunfuñó Jang en tono de auto reproche-. Tal parece que perdí la concentración por tanta plática… pero es aquí-.
Y en seguida Adam entró en un estado de asombro.
Allí, al nivel de sus pies, se encontraban devoradas por el lodo y la tierra una serie de bombillas rotas, pero aún se apreciaba su tamaño similar al de los globos que los niños soltarían en la plazoleta de Saint-Coquille durante la llegada del último trienio de Lauffeuer.
Adam se acercó lo más que pudo, pero Jang le sujetó el brazo antes de que Adam pisara el lodo.
-No es un lodo cualquiera- le dijo-. Bastará con que sepas eso.
Y después, en cuestión de un parpadeo, aquella serie de bombillas reventadas se consumió para siempre en la tierra húmeda…
-Eres un tipo extraño- clamó Jang sujetando todavía la mano de Adam-. Si bien llegar a este punto del bosque es complicado, se vuelve más difícil a partir de este momento. Mira bien. Estoy seguro que te has percatado de que estamos en una encrucijada. Siempre hay dos caminos…
Sin embargo, el discurso de Jang se vio alterado por un sonido diferente al que produce la brisa cuando se mezcla con las hojas o al que marcan las pisadas entre la yerba o el de la voz de Adam o la de cualquier otro ser vivo.
De pronto una línea de árboles que hacía del camino frente a Jang y Adam una uve con dos caminos completamente diferentes, desapareció como un vaho que se ha vuelto uno con el aire…
-“Le belle divergente”- el fenómeno- musitó Jang…
Y al cabo de sus palabras, una fila de potros blancos emergió de entre el vaho: seis en total al mando de un cochero y un gran carruaje de un violeta melocotón.
Pero a sorpresa de Adam, ni los caballos ni el carruaje desaparecieron al atravesar el lodo.
-¡Cuidadooo!- chilló una voz femenina-. Y enseguida el cochero hizo detener el galope de los caballos frenando también al carruaje a una muy corta distancia de Adam.
Un segundo después se abrió una de las puertas del carruaje, de cuyo interior bajó de un breve salto, un par de pálidas zapatillas que al caer no se mancharon con la tierra húmeda.
Jang esbozó una expresión de sorpresa. Soltó la mano de Adam y escondió su violín tras su propia espalda.
Del carruaje bajó una chica que todavía no alcanzaba la adultez. Llevaba puesto un largo vestido negro, ajustado de los hombros hasta el vientre, formando una campana de pliegues a partir de la cintura. Las mangas cubrían su brazo entero y llevaba las manos protegidas por unos guantes del mismo tono del vestido, además de un diminuto sombrero de copa puesto de medio lado sobre su cabello negro azabache.
-Miss Titus- le replicó el cochero con algo de enojo cuando la chica abandonó el carruaje. Pero ella desatendió la apelación del sujeto, llevando la mirada hacia lo alto. Y no parecía que ni ella ni el cochero hubiesen advertido aún la presencia de Adam o de Jang, quien se había movido unos pasos hasta detrás de unos arbustos.
Enseguida, Adam escudriñó la mirada de la chica a pies de ésta. Su rostro evocaba una sensación de nostalgia, debido quizás a la similitud de su rostro tan blanco como la perla empleada para las construcciones de los elementos de Lauffeuer…
-Il castello, Miss- remitió nuevamente el cochero hacia la chica-. Y Titus, ejecutando un delicado gesto con la mano con la mirada aún en lo alto, de alguna manera hizo que el cochero guardara silencio. Luego, libero un suspiro sujetándose el sombrero con una mano y se retiró hacia el carruaje.
-Estaba tan segura- murmuró-.
Después entró de regreso en la carroza y los caballos echaron a andar.
Jang salió de los arbustos y se acercó a Adam. Pero Adam estaba tumbado sobre la hierba…dormido.
Más tarde, con la entrada de la noche y la luz artificial de una fogata, las notas elevadas por Jang y su violín se escabulleron por los arbustos más cercanos. Y Adam despertó eventualmente.
Jang lo miró impávido todavía ejecutando su melodía.
-Lo de antes- dijo Adam- mientras se reincorporaba del tronco sobre el que estaba apoyado-. ¿Qué ha sido eso? … estoy seguro que aquella chica no podía vernos…
Entonces el arco que se movía sobre las cuerdas del violín se detuvo y Jang se mantuvo inmóvil por unos segundos.
-Lo cierto es que pensaba postergarlo lo más que pudiera- respondió Jang mientras colocaba su violín a un costado del tronco sobre el que reposaba Adam.
-Quizás te parezca extraño, pero es cierto que la chica no pude verte… ni a mí tampoco-. Cuando nos encontramos hace varias horas, vagamente elevé un comentario sobre los rumores que surgen a partir de este bosque. Y puede ser que recuerdes lo que dije sobre acabar con esos rumores. Lo que sucede es tan sencillo que se vuelve complejo si lo piensas demasiado. Pero de cualquier manera, te dije algo cierto, pues conozco cada rincón del Havealock en el que estamos…
-¿En el que estamos?- replicó Adam-.
-Sí-. Este sitio es considerado por muchos una ilusión… o al menos eso dicen de donde vengo. Según se cuenta, más allá de estos árboles, yace un castillo misterioso que da con una parte del Mar Tirreno. Pero si me lo preguntas no hay evidencia de que exista, pues aunque se rumora que muchos se han aventurado a buscarle, nadie le ha encontrado… o al menos no hay registro de ello… Ni siquiera nuestra Deeva habla de algún horizonte que exista más allá de este bosque. Lo que respecta a “este Havealock” es un misterio que se antepone a las historias sobre el famoso castillo, pero está fuertemente ligado a él…
Adam permaneció en silencio dejando entrever algo de temor en su rostro, pero no lo suficiente para llamar la atención de Jang, quien parecía estar sufriendo a medida que avanzaba con su relato.
-¿Viste la escultura en el centro del bosque?- preguntó Jang-.
Sin embargo, no permitió que Adam respondiera…
-Esa escultura se colocó en honor a uno de los llamados “Arquitectos”, de cuya invención se cree que es este mismo bosque- agregó Jang-.
-Hace algún tiempo los planos de este sitio se encontraban en el lugar de donde vengo, pero la verdad es que yo nunca los vi. Pero también hay quienes dicen haberlos tomado con sus propias manos, aunque lo cierto es que su extravío es otro gran misterio-.
Entonces una brisa helada sopló cerca de ambos.
-Es tarde para continuar- clamó Jang.
-Estamos en el mismo sitio todavía- musitó Adam-.
-Así es- respondió Jang.
-Sinceramente me habría sentido culpable de llevarte conmigo. Pero me gustaría que me acompañaras a Agar, que es el sitio donde vivo. Está oculto aquí mismo, en Havealock…además mañana se celebra el Festival de los canastos... aunque después de todo hay dos caminos y eres libre de escoger-.
Dicho esto, Adam reverberó un sentimiento de duda a través de la expresión de su rostro.
Sin embargo, Jang disimuló su atención hacia el violín, que tomo del tronco inmediatamente.
-¿Puedo obtener información de Lauffeuer allá?- preguntó Adam escudriñando el gesto de Jang, quien sólo miró al suelo guardando silencio.
-Nuestra Deeva podría ayudarte- musitó Jang aún cabizbajo.
-Entonces llévame allá- dijo Adam.
Jang lo miró sonriente por uno o dos minutos.
-Es por allá- clamó- señalando el camino izquierdo de la divergencia.
Adam metió sus manos en los bolsillos de su propio pantalón. Retiró un objeto que destellaba levemente y se colocó en el cuello.
Luego ambos tomaron aquel camino de la divergencia señalado por Jang.
Lo único reconocible para la vista era el blancuzco material que constituía la efigie sobre la que reposaba la cabeza, siendo esta víctima todavía de una migraña más o menos insoportable. Pues aún sin mayor claridad sobre lo ocurrido, era seguro para Adam que ninguna de sus cartas estaría atrapada entre las ramas de los árboles ni en los pocos nidos que había encontrado en aquellos árboles de las copas menos prominentes.
Con la mirada un poco perdida intentaba concentrarse enfocando la vista en el leve resplandor emitido por el objeto que halló en su bolsillo al despertar –que no era el encendedor caja con los relieves en forma de girones- y que ahora sujetaba fuertemente con su mano derecha, aunque ni siquiera él mismo podía asegurar que estuviera despierto o que hubiese caído en un estado tan severo de somnolencia.
Además, luego de intentarlo varias veces y picar el cuerpo de la criatura dormida al lado suyo, aquel cuerpecillo se mantuvo desatento, como si la existencia de Adam fuera poco menos que un espejismo.
Suspiro tras suspiro el aire transportaba una dulce melodía, similar a la voz atrapada en las pequeñas arcas de cuerda que al tocarles exponían desde su interior una joven doncella que giraba lentamente, algunas veces suspendida sobre uno de dos sus pies y algunas otras –con algo de suerte- sobre una estrella de color ámbar.
Y lo cierto es que aquel bosque se asemejaba fielmente al otro que Adam había testificado incendiarse la última vez desde su caída por la ventana de la capilla del viejo edificio arruinado al oeste de Lauffeuer…
Algunas horas más tarde, la presión en la cabeza de Adam se alivió repentinamente y para su conveniencia la criatura al lado suyo estiró las extremidades y luego de olfatearle unos segundos, le abandonó internándose en el bosque… pero no atravesó los arbustos utilizando sus propias patas, sino que –de alguna manera misteriosa- sobrevoló incluso por encima de las copas de los árboles de mediana altura.
-“Las cosas más bonitas de la vida ni se ven ni se tocan, sólo se sienten en el corazón”- pronunció Adam, luego de reincorporarse sobre sus propios pies, recitando el texto en la placa del pedestal con la escultura, sobre el cual reposó durante la mañana.
Un breve silencio se acomodó en la escena. Y los ojos de Adam observaron con precisión cada parte del sujeto tallado en la escultura: hermoso rostro, cabello corto y descubierto, delgados labios, gran cuerpo protegido únicamente con lo que parecía ser una camisa libre de mangas y un pantalón chico… pero sólo era una estatua a fin de cuentas. Y no tenía una pose significativa. Su rostro miraba fijamente hacia el horizonte lejano y tenías los brazos ligeramente extendidos hacia los costados, como si sujetara el vacío con las palmas de las manos.
Sus piernas estaban abiertas un poco nada más…
-Vaya que alguien ha tomado tiempo para esculpirle- murmuró Adam y finalmente se internó en el bosque sin poder seguir el rastro de la criatura de las pequeñas proporciones, pero con la certeza de no ser un espejismo.
Caminó varios metros al interior del bosque y se detuvo a observar distintas cortezas y notó que cada una de ellas repetía un patrón, una línea irregular que más parecía una cicatriz abierta con un propósito, aunque, sin embargo ni siquiera el canto de las aves se escuchaba en el bosque. Sólo la brisa que iba y venía entre los arbustos y las copas.
No transcurrió demasiado tiempo para que Adam notara algo más que el patrón repetido y marcado en las cortezas.
-Estás dando vueltas y no precisamente cierras un círculo- gruñó una voz que provenía de todas partes.
Y a continuación las hojas de todo arbusto y todo árbol comenzaron a sacudirse al mismo tiempo que recibían la caricia de un canto melodioso.
Entonces Adam esbozó un gesto de serenidad y desconcierto que, sin embargo, no le duró mucho… Al menos no la serenidad.
Apareció de entre las copas de un árbol cercano a Adam un sujeto que dando un elegante salto cayó sobre sus propios pies en la yerba a pocos pasos de Adam.
-Jang- clamó enseguida aquel mismo sujeto, al tiempo que inclinaba su cuerpo en un acto quizás de reverencia o quizás sólo de introducción de sí mismo.
-Mi nombre es Jang, El Violinista, y miembro de La Masquerade de Ipsael…
Pero Adam se limitó a observar con recelo el violín que Jang cargaba con el brazo derecho, así como el respectivo arco en su otra mano.
Jang era un tipo joven, contemporáneo de Adam. Tenía la piel de un color acanelado y un tono más profundo que el de Adam. Además, los rasgos de la cara de Jang dejaban en claro su lejana natal: ojos oscuros rasgados y semi-abiertos de larga pestaña y profundo ver, pómulos no pronunciados, nariz recta, boca y oídos pequeños. Rostro liso, virgen de arrugas más que para sonreír y presentes sólo en la comisura de los ojos.
-… quizás nos hayas visto en escena alguna vez, aunque por esa expresión tuya no me confío.
En ese momento la mirada de Adam sólo denotó un absoluto recelo, y no pronunció nada.
-Tienes cara de pocos amigos, ¿lo sabes, no?- vaciló Jang en tono de broma, a la vez que retomaba una postura envidiable, completamente erguida.
-¿Don… dónde estamos?- pronunció Adam en tono serio manteniendo su mirada recelosa.
Jang se sorprendió un poco y lo hizo notable al levantar una de sus cejas algunos centímetros por encima de la otra. Luego se acomodó el cabello –que era completamente lacio y le cubría la frente, pero en general lo llevaba corto- , recogió una bocanada de aire y se dispuso a responder.
-Este es el maravilloso Bosque de Havealock- dijo- acercándose a escasos pasos de Adam. Y le miró fijamente a los ojos y continuó respondiendo.
-Se rumoran muchas cosas sobre este sitio, pero yo, que llevo paseando algún tiempo significativo por estos lares podría desmentir las acusaciones. Sin embargo, también admito que esos rumores son la principal causa de que el bosque permanezca como hasta ahora… ¿Sabes?.. Tiempo atrás La Masquerade de Ipsael se anunciaba a lo largo y ancho de todo el continente. Llegamos a presentarnos en Lauffeuer hace ya más de tres años…
Pero dicho aquello, Jang retiró su mirada de los ojos de Adam y no dijo más, aunque Adam se percató de la agonía disimulada en el discurso de Jang y no insistió en preguntar de nuevo dónde se encontraba.
En cambio, preguntó sobre la estatua que había visto y sobre la que estuvo reposando durante el día.
-L`architecte des langues – musitó Jang aún de espaldas-. Lo que viste son muestras de gratitud, sólo eso…
Luego de responder, Jang se dio la vuelta.
-¿Tienes tiempo para un paseo?- agregó-. Después de todo, yo conozco la salida de este laberinto.
Adam asintió...
Horas más tarde la mirada de Adam era otra. La plática con Jang –que no se cansaba de hablarle sobre sus habilidades innatas con el manejo del violín- le hizo olvidar las inquietudes: Lauffeuer, su valioso baúl, la carta de Margarita, las bombillas flotantes que iluminaban la reconstruida ciudad, los clanes, Eduardo, su amigo… tantos motivos para perder la calma, todos ellos se volvieron un recuerdo olvidado… pero no por mucho.
-¡Por fin!- refunfuñó Jang en tono de auto reproche-. Tal parece que perdí la concentración por tanta plática… pero es aquí-.
Y en seguida Adam entró en un estado de asombro.
Allí, al nivel de sus pies, se encontraban devoradas por el lodo y la tierra una serie de bombillas rotas, pero aún se apreciaba su tamaño similar al de los globos que los niños soltarían en la plazoleta de Saint-Coquille durante la llegada del último trienio de Lauffeuer.
Adam se acercó lo más que pudo, pero Jang le sujetó el brazo antes de que Adam pisara el lodo.
-No es un lodo cualquiera- le dijo-. Bastará con que sepas eso.
Y después, en cuestión de un parpadeo, aquella serie de bombillas reventadas se consumió para siempre en la tierra húmeda…
-Eres un tipo extraño- clamó Jang sujetando todavía la mano de Adam-. Si bien llegar a este punto del bosque es complicado, se vuelve más difícil a partir de este momento. Mira bien. Estoy seguro que te has percatado de que estamos en una encrucijada. Siempre hay dos caminos…
Sin embargo, el discurso de Jang se vio alterado por un sonido diferente al que produce la brisa cuando se mezcla con las hojas o al que marcan las pisadas entre la yerba o el de la voz de Adam o la de cualquier otro ser vivo.
De pronto una línea de árboles que hacía del camino frente a Jang y Adam una uve con dos caminos completamente diferentes, desapareció como un vaho que se ha vuelto uno con el aire…
-“Le belle divergente”- el fenómeno- musitó Jang…
Y al cabo de sus palabras, una fila de potros blancos emergió de entre el vaho: seis en total al mando de un cochero y un gran carruaje de un violeta melocotón.
Pero a sorpresa de Adam, ni los caballos ni el carruaje desaparecieron al atravesar el lodo.
-¡Cuidadooo!- chilló una voz femenina-. Y enseguida el cochero hizo detener el galope de los caballos frenando también al carruaje a una muy corta distancia de Adam.
Un segundo después se abrió una de las puertas del carruaje, de cuyo interior bajó de un breve salto, un par de pálidas zapatillas que al caer no se mancharon con la tierra húmeda.
Jang esbozó una expresión de sorpresa. Soltó la mano de Adam y escondió su violín tras su propia espalda.
Del carruaje bajó una chica que todavía no alcanzaba la adultez. Llevaba puesto un largo vestido negro, ajustado de los hombros hasta el vientre, formando una campana de pliegues a partir de la cintura. Las mangas cubrían su brazo entero y llevaba las manos protegidas por unos guantes del mismo tono del vestido, además de un diminuto sombrero de copa puesto de medio lado sobre su cabello negro azabache.
-Miss Titus- le replicó el cochero con algo de enojo cuando la chica abandonó el carruaje. Pero ella desatendió la apelación del sujeto, llevando la mirada hacia lo alto. Y no parecía que ni ella ni el cochero hubiesen advertido aún la presencia de Adam o de Jang, quien se había movido unos pasos hasta detrás de unos arbustos.
Enseguida, Adam escudriñó la mirada de la chica a pies de ésta. Su rostro evocaba una sensación de nostalgia, debido quizás a la similitud de su rostro tan blanco como la perla empleada para las construcciones de los elementos de Lauffeuer…
-Il castello, Miss- remitió nuevamente el cochero hacia la chica-. Y Titus, ejecutando un delicado gesto con la mano con la mirada aún en lo alto, de alguna manera hizo que el cochero guardara silencio. Luego, libero un suspiro sujetándose el sombrero con una mano y se retiró hacia el carruaje.
-Estaba tan segura- murmuró-.
Después entró de regreso en la carroza y los caballos echaron a andar.
Jang salió de los arbustos y se acercó a Adam. Pero Adam estaba tumbado sobre la hierba…dormido.
Más tarde, con la entrada de la noche y la luz artificial de una fogata, las notas elevadas por Jang y su violín se escabulleron por los arbustos más cercanos. Y Adam despertó eventualmente.
Jang lo miró impávido todavía ejecutando su melodía.
-Lo de antes- dijo Adam- mientras se reincorporaba del tronco sobre el que estaba apoyado-. ¿Qué ha sido eso? … estoy seguro que aquella chica no podía vernos…
Entonces el arco que se movía sobre las cuerdas del violín se detuvo y Jang se mantuvo inmóvil por unos segundos.
-Lo cierto es que pensaba postergarlo lo más que pudiera- respondió Jang mientras colocaba su violín a un costado del tronco sobre el que reposaba Adam.
-Quizás te parezca extraño, pero es cierto que la chica no pude verte… ni a mí tampoco-. Cuando nos encontramos hace varias horas, vagamente elevé un comentario sobre los rumores que surgen a partir de este bosque. Y puede ser que recuerdes lo que dije sobre acabar con esos rumores. Lo que sucede es tan sencillo que se vuelve complejo si lo piensas demasiado. Pero de cualquier manera, te dije algo cierto, pues conozco cada rincón del Havealock en el que estamos…
-¿En el que estamos?- replicó Adam-.
-Sí-. Este sitio es considerado por muchos una ilusión… o al menos eso dicen de donde vengo. Según se cuenta, más allá de estos árboles, yace un castillo misterioso que da con una parte del Mar Tirreno. Pero si me lo preguntas no hay evidencia de que exista, pues aunque se rumora que muchos se han aventurado a buscarle, nadie le ha encontrado… o al menos no hay registro de ello… Ni siquiera nuestra Deeva habla de algún horizonte que exista más allá de este bosque. Lo que respecta a “este Havealock” es un misterio que se antepone a las historias sobre el famoso castillo, pero está fuertemente ligado a él…
Adam permaneció en silencio dejando entrever algo de temor en su rostro, pero no lo suficiente para llamar la atención de Jang, quien parecía estar sufriendo a medida que avanzaba con su relato.
-¿Viste la escultura en el centro del bosque?- preguntó Jang-.
Sin embargo, no permitió que Adam respondiera…
-Esa escultura se colocó en honor a uno de los llamados “Arquitectos”, de cuya invención se cree que es este mismo bosque- agregó Jang-.
-Hace algún tiempo los planos de este sitio se encontraban en el lugar de donde vengo, pero la verdad es que yo nunca los vi. Pero también hay quienes dicen haberlos tomado con sus propias manos, aunque lo cierto es que su extravío es otro gran misterio-.
Entonces una brisa helada sopló cerca de ambos.
-Es tarde para continuar- clamó Jang.
-Estamos en el mismo sitio todavía- musitó Adam-.
-Así es- respondió Jang.
-Sinceramente me habría sentido culpable de llevarte conmigo. Pero me gustaría que me acompañaras a Agar, que es el sitio donde vivo. Está oculto aquí mismo, en Havealock…además mañana se celebra el Festival de los canastos... aunque después de todo hay dos caminos y eres libre de escoger-.
Dicho esto, Adam reverberó un sentimiento de duda a través de la expresión de su rostro.
Sin embargo, Jang disimuló su atención hacia el violín, que tomo del tronco inmediatamente.
-¿Puedo obtener información de Lauffeuer allá?- preguntó Adam escudriñando el gesto de Jang, quien sólo miró al suelo guardando silencio.
-Nuestra Deeva podría ayudarte- musitó Jang aún cabizbajo.
-Entonces llévame allá- dijo Adam.
Jang lo miró sonriente por uno o dos minutos.
-Es por allá- clamó- señalando el camino izquierdo de la divergencia.
Adam metió sus manos en los bolsillos de su propio pantalón. Retiró un objeto que destellaba levemente y se colocó en el cuello.
Luego ambos tomaron aquel camino de la divergencia señalado por Jang.
VI. La toma del castillo Uralt -Parte II
By : D. Morgana
La hora del té transcurrió como de costumbre, pero a
diferencia de las oportunidades previas, no hubo nadie en los niveles ocultos
en los sótanos del castillo cuidando de los durmientes o –siquiera-
monitoreando los niveles de absorción de los cristales en el cuarto de estudio.
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…
Nadie bebió el preparado especial de Cecil aquella tarde. Los pasillos habían sido inundados por un mar de silencio y soledad.
El espacioso corredor que se extendía hasta el pie de la escalera de interminables escalones en forma de caracol que conducía a la estancia de los mapas y el tejado en forma de arco, parecía una bóveda gris. Un hogar para quien fue olvidado.
No obstante la quietud de la tarde se vio interrumpida en un segundo, cuando el eco de unas zapatillas retumbó de pared a pared a medida que se descendía por aquella vieja torre.
-Es el último bastión del otro castillo- murmuró Augustine en medio de su descenso por los peldaños y cuyo rostro se encendía y se apagaba a medida que giraba dando pasos en torno al sentido de las escaleras, debido a las antorchas colocadas sólo en ciertos puntos de los muros de la torre.
La angustia en el rostro de Augustine se tornaba más evidente a medida que bajaba, además, llevaba el cabello hecho un desastre…
Una vez que alcanzó el último escalón que conectaba la escalera con el corredor dejando atrás la escasa luz de la torre, el resplandor de las antorchas del corredor –que eran más grandes que las del muro de la torre- iluminó las profundas manchas en el ensangrentado vestido de su portadora…
Más arriba, en la recepción, las otras damas encargadas del mantenimiento y la limpieza del castillo eran escoltadas a Nützen Taugen sólo hasta la conclusión de la toma del castillo y la corona pasara a manos de Ettore, quien ya había recorrido e incautado los primeros niveles del castillo. O al menos los soldados enviados del territorio del norte lo hicieron lo en su nombre…
-Y… ¿qué hay de “ella”?- preguntó un soldados al otro que lo acompañaba en medio de la más que exanimación llevada a cabo en alguna de las habitaciones del segundo nivel cerca de las terrazas con vista al Viejo Canal de Navigli.
-No lo sé- respondió el otro sujeto, quien observaba detenidamente una de las pinturas colgadas en la pared. A penas llegamos el capitán informó que procediéramos a revisar cada habitación de los niveles superiores, pero, sin embargo, debíamos reservar el último nivel para “Ella”.
El general dijo que nos daríamos cuenta del penúltimo nivel fácilmente. Dijo que hay un vitral gigantesco en lugar del rocoso tejado que cubre los demás niveles.
Y dicho esto, el primer soldado se acercó a contemplar la misma pintura que su compañero.
-Son muchas chicas juntas- murmuró casi para sí mismo, aunque el otro soldado señalaba con su dedo índice la placa atornillada en el marco inferior de la pintura… “Corvus Corax” se leía claramente…
En los niveles ocultos de la planta baja del castillo, el profundo eco provocado por los agitados brincos del corazón de Augustine rebotaba de un muro al otro sacudiendo las antorchas del extenso corredor.
Nunca antes vista en el castillo, Agustine se volvió en tan sólo segundos testigo de la aparición de semejante criatura.
Ni una mujer ni un hombre. Enteramente asexual. Un ser obligado a llevar puesto aquel viejo vestido del color de la nieve, capaz de inmortalizar cualquier elemento a su alrededor a través de sus habilidades únicas y fatales.
Los ojos de Augustine parecían retroceder dentro de sí mismos.
La criatura permanecía a algunos metros de la posición de Agustine aparentemente inmóvil, pero aún con ello el fuego de las antorchas logró revelar el tono cerúleo del material que cubría su cuerpo de humanoide-y que definitivamente no era piel- al que las leyendas hacían referencia.
Augustine estaba paralizada. Y así debía mantenerse, pues a pesar de su actitud incrédula hacia muchos de los mitos que rodeaban el castillo, conocía bien que el homúnculo de la vestimenta blanca es muy selectivo con sus víctimas y evitaría al máximo tocar siquiera la carne de una mujer.
La criatura, que no tenía rostro, parecía un fantasma atravesado en el pasillo. Tenías las manos, expuestas, sujetas entre sí al nivele del vientre. Del mismo modo sus pies eran completamente visibles y no tocaban el suelo, sin embargo, el resto de su cuerpo estaba cubierto por un largo vestido ensangrentado con roturas en algunas secciones, especialmente en el cuello. Pero la sangre no parecía estar fresca.
Luego de contemplarle, en un movimiento veloz, Agustine llevó su mano derecha a uno de los bolsillos del ropaje que ella misma vestía y retiró un artefacto que se parecía a una campanilla, pero en lugar de tener una campana unida al palillo con el que se sujetaba, tenía sujeta una pila de cascabeles pequeños, aunque ninguno de ellos emitía sonido alguno…
Sin embargo, antes de que Agustine realizara cualquier otra movida, un fuerte estallido que venía de los escalones más altos sacudió el corredor empujando a Augustine hacia uno de los cuartos y al mismo tiempo los más de novecientos escalones que conectaban aquel corredor con el resto del Castillo Uralt sucumbieron abruptamente…
Más arriba, en la recepción, el alboroto era vertiginoso. Uno de los soldados aseguró ver una criatura caminar por el tejado más alto, otro sostenía que presenció una escena horrible, un par más testificaba que habían escuchado un grito estremecedor provenir de una vasija en uno de los cuartos del tercer nivel, un hombre de mayor edad que los otros dijo que una mano lo había empujado por los escalones para subir al quinto nivel, pero que unos cojines amortiguaron los golpes que pudo haber recibido si no hubiesen estado allí y a que además aquellos cojines no estaban en el sitio antes de subir por los escalones.
-¿Alguien ha visto al Capitán Roscoe?- preguntó uno de los soldados que participaba de los testimonios de las apariciones durante la incautación del castillo, pero nadie pareció escucharle y nadie le respondió… o al menos nadie escuchó el eco provocado por el movimiento del péndulo del viejo reloj…
Un tiempo más tarde, un suspiró escapó por la única ventana de aquella habitación con los durmientes que todavía no despertaban.
La tarde no pasaba aún, ya que para todo aquel –o aquella- que estuviese en el nivel del tratamiento de los durmientes podía conocer cada uno de los eventos que sucedían en el resto del castillo. Y por ello mismo el personal a cargo se limitaba a nueve personas… más o menos.
Ya no era necesario monitorear la tonalidad de los cristales que pendían sobre las literas de los durmientes, porque todos debían tener un color similar al cuarzo. Sin embargo, las tesis de Pirra quedaron a un lado cuando uno de los cristales se tornó de un tono escarlata en una de las literas.
Unas manos delicadas se posaron entonces en una parte de aquella misma litera. Y el cristal comenzó a girar sobre su propio eje de pronto, primero despacio y luego con mayor prisa, al mismo tiempo que su contenido escarlata se vertía sutilmente en el sujeto sobre el cual se suspendía. La escena era sencillamente maravillosa. De alguna forma la esencia rojiza entraba al cuerpo del durmiente sin siquiera tocarle y todo ello en cuestión de breves segundos, al cabo de los cuales el cristal detuvo sus rotación y se volvió entonces una nube de algo como el polvo… y desapareció como un pequeño recuerdo muy antiguo…
El pulso regresó a manos del sujeto en la litera. Y Aquellas manos delicadas se dedicaron luego a tomarlo.
La expresión en el rostro del durmiente era la misma de aquel que es forzado a abandonar una pesadilla cuando el soñante le ha conquistado... “Adam” se leía a través de la inscripción puesta en la parte frontal de la misma litera…
Varios niveles por encima del cuarto, un grupo de soldados por fin dio con el objetivo del Capitán Roscoe.
A diferencia de los niveles anteriores la estancia era una única pieza circular, tan espaciosa como desnuda. No había antorchas siquiera. Pero a cambio un gran tejado de cristal envolvía la cámara y cuyo color similar al púrpura encendido capturaba la atención de cualquier testigo, quizás debido a que si lo mirabas detenidamente, llegarías a creer que los pictogramas al interior de su área serpenteaban describiendo movimientos como de vida. O al menos así quedó escrito en uno de los informes que elaboraba uno de los soldados.
-Falta tan sólo una hora para que den inicio las actividades del solsticio de invierno- comentó uno de los mismos soldados-. Y nuestra orden es permanecer en el castillo hasta ese momento. Ni un segundo más.
-¡Así es!- agregó otro de los sujetos- dándole una fuerte palmada en la espalda al soldado que recién hablaba.
-El capitán debería regresar pronto. Además, con nosotros aquí nada “la” molestará allá arriba-terminó diciendo el segundo hombre esta vez dándole un apretón de manos al otro soldado…
Abajo, la habitación con la única ventana en todo el nivel, había perdido un durmiente. Sin embargo, todo sería ganancia a partir de ahora.
Tras el pomo de la puerta se escuchaba un intercambio de palabras.
-Cecil Amberes- ese es mi nombre exclamó una mujer en medio del extenso corredor.
Y las flamas de las antorchas que iluminaban el pasillo se sacudieron con algo de fuerza.
Aunque no parecía estar claro con quién hablaba, bastaba con bajar la mirada un poco.
Recostado contra la puerta de la habitación de los durmientes yacía el mismo sujeto con el nombre “Adam” en la litera, quien apenas parecía recobrar la conciencia…
Por su parte, Ettore se había dado la tarea de realizar investigaciones particulares en la terraza más alta de Uralt. Y desde que llegó al castillo, únicamente sus pies pisaron el tejado de cristal.
Si se percató de los trabajos con los durmientes o no, no parecía importarle. El semblante en su rostro se veía perverso.
-¿Te has limitado a contemplar el atardecer? … ¿Sólo eso?...-exclamó una voz varonil que ascendía por los últimos peldaños de todo el castillo hasta la terraza más alta.
-¡Hump! Capitán Roscoe, por fin llega- sostuvo Ettore quien veía exactamente hacia los peldaños, manteniendo las manos dentro de su bata blanca de laboratorio.
Paulatinamente las pisadas del Capitán Roscoe replicaban más cerca de la terraza y más lejos de los niveles más bajos. Su corto cabello de color similar a de las cortezas de los árboles asomó las puntas ascendentes que caracterizaban su peinado. No duró mucho en aparecer su elegante cuello ni sus grandes hombros ni su armadura ni tampoco su calzado.
-¡Vaya que estoy sorprendida- agregó Ettore-. Has ganado color. Hasta podría decirse que te ves atractivo…
Pero el capitán ignoró aquellas palabras.
-¿No sientes nada al ver los cientos de cuadros que engalanan los pasillos?- acometió el capitán-. ¿Significa ese hombre algo par…
-¿Deucalión?- clamó Etorre vedando la sentencia del capitán antes de que aquel completara su frase.
-Por supuesto que no. Además el solsticio de invierno está a punto de comenzar-.
Y dicho esto Ettore señaló fijamente con su dedo índice hacia el norte en dirección más lejana a través del Bosque de Havealock, y un segundo después un juego de luces brillante se alzó en el cielo desde la tierra…
-Seguramente se te inunde la cabeza de pensamientos confusos e incluso de tristezas muy profundas, pero el destino, si es que existe, siempre abre el océano de la duda y hace emerger continentes de conocimiento , entendimiento y enseñanza- comentó Cecil Amberes mientras avanzaba por lo que parecía ser un túnel acompañada por aquel sujeto de la sala de los durmientes, quien de la misma manera que Cecil también sostenía una lámpara para iluminar su propio camino.
-¿Puedes hablar?-continuó agregando Cecil Amberes-. ¿Recuerdas algo?…
El eco del péndulo de reloj que adornaba la recepción sonó tres veces en una misma oportunidad y una avecilla escapó de una cavidad bajo la rosca con los números y las agujas del mismo reloj.
Sin embargo, las historias de los soldados ensordecían cualquier otro sonido que no fuese más que sus propias voces, hasta que el sonido de las luces en el cielo silenció el alboroto contenido en la recepción.
-Ya es hora- expuso uno de los hombres.
-Sí. Podemos irnos ahora- agregó otro.
Pero antes de que algún otro soldado replicara alguna otra frase, todos fueron arrojados en diferentes direcciones, así como los muebles y el resto de las decoraciones cambiaron de lugar en un breve segundo…
En la terraza aquel movimiento también inquietó a Etorre y al Capitán Roscoe. Y de no haber sido por este, quizás Ettore habría sido tragada por el mar nuevamente.
-¡No me sueltes!- gritó Ettore sujetando la mano del capitán con todas sus fuerzas, pero este no le dejaría caer nunca y de un único tirón logró hacer que Ettore se reincorporara sobre la plataforma de cristal con los pictogramas del color de las uvas.
-¿Qué ha sido eso?- murmuró Roscoe al mismo tiempo que observaba lo que habría sido de Ettore si hubiese caído.
En el nivel inferior los soldados esperaban el descenso del capitán, hasta que el sismo volvió inaccesible la terraza a través de las escaleras. Y del mismo modo sucumbieron los escalones entre el sexto y el séptimo nivel.
-¡¿Están todos bien?!- gritó enseguida uno de los soldados que se reincorporaba de su azote contra uno de los muros… pero antes de recibir una réplica de cualquiera de sus compañeros fue sorprendido por una delgada línea de polvo que caía desde el tejado cristalino hasta su cabeza…
En la habitación de los mapas el pomo en una de las pinturas giró muy sutilmente y como si se tratara de una puerta, la pintura se abrió y por la abertura salió Cecil Amberes seguida por Adam, quien dio con la mirada un largo recorrido por la hermosura de los mapas que hacían las veces del tejado en forma de arco, así como también detalló el resto de las pinturas que engalanaban la galería.
-Este sonido...
-¡Vamos! ¡De prisa- anunció Cecil Amberes a Adam, luego de colgar las lámparas dentro de otra de las pinturas.
Y pronto recorrieron una serie de galerías y cuartos pequeños, cada uno más pequeña que el anterior, hasta que las consecuencias del sismo se hicieron imposibles de esquivar para Cecil Amberes. Pero para fortuna de Cecil –y también para Adam- estaban a una estancia de la recepción, a donde justo luego de llegar, fueron separados por una inmensa fisura, quedando Adam a los pies del portal del castillo, y Cecil a pocos pasos de la puerta de la pequeña biblioteca de la recepción.
Los cuerpos de los soldados fueron devorados por la grieta inevitablemente.
Entonces Cecil giró el pomo de la biblioteca, mientras observaba cómo la grieta ganaba tamaño, pero la puerta no se abrió.
Cuando volteó buscando a Adam y se percató de la distancia entre ambos, subió su tono de voz algo más que lo usual y dijo:
-Toma esto y guárdalo. Debes conservarlo. Te llevara a salvo durante el viaje. El puente que te espera afuera no puede sucumbir ante nada-.
Y dicho aquello, Cecil retiró de su cuello lo que parecía ser un colgante luminoso y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro extremo de la grieta donde estaba Adam…
La terraza fue sacudida por un segundo sismo más intenso que el anterior, pero ni Ettore ni Roscoe cayeron hacia el mar.
Aunque los cadáveres de los soldados amortiguaron de alguna manera el impacto, ninguno resultó ileso ante el apetito de los cristales.
El cuerpo de Roscoe fue movido varios metros de Ettore, quien aún permanecía consciente, a pesar de que su mirada parecía enfocarse particularmente en nada, aunque sus manos sujetas al nivel del vientre cubierto por su ensangrentada bata de laboratorio dejaban abierta la posibilidad de que al menos era consciente del temor que sentía.
El Castillo Uralt finalmente había sido tomado. Y allí estaba la criatura que fue enviada para concluir el arrebato.
Ettore sabía bien las proporciones colosales de la bestia. Después de todo, no era la primera vez que devoraba un castillo… y quizás no sería la última tampoco…
Al final del puente que conectaba el castillo con la entrada al bosque, Adam fue testigo de la conquista de Uralt al momento en que éste era cubierto por una coraza impenetrable del color de sus propias pesadillas…
V. La toma del Castillo Uralt -Parte I
By : D. MorganaUn inusual abanico de siete colores se desplegó recorriendo cada rincón y cada grieta de la habitación con los cuerpos de los durmientes que aún no despertaban, atravesando los diminutos orificios de la rejilla colocada en la única ventana que comunicaba la habitación con el exterior y el eco del mar: una tonada que arroja a la tierra pequeñas maldiciones desde los olvidados arrecifes del fondo marino.
La orden de Pirra sobre no clausurar todavía la única ventana de aquella misma habitación se cumplía al pie de la letra, desde que le fue encomendada la labor de asistir a los heridos sobrevivientes de la catástrofe ocurrida en Lauffeuer, aún a pesar de la negativa por parte del general Deucalión, quien no se cansaba de señalar lo estúpido que resultaría recuperar más de las almas, cuya sanación, según él mismo decía, no encontrarían nunca, cada vez que retornaba al Castillo Uralt con nuevos pacientes.
-¡Ni siquiera una carta suya en los últimos dos meses!- gruñó el general embriagado en el interior de su tienda en el campamento, la cual parecía estar siendo apuntada por leve rayo de luz lunar.
Jeder y Mancher se limitaban a escucharle desde la entrada, mientras esperaban noticias del último pelotón enviado a buscar más sobrevivientes enterrados entre los escombros de las ruinas de Lauffeuer…
-Es mi esposa. ¡¿Sabes!? … continuaba gruñendo, pero antes de completar su queja, el general calló dormido sobre el mesón en que se encontraba bebiendo de un jarro inmenso que contenía cerveza.
Y un segundo después se hicieron llegar las noticias del último pelotón enviado.
La carta fue recibida por Mancher , y fue él mismo quien le firmó con tinta azul, y luego de dar un vistazo al contenido, se encargó de dirigir el transporte de las novedades hacia Uralt aquella misma noche, mientras Deucalión permanecía bajo la protección de un cuarto creciente… o menguante… eso siempre fue lo de menos…
Cerca del mediodía, el movimiento en el celaje se volvía el responsable de la aparición del abanico policromático, cuya luz era absorbida por los cristales suspendidos sobre las camas de los durmientes.
Pirra había encontrado el método de mejor absorción para el tratamiento de los pacientes, el cual, de alguna manera, lograba anestesiar el lastimado orgullo de su esposo.
A algunas habitaciones lejos de aquella con la ventana de la rejilla de los orificios diminutos, el tiempo del té se celebraba como de costumbre.
Ese día llevaba uno de sus mejores atuendos. Se trataba de un elegante vestido que le hacía ver similar a una sirena, con la cola de pescado hasta los tobillos, eso sí. Quizás elaborado con las fibras de mayor precio en toda Tréveris –y sus guantes del más caro encaje daban fe de tal presentimiento-, quizás confeccionado por un artista invadido por el hálito gentil de un dios de la primavera; pero también quizás llevaba puesta la prenda que le hacía sentir mayor dolor.
Mantenía guardado su anillo de matrimonio en alguno de los baúles que adornaban su propia habitación con el papel tapiz de retoños del mismo color cálido de los rayos del sol por la mañana.
Eso lo conocía únicamente, además de ella y Madama Antúnez, su dama de compañía, Cecil, con quien siempre compartía el tiempo del té.
Cecil era un par de años más joven que Pirra, pero la única forma de diferenciarles yacía en su ojo izquierdo.
Si bien ambas contenían un pedazo del cielo atrapado en sus pupilas, a cierta hora del día, el ojo izquierdo de Cecil dejaba ver un oscuro triángulo a penas visible en su retina, pero ciertamente era necesario verle bajo la luz del sol para percatarse… y ese era otro secreto que compartían.
En varias ocasiones era Cecil quien se encargaba del recibimiento del general Deucalión, quien le atendía y contaba falsas historias que, según sus propias idealizaciones, había vivido dentro del castillo al margen de la espera de la llegada de los durmientes…
-Es tal vez por eso que él se molesta cuando no soy yo quien le recibe, señora- musitó Cecil sosteniendo su tacilla del té. Quizás ya se ha enterado de nuestras tretas… quizás por eso ya no lo luce en su dedo…
Sin embargo, Pirra sólo se limitaba a permanecer en silencio y remover con marcada sutileza las lágrimas que alcanzaran un milímetro por debajo de sus pómulos.
Lo mismo ocurría desde hacía alrededor de las siete semanas anteriores, no obstante, hubo un giro en la monotonía que había rodeado al castillo por tantos días.
Nadie tocó la puerta antes de entrar ni solicitó permiso para invadir el espacio del té…
Augustine entró agitada en la triste escena de Cecil y Pirra, luego de girar el brillante pomo de plata blanca de la puerta.
-¿Qué ocurre?- chilló Pirra de inmediato, levantándose de su asiento y ocultando el mismo pañuelo con el que removía sus lágrimas en uno de los bolsillos ocultos de su elegante vestido con cientos de volados que emulaban increíblemente la cola de uno de los más distinguidos habitantes del mar.
-Estoy al tanto de mis acciones, señora- respondió Augustine al mismo tiempo que ejecutaba un sutil reverencia ante Pirra, poco después de dar un breve recorrido con la mirada por la habitación.
-Se ha presentado un asunto al que, por ahora, sugiero que debería darle mayor importancia y es por eso que me he atrevido a invadir su privacidad con la señorita Cecil- agregó Augustine, buscando con la mirada la ubicación de la tímida dama de compañía.
Pirra le dio la espalda por unos minutos.
Y del mismo modo que Augustine, sólo que con mayor detenimiento, los ojos de Pirra se notaban realmente asombrados al ser testigos de la exquisita decoración de aquella misma habitación destinada exclusivamente al tiempo del té: el papel tapiz de color vino encendido con los emblemas arcanos e inscripciones cabalísticas, tan complejas que lograban despistar –incluso- al conocimiento mismo de Madama Antúnez, recubriendo los viejos muros; el menaje antiguo perteneciente a la misma familia de viejos maderos también empleados para construir los más olvidados candelabros colgantes utilizados en algunos de los edificios de la antigua Lauffeuer; el gigantesco lienzo ilustrando desde la pared principal la escena más sublime de aquel drama tan famoso; el único par de ventanas –además de la otra ventana en el cuarto de los durmientes- en toda la sección destinada al tratamiento de los pacientes, era el único con protección de cristales en todo el castillo…
-¿Qué dices, Augustine?- replicó Pirra aún molesta. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso…
No obstante, Augustine le interrumpió antes de concluir su cuestionamiento.
-Me temo que en esta ocasión se trata de algo más grave-. Un hombre pregunta por usted afuera. Dice que fue enviado por el subgeneral Jeder…
Y un segundo luego de haber dicho aquellas palabras, Pirra abandonó la habitación del té.
Augustine denotó la expresión de desconcierto en el rostro de Pirra antes de que salieran de la habitación e incluso le vio mantenerla durante todo el camino hacia la puerta principal del antiguo Castillo Uralt.
Y en pocos minutos atravesaron el extenso pasillo y subieron por las escaleras en forma de espiral hasta los niveles superiores.
Augustine parecía disfrutar en alguna medida la preocupación de su señora, aunque la dispersión emocional de aquella le provocara ignorar semejante acto de irrespeto.
Pero es que la aparición de los muebles adornados y los pasillos amueblados de la sección principal del castillo avivaban la zozobra contenida en el corazón de Pirra.
Ambas caminaron a través de una puerta más o menos pequeña ubicada en uno de los laterales de la popular Galería de los Mapas, tras uno de los tantos cuadros que parecía tan adherido a la pared como los otros. Incluso el pomo se volvía imposible de distinguir, debido a la magnificencia de las pinturas y los lienzos.
Los motivos más religiosos y los mapas coloreados en el gigantesco arco en el cielo de la habitación, hacían de la estancia un espacio absolutamente hierático y solemne. Y era ese el motivo por el cual el Castillo Uralt, si bien se encontraba en la provincia del sur de Tréveris, resultaba ser el sitio más anhelado y a él deseaban llegar tanto aventureros como tragalibros e incluso los miembros de la Alta Corte…
Luego de abandonar la galería, el semblante de Pirra se notaba distinto, pero lo mismo ocurrió con Augustine. Sin embargo, después de avanzar por unas cuantas habitaciones y alguna que otra galería cada vez más chica que la anterior, al fin alcanzaron la recepción…
Augustine se puso pálida de pronto. Se veía claramente más sorprendida que Pirra.
-Me tomé la libertad de despachar al soldado- dijo una voz femenina en tono cálido mientras sonreía…
… ¡Estaba de vuelta! ¡Ettore! … Ella había regresado… el Mar Tirreno la había devuelto…
Como pocas veces ocurría, las metes de Pirra y Augustine pensaban lo mismo, al mismo tiempo que ambas sentían el mismo desconcierto.
Ettore llevaba puesto un par de zapatos topolinos de corcho de color negro, pero llevando además de una licra del mismo color que los zapatos y tobillos desnudos , todo el resto de su cuerpo –menos sus manos- estaba cubierto por una bata blanca de laboratorio. El labial rojo en sus labios sonrientes sobresaltaba su larga cabellera negra y lacia, que caía hasta media espalda.
Ettore sabía bien qué tipo de maquillaje colocar en su hermosa e impecable piel blanquecina como el invierno.
Tenía las manos en los bolsillos de la bata y ni siquiera se encontraba viendo frente a frente ni a Augustine ni a Pirra, sino que le parecía más llamativo el péndulo en el interior del gran reloj antiguo que adornaba exquisitamente la pared de las reliquias de la recepción, perpendicular a las anfitrionas.
-No has cambiado en nada- agregó Ettore sosteniendo la misma sonrisa gentil, sólo que esta vez volteando hacia Pirra:
Con un mechón de su castaña cabellera ondulada pendiendo sobre el hemisferio derecho de su cabeza y un moño que recogía hacia atrás el resto de su cabello, su tez levemente bronceada debido a sus investigaciones con los cristales para los durmientes, se veía tan saludable como la última vez.
-Sin embargo, esperaba una carta a tu nombre siquiera firmada por Deucalión-. Y de ti Augustine… esperaba al menos una visita- agregó esta vez liberando un breve suspiro. Pero todo está bien. He reflexionado por mucho tiempo sobre esto.
Y luego de decir aquellas últimas frases retiró del bolsillo derecho de su bata de laboratorio un pequeño pergamino con una cinta azul como amarra.
-Me pareció descortés que no fuese el mismo Deucalión quien la firmara-. Puedes sentirte en paz… eso lo dijo el soldado-. Y Ettore le entregó el pergamino a Pirra, sin embargo, Pirra se mantuvo en silencio, quizás por el desatino, pero quizás no.
Ettore dejó atrás la recepción y ascendió por las escaleras verticales rumbo hacia las terrazas. Augustine recordó que tenía deberes aún pendientes y después de encaminar a la señora del castillo a uno de los sofás en la biblioteca adyacente a la recepción regresó a sus labores, tomando el camino hacia la cocina.
La cintilla azul cayó al suelo al lado de unos libros que hacían falta acomodar en las estanterías y se perdió para siempre, al tiempo que el silencioso sollozo de Pirra resbalaba por sus propias mejillas besadas por el sol y la radiación por el trabajo con los cristales, pero después se juntaban los canalitos que se hacían en medio de la pequeña fisura generada por el contacto entre su pómulo y su antebrazo...
Sobre una mesa pequeña al frente del sofá había un mapa para agregar al espectacular arco de la santa galería y sobre otra pila de libros por acomodar, un trozo de papel arrugado:
"… encontrará al final de esta
petición mi firma en representación de los miembros de la Corte. Lo sucedido en
Lauffeuer es parte del pasado de Tréveris y es allí donde debe permanecer.
El uso de máquinas de cuarta categoría se ha decretado fatalmente ilegal y cualquier intento de violación a la ley será considerado traición.
Al margen de esto último, le extendemos nuestras más sentidas condolencias. Sírvase abandonar el castillo en un plazo no mayor a las primeras doce horas del solsticio de invierno…"
El uso de máquinas de cuarta categoría se ha decretado fatalmente ilegal y cualquier intento de violación a la ley será considerado traición.
Al margen de esto último, le extendemos nuestras más sentidas condolencias. Sírvase abandonar el castillo en un plazo no mayor a las primeras doce horas del solsticio de invierno…"